jueves, 31 de julio de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega dos

Y acepté. Tiraron una cifra y me pareció buena. No estoy como para andarme con vueltas. Mañana tengo que pasar por la oficina de Torrencio, se me darán las instrucciones y a trabajar. Es cuestión de tomarse todo con calma, y también con cautela. En estos trabajos no hay mayor preparación que estar dispuesto. Nunca se pisa sobre seguro, eso está claro. De todas formas hay que saberse parar, y sobre todo tener paciencia. El arrebato está muy en boga en estos días, todo parece atender a impulsos irrefrenables, pero yo no me contento con eso. Yo prefiero ser la reacción en la cadena causal. Igual esto no es una ciencia y a la hora de los bifes, uno puede actuar de diferentes formas. Yo tengo un método y me preocupo por no transigirlo, pero también sé que a veces el tiro puede salir por la culata y también hay que estar preparado para eso.
Un matón que no sabe pararse es una bolsa de papas. Es lo primero que miro cuando alguien se me planta delante: ¿cómo está parado? De ahí en más la cosa puede tener variantes inesperadas, pero si uno está bien adherido, si se tiene buen grip, es más difícil la volteada. No es imposible, siempre aparece uno mejor dispuesto, y bueno, las posibilidades son varias. Lo otro, es saber dominar los nervios. Estar tranquilo, no tirar zapallazos porque sí. Todo es cuestión de segundos, y entonces hay que aprovechar las oportunidades al máximo. Ya cuando se arma la rosca, hay que estar atento a los hombros del otro. Los hombros delatan milésimas de segundos antes dónde va a ir la mano. No es fácil. Todo está en el oficio que da la práctica y el entrenamiento.
Hay mucha gente que tiene buenas condiciones para la pelea, pero no pueden controlar el temblor de piernas, y eso es fatal. Los nervios son la peor cosa que puede pasarle a toda persona que pretenda pelear. No digo que no pueda eliminarse, pero es todo un trabajo. Porque hay algo que produce el temblequeo: el miedo. Muchas veces está tan arraigado que hay que extirparlo, arrancarlo de cuajo o dedicarse a otra cosa. El miedo básicamente tiene que ver con el temor al daño físico. Un peleador gusta del dolor y hasta lo disfruta. Se para frente a otro y está dispuesto a pegar duro, pero también a recibir golpes. En el judo lo primero que se enseña es a caer. En el box se aprende a pararse y a defenderse. Hay que saber soportar el dolor para luego producirlo.
Las transas se llevan a cabo en los lugares menos pensados. Hay sitios en los que es evidente que se cuecen habas, y se cuecen nomás. Pero hay tapaderas, puertas oxidadas que dan a salas vacías, monigotes parados las veinticuatro horas cuidando alguna cosa que el ciudadano común ni se imagina. De pronto aparecen tipos trajeados, con un bulto en el sobaco. Yo estoy acostumbrado a moverme en agua barrosa, soy pez de charco, bagre de alcantarilla. Y como yo, muchos, cada vez más. Es que últimamente casi todo se dirime de esa forma. La violencia y el apriete han llegado a lugares impensados. Se cierran negocios turbios en el centro, se reclutan un par de pesados, y asunto arreglado.
Torrencio tiene sus oficinas en pleno centro. Me tomé un café, esperé a que se hiciera la hora de la cita, pedí prestado el teléfono del bar, y avisé que ya estaba abajo. Me vinieron a ver dos muchachotes con un sobre. Nunca pero nunca te hacen pasar a sus oficinas. Siempre es así: un llamado en el que se indica hora y bar, y listo. Estas cosas y otras tantas se tratan en bares cercanos a sus oficinas. Yo no sabría señalar cuál es la dirección exacta de las oficinas de Torrencio. Si la cosa se pudre y me como un apriete de la yuta, no tengo nada que decirles, tan sólo soportar el dolor. En definitiva soy un mierda que no vale nada, y eso ellos lo saben muy bien: la yuta y los que me pagan. Por eso me llaman. El sobre tiene una foto, direcciones y horarios. Es un trabajo fácil. Una intimidación que no supone ningún peligro, o eso es al menos lo que parece de entrada. Veremos cuando se haga. Tengo una semana para concretar todo. Cuando se haga, llamo y cobro.


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sábado, 26 de julio de 2008

Apercat Gutierrez-Entrega uno

La ciudad es un devenir, un continuo flujo de diversidad. Estoy en un bar, frente a la obra social de boxeadores. Debería estar abierta, pero está cerrada. Necesito unos papeles. Es sábado y hace frío, la calle sin embargo se mueve con pereza, pero se mueve. Hace unos meses que me vengo comiendo las reservas. Ayer me llamaron por un trabajo.
Hace rato que no entreno a nadie. Hay que tener contactos para moverse en el río correntoso del entretenimiento deportivo. Y yo fui poco a poco, casi sin darme cuenta, perdiendo los contactos que pude hacer en mis días de gloria. La caída en desgracia espanta a los amigos ocasionales, y cuando uno no tiene más que eso, al final, se queda solo, como si estuviera apestado.
La vida en sí misma no vale nada. Cualquiera te puede matar por nada y a mí hace tanto que me mataron que yo ni me acuerdo lo que es estar vivo. Después de mi última pelea, trabajé en distintas agencias de seguridad: en casas de empresarios, en supermercados, y durante dos años, como custodia en un camión de caudales. Trabajar con plata ajena es una de las peores cosas que le pueden pasar a un muerto de hambre. La codicia crece sin que uno lo perciba. Todos los que tienen contacto directo con el dinero que no poseen, en algún momento, de manera inconsciente al principio, pero patente después, comienzan a elucubrar un plan. Algunos roban en pequeñas cantidades imperceptibles, otros desmenusan las posibilidades pacientemente hasta que creen encontrar el momento perfecto. La soledad es lo más recomendable a la hora de delinquir. Siempre hay un chivo expiatorio, una válvula de escape, alguién que sala demasiado el estofado. Siempre me he movido solo. La soledad ajusta el instinto y el modo en el que uno percibe las cosas que lo rodean.
Ahora estoy desempleado. Y no me queda mucho dinero. Siempre he caído parado, y nunca tuve que tocar fondo. Me han bajado el copete varias veces, pero siempre pude ponerme de pie y seguir con la vida insignificante que llevo.
Ayer me llamó Torrencio Beltrán, jefe de seguridad de Americo Rucci, dueño de cinco restaurantes, y de cuatro discoteques. Claro que tanto los restaurantes como los boliches son la pantalla de algo mas grande y mas rentable que se esconde detrás. Si me llamó Torrencio, es porque me quiere emplear en algún trabajo sucio. Para las cosas tranquilas, se arreglan perfectamente con algunas de las empresas de seguridad que maneja el mismo Torrencio. Para las otras cosas, llaman a gente de la que, en el caso de que fuera necesario, es fácil deshacerse.
Ahí entro yo en la historia. Esto que escribo, lo escribo como un reaseguro, como una salvaguarda en caso de que me meta en quilombos. Igual, llegado el caso, con esta gente no hay santo que intervenga. De todos modos he aprendido a moverme en aguas turbulentas.
Mañana tengo que llamar si me interesa el trabajo. No me dijeron de qué se trata. Nunca se informa eso, hasta que uno ya está metido. Es lo usual. Mañana voy a responder que acepto, estoy tan tirado que podría aceptar cualquier cosa.



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