martes, 16 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega veintitrés

A eso de las once de la noche cayó parte de la banda del Loco Mario. Eran cuatro, me los presentó. Carnaza Mercante, Orilla Pérez, Mortadela Machado y la Chata Ventura. Un grupo interesante. En el ambiente, se los llama la banda del chocolate. Le dicen así por la sangre.
Son polenta polenta, no se casan con nadie. Se agarren con los que se agarren las grescas terminaban siempre en un barrial de sangre. Les encanta enchastarse. Pinchan, cortan, tajean. Pocas veces usan armas de fuego. Tienen cuchillos, navajas, sevillanas, facas. Unos locos de mierda. No les importa nada. Son drásticos, no tienen freno. Están llenos de remiendos y de suturas. Son todos chorros. Cuando hacen sus trabajos, matan gente sin necesidad. Clavaban a cualquiera. Es una manera que tienen de marcar a sus víctimas. Me contó Sagio que usan toallas anudadas en una de las puntas. Meten hojas de gilettes en los pliegues del nudo. Así juegan entre ellos.
Esa noche estaban un poco caídos de ánimo. Hacía una semana había muerto Jeroglífico Pastor. Otro cuchillero reconocido. Lo habían emboscado entre cinco. Dicen que pinchó a dos, pero ellos estaban armados, le vaciaron tres tambores de 32 en el cuerpo. El cadáver apareció al otro día en la puerta del taller, adentro de su auto. Alguien lo había conducido hasta ahí, con el cuerpo de Jeroglífico en el baúl. Era un desquite por algo, por cualquier cosa. Hay muchos enemigos de los cuales cuidarse, mucha competencia también. Este tipo de personas terminan convirtiéndose en paranoicos que desconfían de todo el mundo. Orilla me contó que le decían Jeroglífico porque una vez había agarrado a un gordo con un tubo fluorescente. Le dibujó toda la espalda. Le fue rompiendo el tubo a medida que se lo clavaba.
Estaban borrachos. Según dijeron, hacía tres días que andaban de parranda, rindiéndole honores a Jeroglífico. El cuerpo todavía estaba en el taller y pretendían sacarlo a pasear. El Loco se los prohibió: el cuerpo se quedaría donde estaba. Al otro día lo iban a enterrar en las afueras. A la Chata se le ocurrió que me llevaran a mí a ver el cuerpo. No me pareció conveniente negarme, así que fui. He visto mucha muerte como para que me impresione ver un cadáver más. Pero es tan descorazonador ver a un tipo desfigurado por tantos agujeros de bala. Es un espectáculo horrible. Lo tenían en un freezer, en la cocinita del taller. Los cuatro entraron conmigo. Me convidaron de una botella y brindamos por Jeroglífico. Le hablaban al cuerpo, y se pusieron como locos, gritaban y juraban que iban a vengarlo. Yo no sabía qué hacer, estaba realmente desconcertado. Tenían mucha rabia contenida y en algún momento iban a explotar. El Loco nos dijo a todos que nos preparáramos, que en un rato había que ir yendo. El Orilla y Mortadela empezaron a cortar y peinar una piedra de merca. Me convidaron. La merca tenía mucho gusto a mierda. Se los dije, y se me cagaron de risa en la cara. Se la habían mejicaneado a uno de los repartidores de Boligoma Cremona, un tranza boliviano de la villa de Barracas. Se la había pasado su mujer en colectivo con otras mulas. Se las encanutan en el culo, por eso el gusto. La traen directamente de Bolivia. La carga generalmente viene en diez mujeres. Viajan separadas. Desde La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Sucre o Cochabamba hasta Buenos Aires. Van haciendo escala en diferentes lugares. Para él es más barato y menos peligroso hacer ese trabajo de hormiga que montar cocinas, que son más fáciles de descubrir, tanto por la cana como por la competencia. Las rutas y los horarios varían cada vez. Los viajes se hacen cada dos o tres meses, según las necesidades y los pedidos. Las mulas también varían. Boligoma tiene montado una red logística. Se cuenta que llegó a meter treinta mulas en una misma partida. Estudia las rutas, cambia paradas y horarios. Desde Bolivia pasan por la frontera en colectivos de larga o corta distancia. A veces cruzan por Paraguay y de ahí a la triple frontera hasta San Lorenzo, Corrientes y Buenos Aires. No importa cuanto duren los viajes, el asunto puntual está en que nunca se sospeche de las mulas. Las camufla magistralmente. Utiliza menores con sus madres, embarazadas, lisiadas y hasta ancianas. La idea es que no parezcan mulas y que evadan todo interrogatorio. Según se sabe, muy pocas quedan pegadas. Las que son interceptadas saben que están solas.
El negocio de Boligoma es exitoso. Pero no es un tipo pesado. Esta preparado para absorber los robos. Eso es cosa sabida. Jamás se venga. Ahí está la fuga del negocio, no se cobra los robos, cosa que generalmente pasa entre las bandas de narcos. Se hacen respetar. El Loco le había ido a ofrecer hacía poco, seguridad a Boligoma, pero la había rechazado. Por eso los muchachos pusieron a un tranza suyo.
Esa merca enmierdada les cayó para el culo y a mí también. Empezaron a subir el tono, se insultaban entre ellos. Carnaza le pegó una cachetada a mano abierta a Orilla porque le había puteado a la madre. Sacaron cada uno un cuchillo y se trabaron. Nadie intentó separarlos. El mismo Loco Mario los vitoreaba. Se entraban fuerte y al cuerpo. Peleaban como cuchilleros. Nada de jueguitos, cualquiera de las puñaladas que entrara directo cortaría a cualquiera de los dos. Orilla tiró una estocada, carnaza se la pudo tapar con el pulóver que tenía enroscado en el antebrazo derecho, y le tajeó el brazo izquierdo a la altura del hombro. El Loco gritaba que quería chocolate, más chocolate. Orilla tiró dos o tres puñaladas seguidas al bulto, y Carnaza le picó la mano con un puntazo, haciendo que soltara el cuchillo. Ahí terminó la cosa. Se fueron abrazados y a los besos hasta el baño, a limpiarse la sangre para ir a la carrera. Sagio se quedaba, me dijo que me cuidara, que corriera tranquilo, el auto era una nave, solo tenía que acelerar a fondo. Correr en una picada no es tan difícil, sólo hay que apretar el acelerador y mantener la estabilidad del auto. Le agradecí sinceramente. Le habré caído bien o tal vez pensaba que eran mis últimos minutos de vida. Yo no soy de paranoiquearme. Sé controlar mi nivel de ansiedad. Transito todo paso a paso. Espero que algo suceda para accionar. Sé que no es recomendable, pero yo siempre espero que el otro lance primero el manotazo.
Orilla y Mortadela irían con el Loco en su auto, con el batán enganchado donde estaba el camaro que yo tenía que correr.


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