domingo, 21 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega veintisiete

El Loco después de darme las últimas las instrucciones sobre el auto me dijo que yo no me preocupara por nada, que la cosa iba a ser muy fácil. Ninguno de los tres autos que participaban estaba mejor preparado que el camaro. Calculo que me habrá querido dar ánimos, pero sus palabras me intimidaron aún más. Este tipo de persona cuando habla parece estar dando órdenes terminales. En su modulación está la seguridad de lo que son capaces de hacer si las cosas no salen como tienen que salir.
Esa noche no sólo había autos del estilo del camaro, como chevrolets, torinos o valiants. Había Fiats 128, Volskwagens Gol, Peugeots 504, Renaults 18, Fords F 100, Escort y Ka; también había unas cuantas motos, que son además las que sirven para custodiar y avisar si aparece la cana, además de participar también en las picadas. Había una Meel LG 150, una Honda CG 125, unas Zanellas RX 150, una Wabell NF100, y otras que no pude identificar.
Todos, autos y motos bien pisteros. Con cuentavueltas. Algunos autos alcanzan velocidades entre los 220 y los 240 kilómetros por hora. Y las motos a veces un poco más. Todos detrás de la emoción emancipadora que les da la velocidad. La caravana del peligro al borde de la ilegalidad.
Me subí al auto y empecé a dar unas vueltas para calentarlo, tal y como me había sugerido Sagio que hiciera. Parecía que estaba montado sobre un toro. Cada acelerada era un bufido estremecedor que hacía temblar toda la carrocería. Yo no soy muy fierrero pero sabía perfectamente que estaba subido arriba de una máquina tremenda, con una potencia infernal. No me sentía con la capacidad suficiente como para soportar el brío poderoso. El motor sonaba como si fuera un camión. El auto verdaderamente me contagió su energía y me sentí por primera vez capaz de ganar la carrera. Cuando volví a la zona de picadas, los tres autos que iban a correr estaban estacionados en línea, como esperándome. Me acerqué a ellos y el chevrolet me hizo señales de luces. Le respondí de la misma manera, haciendo parpadear las luces. Se puso en marcha, el chofer sacó un brazo y me hizo señas como para que lo siguiera. Ya estaba todo dispuesto. Había llegado el momento de la verdad. Me puse a un lado del chevrolet. A mi derecha estaba el dodge polara, y al extremo el falcon. Los cuatro aceleramos a fondo. Un tipo que tenía una bandera se acercó y nos dijo que la carrera sería de ida y vuelta, que el mismo lugar de la largada era el de llegada. Nos deseó suerte y nos dijo que a la bajada de bandera se largaba. Caminó unos metros delante de las trompas de los autos. Había una tensión que hacía rato no sentía. De alguna extraña manera sentí lo mismo que cuando me sacaban el banco y sonaba la campana del primer round. Arrancamos. Era una recta de unos mil metros, eso es lo que me había avisado el Loco. Diez cuadras de ida y diez de vuelta. Me coloqué en segundo lugar. Adelante iba el chevrolet, atrás el polara y el falcon. Los cuatro autos caminaban bastante parejos. La carrera estaba para cualquiera. No lo podía creer cuando miré el velocímetro: 180 y subía. No podía dejar que se me alejara el chevrolet, así que lo pisé más. Usaría el nitrógeno a la vuelta. El falcon quiso hacer una maniobra para metérsele al dodge, pero tuvo que clavar las guampas porque casi se estrola contra el guardaraid. El dodge se me puso mano a mano, trompa con trompa. Pude ver al piloto, un gordo rapado a cero que sonreía con malicia. Lo pisé a fondo y evité que me pasara. El chevrolet seguía adelante y se alejaba cada vez más. Cuando quise acordar ya estaba pegando la vuelta, casi paso de largo, desaceleré y se me metió por el costado el polara. Una cagada, tendría que recuperarme porque sino se me iban a escapar los dos. Me le chupé al polara, ya estaba por metérmele por un espacio que me había dejado libre a su derecha cuando escuché detrás unas sirenas. Tres autos civiles con sirena al techo. No sabía que hacer, no sabía que se hacía en estos casos. Vi que el chevrolet aminoraba y se metía por una bajada, mientras que el del polara seguía derecho y desaparecía. Pasé por la línea de llegada y ya casi no quedaba gente de a pie. Un gran alboroto y corridas, una gran dispersión de autos. Me metí por una calle transversal. Tenía pegado a uno de los autos de la cana. Pude haber parado, pero me imaginé que al Loco no le gustaría nada que le incautaran el auto, entonces aceleré a fondo. Era imposible que me agarraran con un auto preparado. Por lo que escuché después, generalmente en los operativos de control no usan patrullas, porque en los alrededores siempre hay gente vigilando que no se acerque ningún policía. Tenía que meterme en una avenida y poner el auto al taco para perderlos, si seguía en calles normales me podrían taponar con otro auto y cagarme. Agarré Cabildo, el auto casi me tocaba el culo. Había dos canas adentro. Pasé tres semáforos en rojo. Por el retrovisor vi como se quedaban atrás, casi chocaron con un colectivo, me metí por un par de calles y los perdí. Enfilé para el taller del Loco, quería guardar el auto cuanto antes. Todavía no sabía si había ganado el dodge o si se suspendía todo. Necesitaba un par de tragos y que alguien me aclarara las cosas. Estaba asustado, si me agarraban todo se iba a complicar. Llegué al taller, el portón estaba cerrado. Una cagada si no había nadie. Yo no tenía el teléfono del Loco. Qué iba a hacer con el auto toda la noche. Pensé en meterlo en una playa y esperar para ver qué hacer. Por suerte estaba Sagio, que me abrió el portón para que metiera el auto. Fuimos a la oficina. Estaba tomando whisky y mirando televisión. Me ofreció un vaso y por fin pude sentarme y relajarme un poco. Le conté lo que había pasado. Me dijo que estaba al tanto, el Loco lo había llamado para avisarle que seguramente yo pasaría, que él en un rato se iba a aparecer. La carrera se había suspendido. Nadie gana cuando hay desparramo. Respiré aliviado. Estuvimos hablando de autos. Me contó la historia del camaro que corrí. Había caído al taller hacía unos años. De solo verlo el Loco le pidióque lo preparara.. Sagio hizo un muy buen trabajo. El auto lo habían llevado para desarmarlo y venderlo por partes. Sagio reconstruyó la carrocería. Había conseguido piezas originales. Todo lo que le había puesto era original de fábrica. Después, claro, hubo que hacerle arreglos para que alcanzara mayores velocidades que las que puede alcanzar un camaro común. Estaba orgulloso de su trabajo. Le dije que el auto verdaderamente era algo especial. Lo sentí rugir y me contagió una energía poderosa. Al rato cayeron el Loco, Orilla y la Chata. Mortadela y Carnaza se habían perdido por ahí. El Loco vino directo a mí, y me felicitó por la prestancia y la buena predisposición. Le dije que no me había dejado mayores alternativas. Se cagó de risa y me dijo que nunca hay demasiadas alternativas. Y tenía razón. Había sido una noche con muchos sobresaltos, una noche distinta, en la que había aprendido bastantes cosas. Eso siempre es bueno. Me dijo que al otro fin de semana iban a haber otras picadas callejeras, que si me interesaba estaba invitado, esta vez sólo como espectador.
Todo terminó bien. A veces tengo un culo que no me explico. En tantos quilombos que ando metido y casi siempre caigo bien parado. Tal vez no sea suerte, sino destreza. Un poco tengo que creérmela. He salido de tantas. Me la han dado varias veces también, pero siempre salí entero, bien parado. Un poco maltrecho pero al tiempo me recupero. No dejo que nada me deprima. Hay que pegarle siempre para adelante, pase lo que pase. Con esta gente si me amilano estoy muerto.


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