martes, 16 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega diecinueve

Dejamos el auto en an la playa de estacionamiento de Retiro y nos metimos en la terminal. Toronja me puso al tanto de todo. Hacía unos meses que estaba tratando con una gente que pagaba por adelantado. Eran unos organizadores de fiestas, empresarios de la noche. Cada mes le compraban marihuana de muy buena calidad y merca colombiana. Eran tan exigentes como buenos pagadores. Esa era su oportunidad de sacar partido. Estos tipos tenían buenos contactos y eso le podía rendir de mil maravillas. Toronja pensaba expandir el negocio hacia las drogas de diseño, para lo cual necesitaba un buen capital para entrar en contacto con algunos laboratorios. Esta gente ya le había pagado el encargo como de costumbre. Toronja nunca había tenido problemas, y no es que se tratara de gente peligrosa, pero le preocupaba perder el contacto. Ya estaba atrasado uno semana, y no se podía dar el lujo de perder ni un día más. Es por eso que se le ocurrió llamarme. El puntero que le hacía de intermediario siempre le conseguía buena cocaína y marihuana punta roja, skunk y super skunk. Hacía unos días que lo estaba buscando, pero el celular estaba muerto. Pasó un par de veces por la casa pero no se animó a tocar timbre, había visto un auto estacionado, con unos tipos adentro: mala señal. Cuando fue al bar de Lezama, en donde el puntero solía parar, se enteró que había caído y que estaba hasta las pelotas. De inmediato cambió de celular, si tenían el del puntero, habría muchas llamadas hechas desde su número y no es bueno arriesgarse. Cuando empezó a pensar cómo zafar y no perder a los clientes se acordó del transa de la 31 que plantaba buena marihuana. Por la coca tenía otros contactos que lo podrían sacar del apuro, tal vez no fuera tan buena como la que conseguía el puntero, pero para zafar le alcanzaba. Antes de entrar a la villa volví a llamarlo a Vicente y le pedí que nos mandara a alguien para guiarnos. Le dije que nos encontraran en el café de la estación de retiro, hacía un frio de cagarse y queríamos calentarnos. Nos tomamos unas cañas y al rato aparecieron dos pendejos. Yo a uno lo conocía, porque había entrenado en el gimnasio de Tolo Villar, entrenador que conocía de mis tiempos de amateur. Tolo era de la camada de mi tío, y también lo conocía a Torrencio, que ya le había colocado a un par de pupilos en la Federación. Les preguntamos si querían tomar algo, me dijeron que no, que en lo de Vicente había de todo, que nos apuráramos, que se habían tenido que levantar de la mesa justo cuando estaban de buena racha en el truco.
Salimos del bar y nos metimos por la Avenida Ramos Mejía hasta Padre Mújica. Caminamos unas cuantas cuadras y entramos por un pasillo, al costado de unos contenedores, y de ahí al laberinto. Me jacto de tener buen sentido de la ubicación, pero en las villas me pierdo como si nada. Las fachadas me parecen todas iguales, no puedo diferenciar una casa de otra, y eso es fatal para orientarse. Caminamos un buen rato hasta que vimos que los pendejos se metían a un almacén con mesas de pool. Nos pidieron que esperáramos afuera. Esperamos un rato, lo que nos duró un cigarrillo a cada uno. Los pendejos salieron con dos chicas, una morocha y una rubia teñida, petizas, y bastante feas, pero con un culo impresionante cada una. Las saludamos con un beso y nos fuimos los seis, derecho por una de las calles internas de la villa. Por fin llegamos a lo de Vicente. Entramos y vimos que había bastante gente. Vicente vive en la villa como si fuera un magnate, cosa que al perecer es. Da mucho trabajo, paga protección, a los fines prácticos es intocable. Nos saludó como a viejos amigos y nos invitó con algo para tomar. La habitación a la que pasamos era una especie de sala de estar gigante construida recientemente, con las paredes todavía con el fino y sin pintar. Alrededor de una mesa redonda estaban sentados los muchachos que trabajan para Vicente. A dos de ellos los conocía de antes: Cebolla Nardi, un experto en trafico de semillas de todo tipo: canabis, opio, amapola, hachis; y Lija Chamorro, un transa de la Paternal, amigote del Turco Abud. Es terrible como todos estamos vinculados y relacionados de alguna manera. A los otros, Vicente los presentó como la banda anti yuta, eran los que se encargaban de hacer lo que el mismo Vicente definió como Inteligencia de entre casa. Tenían un par de agentes arreglados que batían si se iban a hacer allanamientos y otros procedimientos policiales.
Estaban jugando al truco por plata. Las dos chicas que habían venido con nosotros pasaron directo a una piecita que tenía Vicente al costado de la sala en la que estábamos. Dos de los de la banda anti yuta se levantaron y pasaron con ellas. Cebolla y Lija tomaron sus lugares en la mesa de truco, y también los dos pendejos que nos habían llevado. Toronja, Vicente y yo pasamos a un cuartucho húmedo de piso de tierra apisonada. Allí tenía Vicente la mercadería. Preguntó cuánto quería de skunk. La droga estaba envuelta en paquetes de nylon cubiertos por otras bolsas negras como de consorcio. Toronja tenía un bolsón negro. Ahí metió los paquetes que Vicente le fue pasando. Era mucha marihuana, si nos llegaban a agarrar con eso encima, no comeríamos unos cuantos años. Eso es algo que me jodía bastante, pero ya estaba en el baile, y no podía salirme. Lo que me quedaba era ver que todo se hiciera correctamente y que no hubiera ningún problema. Toronja le dio la plata, Vicente la contó, y fin de la operación. Por el momento todo iba bien. Intercambiaron teléfonos para una futura compra, y salimos del cuarto. Vicente nos ofreció un poco de la yerba, para que la probáramos y supiéramos de su buena calidad. Nos explicó que era un híbrido, dulce, potente y sinergético, una variedad que estaba experimentando y que salía mucho. Yo no acostumbro a fumar, pero estaba un poco nervioso, tendríamos que cruzar toda la villa con unos cuantos quilos encima, y llegar hasta el auto, para ir hasta casa a buscar a la rubia y que los dos siguieran su camino. Parecía fácil, pero las cosas no siempre los son. Nos quedamos un rato más en la casa de Vicente. Se ofreció a llevarnos él mismo en su land rover hasta el estacionamiento, por lo que le aceptamos el faso y unos cuantos vasos de whisky importado. Nos tranquilizamos y estuvimos hablando un rato de boxeo y de drogas. Era un gran conocedor de ambas cuestiones. De la villa salen drogadictos y boxeadores a cada rato, las dos cosas son un muy buen negocio, si se las sabe llevar. Nos dijo que anda con ganas de representar un par de pibes que había visto pelear, pero por el momento no puede dejar lo otro, tiene unos cuantos compromisos que no se lo permiten. Estábamos hablando lo más tranquilos cuando escuchamos unos gritos que salían del cuatro en donde estaban las chicas atendiendo a dos de los muchachos. Salió uno de ellos agarrándose el bulto, diciendo que una de las putas le había mordido la pija. Vicente se metió en el cuarto y vio lo que todos vimos cuando lo seguimos, una de las chicas estaba en la cama, toda ensangrentada, con el rostro destrozado, la otra estaba en una silla, inconsciente, atada y amordazada. El otro tipo estaba en un rincón, con la goma todavía hinchándole las venas, y con la jeringa colgando del brazo, totalmente dado vuelta. Vicente salió del cuarto, agarró al que tenía la pija sangrando, y lo re cago a patadas. Se lo tuvimos que sacar porque si no lo mataba.
Cuando la cosa se calmó, nos pidió mil disculpas, le dio la llave a Cebolla y le pidió que nos llevara hasta donde estaba el Auto de Toronja. El skunk me había pegado durísimo y estaba totalmente atontado. Llegamos al auto y nos despedimos de Cebolla. Pagamos el ticket del estacionamiento, Toronja metió el bolsón en el baúl y fuimos para mi departamento.
La casa era un bardo, música a todo lo que da, gente que iba y venía, botellas por todas partes, todo tirado. Lo primero que hice fue echarlos a todos. Uno me quiso prepotear y lo saqué al pasillo de los fundillos del culo , bajó las escaleras rodando. Después de eso todos bajaron tranquilamente, viendo que hablaba en serio. Toronja me pidió mil disculpas y se fue con el malón de gente. Le dije que estaba todo bien, pero quería estar solo, que entendiera que no me puedo dar el lujo de tener a desconocidos en casa. Por supuesto que entendió perfectamente lo que le decía y se fue sin rencores.


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