miércoles, 1 de octubre de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega treinta y dos

No hace mucho me invitaron a un asado en la casa de Morrongo Lafarjat. Me llevó Marcelino Pizano, cliente suyo. Morrongo tiene una casa en el Bajo Flores. El no vine ahí, la usa para armar jodas y relacionar gente. Junta transas con clientes y se asegura de que su negocio siga funcionando. Invita un par de canas, les da de comer, de chupar, les larga buena merca y un par de trolas, y asunto arreglado. Tiene unos cuantos kioscos montados. Sus repartidores venden en plazas, en boliches, bares, escuelas; en todos lodos. Si le desbaratan una red, o le cagan un transa, enseguida extiende las líneas para otra parte. Las redes revientan como hormigueros. Yo de tanto codearme con esta gente he venido estudiando la cosa. Tengo un par de ideas. Me falta decisión y encontrar la gente adecuada con la que trabajar. No es fácil. Soy paciente, tiempo por ahora me sobra. Morrongo está arreglado con la cana de la zona, así que no lo joden y puede facturar tranquilo. Eso es así, la yuta de vez en cuando revienta algún kiosco, desbarata cocinas, o intercepta contrabando. Pero encuentran la décima parte de lo que se mueve. Además parte de la droga incautada vuelve a las calles. Es un negocio redondo. Inseguro y peligroso, pero muy rentable, casi como ningún otro.
Morrongo más que nada vende merca, ketamina y éxtasis. Está forrado en guita. Es negro, alto, gordo y putazo. En el asado estaba uno de los pendejos que se coje. Un flaquito menudo con cara de rata asesina y lujuriosa. Esa noche había unas cuantas personas y canilla libre de todo: chupi, morfi y falopa. Morrongo cumplía cincuenta y cuatro años y estaba decidido a tirar la casa por la ventana. Según me contó Marcelino, tiene unas cuantas propiedades, cinco autos, y una flota de nueve camiones. Con los camiones lava guita. Transporta cereales de los silos de la provincia al puerto. Su domicilio real lo tiene en un semipiso sobre Libertador. Se mueve a lo grande. Pero nunca se olvida de los muchachos. Esa noche festejaba su cumpleaños con los transas que trabajan para él. Un gran conductor. Había toda clase de gente: canas, dealers, travas, unos actores, un par de rockeros, y algunos maricas de la troup de Morrongo. Había también algunas minitas re puestas que le chupaban la pija a cualquiera, incluso a mí. Esa noche estaba bastante cargado y una rubia se ofreció a desagotarme. Me dejó sedado. Después me tomé unos vinos, me fumé un porrito y quedé como nuevo. Ese tipo de reuniones son maravillosas. Uno conoce gente dispar e interesante y además presencia situaciones de todo tipo.
Estaba todo tranquilo, todos iban y venían con vasos en la mano, cagándose de risa, comiéndose un choripán o un pedazo de carne, civilizadamente, por así decirlo. Pero con esta gente nunca reina la calma por mucho tiempo. Uno de los dealers empezó armar un alboroto bárbaro porque según decía un puto le había tocado el culo. El puto acusado, un gordito rubio con cara de nada, juraba y perjuraba que había sido un accidente, que no tuvo la intención, que se había tropezado. Estalló la carcajada general. Estábamos en el patio de la casa. El dealer al ver que todos se le cagaban de risa, le puso un sopapo a mano abierta y el gordito se desparramó en el piso. Morrongo salió en su defensa, ayudó a que se incorporara y arremetió contra el dealer. Le dijo que en su casa todos los culos le pertenecían, y que si no le gustaba se podía ir. El dealer cometió el tremendo error de contrariar a Morrongo y le dijo que era un negro puto de mierda. Morrongo tranquilamente agarró una botella de vino que había sobre una mesa y se la partió en la cara. El dealer empezó a sangrar y a gritar, y se le fue encima a Morrongo que tenía todavía empuñado el pico de la botella. Sin miramientos se la clavó en el estómago repetidas veces.
Lo achuró ahí nomás, delante de todos. Nadie saltó ni dijo nada. Ni siquiera alguno de los canas presentes. Un audaz Morrongo, y también un loco de mierda. Fue a la pileta del quincho con el pedazo de vidrio todavía en la mano, lo lavó bien, se lavo él también las manos, le hizo unas señas a unos tipos que estaban cerca de la parrilla para que se llevaran el cuerpo. Y como si nada siguió la joda hasta las tantas. No sé de dónde sacan esa crueldad estos tipos. A veces me parece demasiado, son muy jodidos. Algunos ni se enteraron de lo que había pasado, estaban entretenidos haciéndose chupar la pija o metiéndose unas líneas, mi amigo Marcelino entre ellos. Cuando vio mi cara recién se dio cuenta de que algo había pasado, pero se desentendió al toque. Los merqueros desarrollan una capacidad egoísta que los hace zafar de cualquier entuerto. Claro que estoy generalizando y sólo hablo de los que yo conozco, pero siempre he observado eso mismo, que ni bien evidencian un problema ajeno, se borran. Y en verdad no está mal que lo hagan. Yo mismo, sin tomar, me rajo cuando la cosa no va conmigo. Para que meterse en problemas ajenos al cuete. Son momentos desestabilizadores, uno no sabe para adónde agarrar, tampoco quedar pegado por cualquier cosa.
Los tipos como Morrongo piden todo el tiempo que se los respete, y se hacen respetar a cualquier costo. Todos se la dan de porongas, esa es la regla común entre los tipos de esa calaña. Están más que jugados. Si no se plantan los pasan por encima. Entre hombres no se puede quedar como cagón. A todo aquel que arruga, después se lo toma de punto y lo descansan todos. En ese tipo de junta aunque uno sepa que va al muere tiene que pelear. Yo prefiero que me caguen bien a palos una vez y no que me agarren para el churrete todos los días.
Esperé un rato y me fui sin que se notara. Me fui solo a mi departamento y no me pude dormir. Di vueltas en la cama. Cuando amaneció tenía los ojos como dos huevos fritos. Me levanté, me hice un café y me puse a ordenar un rato. Esa tarde tenía que pasar por una oficina a buscar unos papeles para Torrencio. Qué vida la mía, de boxeador a cadete. Para mí siempre fue así la cosa: cada vez que Torrencio me llama para hacer algo, estoy firme, al pie. Soy una persona agradecida. Él nunca me dejó en banda. Es por eso que yo hago cualquier cosa que me pida por más insignificante o peligrosa que parezca. Yo nunca le he pedido nada y él siempre un hueso me tira. Si me meto en quilombos por algo suyo, él se ocupa. Claro que nunca hay reaseguro, pero hasta el momento vengo zafando.


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1 comentario:

despojada dijo...

te sigo leyendo nene
cariños