Recuerdo una de las peleas en las que hice de asistente del segundo.. Después de perder con el campeón no pisé más un ring, a no ser para entrenar. Guantes hacía, un par de round me pelaba de vez en cuanto, pero nunca más competí. A los tres años y pico de largar, empecé a trabajar como asistente: ayudaba al entrenador, era sparring de alguno. A mí me encanta el boxeo, es el deporte que más disfruto, incluso más que ningún arte marcial. Esa noche peleaba Taranto contra Ciruelo Marcardi. Ciruelo estaba de vuelta. Tendría treinta y largos y detentaba unas cuantas peleas ganadas por ko. Había estado preso cinco años por pegarle una trompada a otro boxeador antes de que empezara la pelea reglamentaria. El árbitro estaba dando las instrucciones y ordenó que los boxeadores se saludaran. El otro se acercó y le tiró un beso. Era para hacerlo calentar, pero le salió mal la jugada. Ciruelo reaccionó instintivamente y le calzó un derechazo. El otro por supuesto que no imaginó al poner la carita para intentar besarlo, la reacción de Ciruelo, así que recibió la mano con la cara blanda. Cayó desmayado y golpeó la cabeza contra la lona. Se quebró el cuello y murió al instante. Fue un acontecimiento funesto para todos. Ciruelo se cagó la vida y la carrera. Venía muy bien ranqueado, tenía futuro, y por una boludez se le acabó todo y encima terminó en cana.
Esa noche era su vuelta. Yo estaba en la esquina de Taranto. Era un pendejo de diecinueve años. A veces se estila en el boxeo enfrentar a peleadores con historia contra pibes que recién empiezan. Lo que se quiere es medir experiencia con juventud, impulso con paciencia, técnica con potencia. La pelea entre ellos dos prometía. Ciruelo tenía la carga de su historia, y le pesaba bastante como para que no se le notara. Tenía necesidad de ganar para aunque mas no fuera limpiar un poco su nombre, para justificar su paso por la vida. Si ganaba un par de peleas más se podía retirar con la frente alta. Se había mantenido en forma. Era un boxeador bastante completo, o eso era lo que había sido en su tiempo. Taranto tenía el ímpetu de la juventud además de tener una resistencia tremenda y una muy buena pegada. Lo único que a mí no me gustaba era que se moviera tanto. Tenía un buen manejo de piernas. Un boxeador que utiliza las piernas como táctica de pelea debe ser rápido para meterse en el cuerpo a cuerpo cuando el otro no lo espera, pero si no es lo suficientemente rápido de nada le servirá el bailoteo. Si el oponente le adivina en algún momento la movida se corre el riesgo de que entre alguna mano peligrosa. Y Taranto no era los suficientemente rápido.
La pelea estaba pactada a ochos asaltos. Pelearon los ocho. La pelea se definió por puntos. Y fue un empate clavado.
Fue hermoso verlos. Los dos cuerpos tan diferentes. Dos medianos: Ciruelo estaba en los setenta y dos, y Taranto setenta y uno. Ciruelo, de hombros anchos, cuello grueso, brazos de piedra; Taranto, alto, como un junco, esculpido, plástico. Arrancó Ciruelo con una movida rápida para ver como estaba la reacción del otro. En la envestida, Taranto se corrió, lo dejó pasar de largo, y le calzó un toquecito en las costillas. Ciruelo sonriendo se paró y lo miró unos segundos. Después de esa maniobra se retrajo a estudiarlo. El pendejo no era un paquete. Habría que trabajar. Y eso tuvo que hacer. Taranto le dio mucho trabajo a Ciruelo, pero tampoco se la llevó de arriba. El pibe le metía que daba miedo, y las explosiones de Ciruelo eran violentas y certeras. Taranto lanzaba a fondo, y Ciruelo conectaba combinaciones, que quebraban el plano defensivo del pibito. En el rincón estábamos absortos, le decíamos que estaba trabajando muy bien, no lo podíamos creer, estaba haciendo todo correctamente, no había ninguna instrucción para darle, sólo alentarlo para que siguiera con lo que estaba haciendo. Ciruelo era un púgil experimentado y Taranto tenía unas ganas tremendas de exhibirse. Los dos se metieron de lleno en la pelea, reconcentrados en esa comunicación violenta que sólo algunos comprendemos. Estaban dispuestos a la búsqueda, sabían contrarrestar, fue un combate cerrado y estilísticamente perfecto. Los dos estaban llenos de recursos, se manejaban con soltura en las tres distancias, había buen manejo de los tiempos.
El quinto fue un round muy duro para Ciruelo. Taranto lo agarró retrocediendo, y le clavó un uppercut en plena mandíbula. Rebotó contra las cuerdas y quedó tecleando, pero no cayó; trastabilló un poco, el juez lo agarró, le contó hasta ocho y dejó seguir. Le costó recomponerse. El pendejo naturalmente se le fue al humo, y Ciruelo con toda la experiencia, lo abrazaba en clinch, le metía los brazos por todas partes, calzaba cortitos en las costillas. Lo trabó hasta el final del round. No lo dejó pelear.
En el sexto Ciruelo ya estaba recuperado, y tocado en su amor propio. Si no hacía algo
Taranto se le iría encima. Ese fue su asalto. Al final del round anterior, Taranto se había atorado y no supo salir del cuerpo a cuerpo. Ciruelo dispuso la pelea para ese lado. Lo empezó a cansar. Se le tiraba encima con todo su peso, se hacía sostener. Taranto estaba enojadísimo, pero no sabía cómo sacárselo. Le gritamos un par de veces que metiera ganchos fuertes al cuerpo. Calzó algunos, pero Ciruelo lo tenía muy trabado, se cubría muy bien. Cuando lo tenía cansado y molesto, se lo sacaba con un empujón de brazos y le metía combinación. Entraban todas y lastimaban. Taranto terminó el round exhausto. En el séptimo se pegaron poco. Estaban cansados, y se reservaban todo para el octavo de cara al final de la pelea. Usaron todo el anteúltimo para caminar, para recuperar aire. En el octavo se mataron con gran maestría. La juventud y la experiencia conjugados bajo la misma ferocidad.
Cuando sonó la campana del último round, se abrazaron en el centro del ring y fue emotivo. Ambos reconocieron sus igualdades a pesar de las diferencias y eso en vez de enemistarlos los acercó. Hubo un gran silencio que precedió a los plausos y a la ovación unánime de todo el público. Había sido una gran pelea. Y la gente siempre lo agradece. Fue el momento más emocionante que yo haya vivido nunca en la arena. Se habían dado, pero tenían pocas lastimaduras: Taranto un ojo un poco cerrado y sangre en la nariz, Ciruelo un pequeño corte en la ceja y una hinchazón en la frente producto de un choque de cabezas sin intención.
El favorito tiene puntos de entrada. En este caso no había favorito. Uno estaba de vuelta, el otro era un pendejo, cualquier cosa podía pasar. Los dos jurados dictaminaron empate: 10-9, en el primer round 9 10 en el segundo, 9-9 en el tercero, 8-8 en el cuento, que fue medio flojo y 10, 10 en el quinto. Al tiempo Ciruelo tomó de pupilo a Taranto y lo llevó a pelear a los Estados Unidos unas cuantas veces. Me hubiese encantado poder dedicarme de lleno al box; entrenar para pelear y pelear. Sin embargo la vida pega tantos giros que uno al final se marea. Uno se va amoldando a las circunstancias. Por suerte tengo deseos de vivir lo mejor que pueda, entonces no me quedo atado a un sueño imposible. Si no pude ser boxeador, seré otra cosa. Soy otra cosa, una cosa que aún o he podido clasificar. No tengo gremio, ni agrupación. La ley no me contempla, ni las ordenanzas y disposiciones. No tengo obra social, ni deposito de la jubilación. Habría que poner una mutual de delincuentes, que no la hay. Por eso admiro a los boxeadores profesionales, extreman su brutalidad dentro de los marcos establecidos.
Los peleadores que trascienden son chabones con mucha destreza física. Tienen un talento excepcional para la lucha. Nacieron con ese don. Son capaces de pegar duro y de resistir los embates contrarios con toda la firmeza necesaria que hace falta para ser un guapo. Hay tipos diferentes, como también hay diferentes estilos. Cada uno pelea como sabe, como puede. Hay algunos que son muy técnicos, como el Ñato Nieto, tipos que prefieren encarar la pelea armaditos, sin hacer lances inútiles, ni tirar patadas descendentes ni giros fenomenales que no sirven para nada. Uno puede caer desarmado, y eso es peligroso. Claro que si se llega a meter una patada con giro, o una buena ascendente, ya está. Pero casi nunca entran ese tipo de maniobras porque son muy faroleras, son tan aparatosas que se adivinan al toque. Un peleador inteligente mira los movimientos del otro, y cuando lo encuentra mal parado se aprovecha de eso, y arremete con todo lo que tiene. Así se ganan o se pierden las peleas. Es técnica pero también y sobretodo, es guapeza, huevos y sadomasoquismo. Algunos quieren dar y recibir, lastimar y gozar con el dolor del otro, y sentir también, las consecuencias de ir al frente. Yo he visto peleas en las que se da palo y palo, se arriesga en un todo o nada, y entonces la cosa se vuelve equilibrada porque la pelea puede estar para cualquiera de los dos en el cruce. Se salen de las estructuras técnicas y se sacuden zapallazos con toda la fuerza de la que disponen. Eso es como pelear en el aire, a suerte y verdad.
Están los que gozan al otro, lo descansan; bajan la guardia y asoman la naricita, que si se topan con uno rápido les puede poner la taba de culo. Si uno va a cancherear tiene que estar muy seguro, y un hombre que necesita mostrar que está seguro de sí mismo, tal vez no lo esté tanto. Eso se nota, se ve enseguida. Mohamed Alí gozaba, pero porque Mohamed Alí era dios. Es horrible ver a esos tipos que burlan a su contrincante y después quedan culo para arriba. Es patético. Mejor no hacer nada y estar concentrado en defender y pegar. Eso lo aprendí del Nato, un instructor de kin boxing y muay thai que tuve en un gimnasio de la Paternal. El tipo nos enseñaba eso, a armarnos bien, a plantarnos seguros y a utilizar la técnica, que para eso estaba. Vi un par de peleas de él, y así peleaba, limpio, seguro, sin descuidar nada. Se defendía, esperaba y metía cuando el otro dejaba un resquicio. Es rápido, y certero, entonces entra. Era bueno enseñando, exigía, pedía el máximo. Entrenaba mucho lo físico y enseguida hacía guantear, para que sus alumnos se conocieran. Después tuve que cambiar de instructor porque se metió en negocios truchos con Humberto Maorí. Dejó de pelear y dar clases, buscó lo seguro, el camino más corto hacía la guita.
Cuando se llega a cierta edad se cae en la cuenta de que no se va a jugar en primera. Y se olvidan las cuestiones del triunfo romántico de la juventud para intentar sobrevivir.
Hay que tratar de ganar. Pero no siempre se puede y es bueno saberlo.
A veces se pierde, eso está claro. Perder no está bueno, es una situación de mierda. Todo el tiempo pasa que nos encontramos con alguien superior. Yo todavía no me puedo acostumbrar, cuando veo a uno que me podría revolcar fácilmente me muero de la envidia. Me dura nada más que un rato, después se me pasa, pero es una sensación muy dura. Yo creo que eso es una virtud y no un defecto: poder reconocer a uno mejor que yo. Uno siempre se cree que es el mejor. Claro que hay inseguros, deprimidos, tímidos, dominados, miles de trastornos sociales; pero un hombre arriba del ring sube a matar o morir. Está seguro de lo que hace. Es conciente del peligro, y por eso se manda a fondo. Y cuando se pierde es re duro. Hay que seguir, siempre hay que seguir, pase lo que pase. Estamos en una lucha constante con la muerte, y hay que dar pelea. Un toro en la arena no es un suicida en la terraza, de tanto pegarse la cabeza con la pared, al final uno se endurece y es menos vulnerable a los golpes.
Me acuerdo de una pelea de las que Tyson perdió. Lo sentaron de culo y el tipo no lo podía creer. Seguramente se creía invencible, y con razón. ¿Cuántas peleas había ganado? Le metieron una mano bien puesta y lo partieron; se le perdió la mirada, se le descolocó el sentido de la orientación, como a todo peleador que probó la lona alguna vez. Es una sensación re fuerte. Sólo comparable en intensidad con su antitesis: ganar. Los ojos perdidos de Mike, era los ojos perdidos de un tipo que no puede creer lo que le pasa. Y después lo volvieron a acostar un par de veces más, en otras peleas. Esos tipos siempre se recuperan y vuelven al ruedo, porque es instintivo en ellos. Hasta que un día hay que retirarse, se retiran y siguen conectados con el deporte o se hacen encarcelar. El mundo del boxeo es un mundo lindero al mundo de la corrupción de todos los vicios. Muchos peleadores terminan en la mala porque no saben qué hacer en el declive que lleva al retiro, tienen demasiado temperamento, demasiado ímpetu, demasiadas ganas de romper. Y terminan en cualquiera por no saber controlarse. A algunos otros les va muy bien, y se re insertan luego del retiro. La vida del deportista es muy corta.
domingo, 26 de octubre de 2008
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