miércoles, 24 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega treinta y uno

Si esta mina hablaba me iba a deschabar. Podía empezar a rumorearse que yo era un cagón y peligraría la posibilidad de pelear por el título. En la fiesta me la llevé a un rincón y traté de explicarle que mucho no me convenía que ella contara el episodio de los rusos. Como única respuesta me dio un beso. Me quedé un poco más tranquilo y me dispuse disfrutar de la fiesta. Había mucha gente famosa. Es increíble como le gusta el boxeo a la gente de la farándula. A mí nunca me gustó ese tipo de gente, siempre los traté porque me convenían. De todos modos yo nunca fui famoso, y más que nada siempre los miré de costado.
Yo no creo que el boxeo sea un deporte hermoso. Si bien hay púgiles que parecen esgrimistas, es una actividad feroz y violenta hecha para gente ruda. Pero a muchos les encanta la sangre de los otros. Son como vampiros diurnos que se alimentan del dolor ajeno. Eso los acerca a la felicidad, al íntimo goce. La fiesta estaba llena de ese tipo de gente, gente a la que me parezco.
Había mucha droga y mucho champán. Una combinación perfecta, si lo que se quiere es quilombo. En una de las mesas estaba sentado Torrencio con otros tres tipos muy bien trajeados. Cincuentones rodeados de pendejas increíbles. Le pregunté a la mina si conocía a los tipos que estaban con Torrencio. Colacho Arreguí, secretario general del sindicato de boxeadores, Sereno Cortés, empresario gastronómico y Marsupio Lentina, Comisario de la 38. Los tres eran socios de una pequeña empresa que representaba deportistas: boxeadores y algunos jugadores de fútbol, más que nada. Por ahí conseguían sponsors para el tc. Pero se movían básicamente con jugadores de fútbol y con boxeadores. Tenían a gente metida en varios gimnasios. Se encargaban de enganchar pibes con condiciones, antes de que los agarrara otro. Seguramente estarían tratando alguna cosa con Torrencio. Tal vez cambiando figuritas, armando combates, o algo por el estilo.
A la otra semana fuimos con la mina esta a otra fiesta en el Hotel Intercontinental. Había de todo, hasta un ring en el que habían metido un par de minitas embarradas y también a unos enanos. En otro salón tocaba una banda que hacía covers. Era una fiesta en la que había mucha actividad: se concretaban negocios, se arreglaban algunos asuntos políticos, se cerraban contratos, se traficaban merca y mujeres. Los tres capos que había visto en la fiesta anterior estaban sentados a una mesa también. Esa noche no lo vi a Torrencio. Según tenía entendido había viajado al exterior para arreglar unas peleas. Yo estaba atento, porque en una de esas me tocaba viajar. Estaba entrenando a full y según se comentaba en el gimnasio, Torrencio estaba decidiendo a quién llevar. En la misma mesa estaba sentado Topacio Guerra, un cantante de tango. Un viejo hecho mierda, ni siquiera era la sombra del que había sido en su época de esplendor y éxito. Estaba metido hasta las bolas en las apuestas. Siempre andaba con alguna pendeja que lo vivía. Yo no juzgo a nadie, simplemente hay gente que me gusta y gente que no, gente a la que puedo soportar y otros que me sacan de quicio. Topacio seguía casi todas las peleas, y me había ido a ver unas cuántas veces. Tuvo sus momentos de gloria pero ahora estaba arruinado. Todo lo que tenía lo había tirado a la basura. Se metió en las drogas y en el juego. Siempre mezclado en trifulcas y escándalos televisivos. Calculo que lo aguantaban porque les debía mucha plata. La fruta muy madura no se puede comer y se pudre, pero hay quienes aprovechan todo y hacen compota. Esa noche me topé en el baño con Topacio. Estaba re acelerado el viejo. Me quiso invitar unas líneas, le dije que no, que estaba entrenando, que en unos meses tendría una pelea. Me prometió que iba a apostar por mí. Le agradecí y se metió en uno de los compartimentos. Mientras me lavaba las manos escuché la nariguetada hasta el fondo. No me explico cómo puede aguantar el ritmo alocado de las noches con los años que tiene. En cualquier momento se pasa del otro lado de la raya. Esa noche me crucé con un par de colegas que andaban en la misma que yo: Remolacha Espíndola, Cacique Samudio, y Gallo Riestra. Los cuatros estábamos por pasar a disputar el título. Veníamos muy bien ranqueados. El score de Remolacha era: 20-3- 2, 15 ko, el de Cacique 25-1-3, 21 ko, el de Gallo 21-0-0, 21 ko y el mío 22-2-1, 19 ko. Yo solamente me había enfrentado con Remolacha: empate. Éramos muy pendejos. ¡Qué épocas aquellas! Todo por delante. De los cuatro Torrencio me llevo a mí primero a pelear por el título. El campeón me sentó de ojete en el tercer round. De a uno nos despachó a todos. Después se subieron Remolacha, ko en el primero; Gallo, ko técnico en el cuarto. El único que aguantó los 10 rounds fue Cacique. Dio un gran espectáculo, y hasta lo volteó en el cuarto. Pero lo de siempre. Los fallos parciales se inclinaron por el campeón, que retuvo ocho veces el título de los medianos. Los chicos después siguieron peleando pero no llegaron a nada. Yo me bajé y me puse a laburar para Torrencio. Gallo hoy entrena pibes en un gimnasio de la Paternal, Cacique está en cana por robo a mano armada, y Remolacha es comentarista de box. Cada uno agarró para su lado. Yo no me puedo quejar, mal no me ha ido. Por ahí la pego y me pudo poner el gimnasio. Me encantaría emplearlo a Gallo. A veces nos juntamos a tomar algo, a hablar de aquellos tiempos perdidos, a soñar para atrás.


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