domingo, 14 de septiembre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega diecisiete

Montero Lobato era un criminal organizado. Siempre le gustó planificar, estudiar bien el armado de los negocios que pretendía montar. Era bueno en eso. Lástima su temperamento. En el ambiente le decían Milanesa de potro, por lo nervioso. De la nada, por insignificancias, perdía los estribos. Era bravo. Cuando se calentaba armaba unos zafarranchos impresionantes, y nadie lo podía parar. Lo mejor era estar lejos de la onda expansiva de sus enojos. Encima era bastante pesado, se la bancaba con cualquiera. Fue él quien me enseño a romper falanges. Cuando hay que apretar a alguien pero no se lo puede dañar mucho, lo más fácil es romperle un dedo. Es el abc de la mafia. Lo más recomendable es forzar el nudillo entre falange y falangina. Es muy doloroso. Un argumento que hace entrar en razón a más de uno. A veces hay que apretar a alguien pero la recomendación es no hacer alboroto, y no lastimar demasiado. Entonces quebrar dedos es lo más efectivo. Montero conocía muy bien su trabajo, pero no le gustaba trabajar de matón para otros. Tenía buena cabeza y siempre estaba metido en algún negocio que le redituaba lo suyo.
Cierta vez tuvo un plantel de sirvientas, las hacía rotar de casa en casa. Levantaba paraguayas, bolivianas o peruanas de las villas. Siempre extranjeras indocumentadas. Les hacía hacer documentos falsos, truchaba referencias o las compraba, y colocaba a las chicas en casas de zona norte o en algunos countrys. Trabajaban durante un tiempo en las casas, estudiaban los movimientos, los horarios. Cuando estaban solas revisaban hasta encontrar cosas de valor. Básicamente se concentraban en joyas y en dinero líquido. Cuando Montero les daba la orden, las chicas robaban, le entregaban todo, él les daba la parte prometida, y las libraba a su suerte. Nunca las volvía a contratar. La oferta de chicas era suficiente como para arriesgarse a que alguna fuera reconocida y cayera toda la organización. Hizo buena plata. Con eso estuvo metido como dos años. Pero era un tipo calculador e inteligente. Nunca estaba mucho con un negocio. Cambiaba cada tanto. Decía que no había que ser sobón y cebarse, porque así es como se cae en cana. Cuando uno se engolosina se ciega, y eso es fatal. Cuando yo lo frecuenté estaba metido en un asunto de falsificación de tarjetas de crédito. Tenía un socio más loco que él: Judío Rocamora. Era un prestamista bastante particular. Prestaba sin límite y con intereses que se acrecentaban conforme pasaba el tiempo. Tenía matones para los cobros y los aprietes, pero cuando la cosa se salía de curso y la plata que le adeudaban era mucha, él mismo visitaba en persona a los clientes. Si se molestaba no era para charlar. No se andana con demasiadas vueltas. Los circuncidaba, lisa y llanamente. Después de eso, todos conseguían el dinero y saldaban la deuda. Tipo complicado, todavía no entiendo por qué Montero se asoció con él. Por lo que yo sé, siempre le había gustado trabajar solo. Contrataba gente para sus negocios claro, pero era él el único que decidía todo. Para lo de las tarjetas necesitaba un socio que tuviera contactos dentro de Visa o Mastercard. Y Judío era el hombre indicado. En estas cuestiones, un socio también puede ser un chivo expiatorio. Y en este caso así fue. Montero era sobrio. Vivía bien, pero sin ostentar, nunca le había gustado llamar la atención, salvo cuando levantaba presión, cosa que no podía controlar. Judío en cambio era de vestirse bien, manejaba coches caros, tenía varias propiedades a su nombre, se había metido en el mundillo de la farándula. Iba de boliche en boliche con putas y escolta. Era un quilombero de lo mejor. Entraba a un boliche y siempre tenía a su disposición minas, drogas y lo que quisiera. Con lo de las tarjetas falsificadas cayeron los dos. Primero agarraron al contacto de Judío en Visa, después a él y cantó. Cuando Montero se enteró de que Judío estaba en cana, tiró las planchas al riachuelo. Le allanaron la casa. Encontraron plata nada más. Pero no la podía justificar. Montero cayó por evasión de impuestos y por tenencia de documentación falsa que lo implicaban en una causa abierta por robos en countrys. Los pusieron en el mismo penal. Judío estaba loco, pero solo no valía nada. Montero lo estrujó como a una hoja seca. Iba a salir en unos años: dos por uno, o buena conducta. Pero no se aguantó la traición de Judío y se la quiso cobrar. Lo fui a visitar un par de veces a la cárcel. Yo mismo le conseguí un abogado, pero con el estrangulamiento de Judío ya no había nada que hacer. Se iba a pudrir adentro. En una de las visitas me pidió un favor. Él me había dado una mano importante una vez que estuve re tirado. Su madre vivía en los fondos de un caserón venido abajo. Yo tendía que ir a verla y tratar de convencerla de llevarla a un asilo de ancianos. Se la debía, a estos tipos siempre hay que pagarles las deudas.
El barrio donde vivía la madre es bastante choto. Casas tomadas, pensiones, hoteles familiares. Son un par de manzanas donde la gente parece estar siempre de paso pero lo cierto es que no se va nunca. A la casa de la vieja se entra por un largo pasillo. Al fondo hay una puerta desvencijada. Estaba entreabierta. Cuando pasé casi me voltea el tufo. Olor a meada de gato, a humedad, a guiso quemado, a frito. Yo no soy muy fino, he estado en lugares imposibles, pero la casa de la vieja era un verdadero asco. Golpee las manos, pero no me contestó nadie. Había una radio al mango. Pasé por un recibidor, abrí otra puerta y ahí estaba la vieja, sentada a la mesa, con los ojos abiertos. La cara como pintada a la cal, casi azul, la dentadura enorme, como para otra cara. Los de la ambulancia me dijeron que haría dos o tres días que estaba muerta, no más. Hice los trámites, me encargué de todo, qué otra cosa podía hacer. Cuando terminé con los arreglos fui a la cárcel a darle la noticia a Montero. Estaba desconsolado. Hacía tiempo que no la veía. La vieja había enloquecido hacía unos años, y él no podía verla, no lo soportaba. Se ve que la quería mucho. Al tiempo se la dieron en una revuelta.
Siempre me pregunto cómo voy a terminar yo, de qué manera. Con la vida que llevo es raro que muera de viejo. Me gustaría saber el día de mi muerte. Poder planificar cosas de antemano. Iría preparado al muere, casi contento. Pero eso no puede saberse. Montero me contó en una de mis visitas que estaba pensando seriamente en suicidarse. Cuando se está en cana uno no tiene control de nada. Todo está debidamente estipulado. No se tiene ningún poder ni sobre la propia vida. Es por eso que adentro se la cuida todo el tiempo, porque es lo único que se tiene. En Estados Unidos hay muchos intentos de suicidios en las cárceles. Es por la pena de muerte. Los reclusos condenados a la pena capital saben exactamente el día y hasta la hora en que van a morir electrocutados, por eso algunos eligen matarse antes, para controlar al menos eso. Le quitan la posibilidad al gobierno de decidir sobre su muerte. Un tema escabroso y complicado. Yo no sé que haría. Yo nunca estuve en un penal. Me comí un mes en un calabozo de comisaría. Estuve complicado con el robo de unos autos. Caí con dos muchachos de Torrencio. Él mismo se ocupó de ponernos un buen abogado, y mandó a apretar al damnificado. Se tardó nada más que un mes, y logró que levantaran los cargos contra los tres. Ese mes fue el más largo de mi vida. Caímos justo cuando había pica entre los presos. Pasa en todos lados: la interminable lucha por el poder. Los canas nos habían dicho que iban a abrir las rejas para que nos arregláramos entre nosotros. Es común que hagan eso. Es su manera de limpiar la mierda, de ralear los problemas. Nadie sabía cuando iban a abrir, pero era inminente. Abrían los calabozos para que saliéramos al patio, y hacían la vista gorda durante un rato. Estábamos todos armados. Había facas de todos los tamaños. Yo no quería saber nada, no me iba a hacer matar por algo que no me importaba, pero estaba dispuesto a defenderme si alguien se me venía encima. Me habían dado un destornillador limado. Era una especie de punzón. La ranchada iba a ser sangrienta. Habría más o menos diez de cada lado. Había mucha tensión, y también muchas ganas de matar. Algunos tipos son verdaderamente sangrientos, necesitan sangre para apagar una ser que los supera, que no pueden contener. Por suerte todo quedó en nada y nunca abrieron las celdas. Estaba cagado en serio. Si abrían me las iba a tener que ver con alguno decidido a todo. Zafé. Como vengo zafando siempre. Pero algún día me la van a dar. De eso ya no me caben dudas.



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