martes, 16 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega veintidós

Una noche pude saborear el regusto a bilis de mi cobardía. Caí en el taller del loco Mario. Tenía esos talleres como pantalla, era uno de los tranzas de más renombre en la zona de Palermo. El taller quedaba, no sé si todavía estará, calculo que sí, en la calle Conde o Gorriti, bajo el puente de Juan B. Justo. En el taller se rectificaban motores y se preparaban algunos autos para picadas. Era un taller muy bien puesto. Desde ahí manejaba muchas de las transas del barrio y alrededores. Yo tenía que reventar un auto que me había dado Torrencio. Supuestamente le pertenecía a uno de sus empleados. Se había mandado una cagada y el coche tenía que desapararecer. Yo no pregunté demasiado. Torrecio mismo me dio el dato del taller del Loco Mario. Me dijo que tuviera cuidado, que era un sádico de mierda. Que me cuidara mucho de contrariarlo. Yo tenía que llevarle el auto y nada más. Ni siquiera tenía que hablar de plata, eso estaba arreglado de antemano con Torrencio. Le dejé el auto a Sagio. Era el encargado del taller, el que se ocupaba de todo lo referente a los coches. Estaba al frente de un grupo de pendejos que la tenían reclara. Él mismo los había reclutado de diferentes talleres de la ciudad. Cortaron el auto en quince minutos, delante de mí. Los autopartes los colocarían en Warnes y a otra cosa.
Hasta ahí todo iba muy bien, pero cometí un error, hablé de más. Le alabé a Sagio uno de los autos que había en el taller: un chevrolet camaro amarillo. Al pedo, por decir algo nomás, si ni siquiera me gustan los fierros. De la ventana de una oficina de arriba se asomó una cabeza enorme. Me miró y no dijo nada. A los segundos lo vi bajar por la escalera caracol que daba de la planta alta al taller. Me preguntó si me gustaban los autos y le contesté que no mucho, que sólo algunos. Me preguntó si me gustaba ése que estaba en el taller. Le contesté que sí. Era horrible verlo a la cara. Yo no sabía si mirarlo o evitar su mirada. Opté por mirarlo. Pareció molestarse mucho.
Es un basilisco, no necesita mayor aliciente que las ganas de hacer daño. Le encanta la sangre. El Loco Mario es la desmesura en estado puro, total. Trabaja día a día la sofisticación de una crueldad típica en los psicópatas. Es un toro sin conciencia. No siente ni culpa ni remordimiento. Puede comer con las manos ensangrentadas. Es uno de los peores asesinos que yo vi en mi vida. Un mastodonte de dos metros que pesa ciento diez quilos. Tiene media cara quemada. En una vendetta le habían echado soda cáustica. Se metió con Fanta Piazza, una madama de Flores. Madre, además, de los mellizos Piazza, dos violines de primera. Proxenetas de alto rango. El Loco Mario se había propasado con una de las chicas de Fanta y eso no se lo podían perdonar así como así. Fanta mandó a la banda de los mellizos a que ajustaran cuentas con el Loco. La pelea fue una batalla campal. Una verdadera carnicería. Murieron como veinte personas. De los dos lados. El Loco le había desfigurado el rostro a una polaquita que trabajaba de puta en uno de los boliches de Fanta. Le hizo un par de tajos con navaja. En uno de los cortes le vació el ojo izquierdo. En medio de todo el quilombo que se armó en la calle del taller del Loco Mario, los mellizos lo buscaron, lo encontraron, y se cobraron la deuda. La solución salomónica propuesta por Fanta había resultado todo un éxito. Le vaciaron una botella de soda cáustica en el ojo izquierdo.
Me dijo que esa noche el auto que me gustaba tanto iba a correr una picada, y que me invitaba a que fuera con él y lo corriera yo mismo.
Me excusé y enfureció. En eso uno de los mecánicos salió al cruce diciendo que le había pedido expresamente a él que corriera esa noche, que había trabajado mucho para prepararlo. El Loco Mario lo agarró y le puso una sevillana en el cuello. No vi cuando ni cuando la sacó. Me dijo que si yo no corría me tendría que hacer cargo del cuerpo del pendejo. No era para tanto, pero este tipo de gente no es demasiado razonable, ni muchos menos medida. Obviamente acepté. Pero había un detalle, porque la apuesta subió repentinamente. No sólo tendría que manejar el coche sino que también tendría que ganar sí o sí, porque había mucha plata en juego. Le dije que yo no era un buen conductor, cosa que es cierta. No le importó demasiado, parecía divertirse con la idea. Le gustaba medir a la gente que lo rodeaba. Ya me lo había advertido Torrencio. En otro contexto me le paro de manos a cualquiera, pero me comí los mocos, y le dije que se haría lo que él quisiera y que ganaría la carrera como fuere.
Durante el transcurso de la noche me trató cordialmente, me ofreció lo que quisiera. De pronto la oficina de arriba, en donde esperaríamos la hora de la carrera, se llenó de putas, de botellas y de merca. Dije que sí a todo. Me relajaba con una de las chicas y en seguida subía con la merca, bajaba con el whisky y volvía subir y así, cuatro o cinco horas. Yo había llegado al taller a eso de las seis de la tarde. La carrera sería a la una de la madrugada. Estaba re puesto, ansioso, vasodilatado, cagado de calor. Ni sabía cómo iba a correr y encima ganar con un auto ajeno. Sagio me llevó aparte y me dijo que era imposible que yo ganara esa carrera, que más me valía rajar en cuanto el Loco Mario se distrajera. Le dije que si hacía eso, él me encontraría y que sería peor. Trataría de ganar. Me dijo que no había posibilidad de que me escapara si perdía. Insistí en quedarme, ya estaba jugado. A veces las cosas pasan y uno no tiene más que aceptarlas y participar.
Sagio me dijo que el auto estaba a punto. Que si lo llevaba bien en una de esas tendría posibilidades. En el taller le cambiaron el árbol de leva, le pusieron pistones potenciados, aros super medida y habían cepillado la tapa del cilindro. Tenía un equipo turbo de inyección de nitro, le bajaron la suspensión y le pusieron llantas de talón bajo. Sagio me contó que el auto tenía unos cuantos miles encima. Una caja de cambios de relación larga para cuarto de milla con engranajes nuevos.
Si alguien desea lograr más potencia tiene que aumentar la fuerza sobre los pistones. Es necesario mejorar la combustión, hacerla más eficiente de lo que es. Cambiando el carburador es posible aumentar el torque. Torque, significa fuerza de palanca ejercida desde el pistón sobre el cigüeñal. Es la fuerza capaz de ejercer un motor en cada vuelta. El giro de un motor tiene dos características: par motor y velocidad de giro. Por combinación de ambas se obtiene la potencia.
Con un carburador más grande o con dos, se dispone de mayor explosión. Si se aumenta la alimentación para mayor combustión se necesitará un sistema de escape. Ahí se colocan headers, dos ductos individuales. Muchos de los autos que vi esa noche tienen computadoras. Es increíble lo que le meten. Usan un sistema de frenos antibloqueo que impide que se traben las ruedas durante la acción de frenado. Tienen sensores inductivos en cada rueda midiendo las revoluciones. Una central electrónica procesa las señales y define cuando una rueda tiende a bloquearse, entonces actúa sobre un modulador hidráulico para reducir la presión en el freno de la rueda que tiende al bloqueo. Luego, el sistema restablece la presión del freno. El sistema de frenos antibloqueo reduce las distancias de frenado pero mantiene el control sobre el vehículo. Igual se estrolan muchos. La velocidad es algo peligroso. Estos tipos necesitan estar todo el tiempo al límite. Una maniobra demasiado justa y chau. Pero no les importa, ponen los autos al taco y a volar.
La idea es llevar a los autos comunes a máximos niveles de exigencia. Para eso es necesario aligerar las piezas evitando el desgaste. Se necesitan piezas más sofisticadas y eso cuesta plata. Las piezas standard de fábrica resultan buenas para un uso normal del vehículo, si se lo va a exigir, hay que poner plata. Es por eso que muchos de los que tienen autos preparados y tuneados, son delincuentes.
Sagio me explicó que un motor exigido desarrolla más calor, para lo que hay que controlarlo con refrigerantes apropiados, cambiar el radiador y agregarle uno para el aceite. La gente que tunea su auto se vuelve un esclavo de la máquina. Trabajan para adecuar el auto a nuevas exigencias. No viven para otra cosa. Todo vehículo a motor modificado debe estar homologado según la ley para circular por calles y rutas Con las alteraciones no siempre se logra circular legalmente. Sirenas, y ópticas demasiado potentes, escapes libres, propulsión a nitrógeno, velocidades que se prueban del otro lado de la línea, en donde no importa que los semáforos estén siempre en rojo. Las picadas callejeras tienen un plus de adrenalina en comparación con las carreras de autódromo.
Sagio me recomendó largarlo a fondo. La primera sirve para fuerza de arranque y tenía que llegar a la quinta a máxima velocidad. Antes de meterme en alguna de las picadas tenía que andarlo un rato, para calentar el cardán, la grasa de caja y las ruedas para el agarre, si lo metía en frío seguramente lo rompería todo. Solo me restaba esperar y tratar de ganar.


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