Uno meses antes de morir el vecino de mi tío me dio un a caja que tenía guardada. Se la había dado para que me la entregara cuando lo creyera conveniente. La caja tenía revistas de cuando era pendejo. Me las compraba el tío, para que leyera. Él no era muy instruido. A penas si había terminado el primario. Pero siempre estaba leyendo algo. Cosas que le interesaban a él, revistas, diarios y ese tipo de publicación. Nunca lo vi con un libro en la mano. Recuerdo que le gustaba leer la revista Esto, y otras por el estilo, con muertes, violaciones y descuartizamientos. Le gustaba eso, qué se yo. Esas revistas le compran las fotos a la cana y las publican en primera plana, para el regocijo de los morbosos.
En la caja había gráficos, páginas deportivas de Clarín, de la Nación y de Crónica, y un librito con el reglamento de la Federación Argentina de box. Había otra revistita que tenía un montón de definiciones de diccionario llamada, ¿Qué sabe Ud. del box?
Entiéndese por boxeo a la práctica deportiva con los puños cerrados y enguantados, entre dos adversarios/as reglamentariamente habilitados/as en equivalentes condiciones técnicas y físicas, uniformados/as, siendo la contienda controlada por autoridades deportivas designadas oficialmente, las que harán cumplir y respetar las disposiciones legales y reglamentarias, aplicables a una práctica correcta y honesta.
En otra página decía: Boxear: batirse a puñetazos. El arte de combatir dos hombres golpeándose con los puños se remonta a los primeros tiempos de la historia. Distintos hallazgos arqueológicos nos atestiguan su práctica varios milenios antes de Jesucristo, en Egipto, en Mesopotámia y en otros lugares de Asia y África. En la Grecia antigua el boxeo o el pugilato formaban parte de las competiciones sagradas. En la antigüedad, se boxeaba unas veces a puños desnudos, otras usando vendajes blancos para protegérselos, o duros para dotarlos de mayor contundencia, a los que añadieron luego piezas metálicas para aumentar su poder ofensivo. Entre los etruscos se combatió con los puños armados con halteras. En los tiempos modernos fueron los ingleses los primeres en hacer del boxeo un deporte nacional y en reglamentarlo, siendo el primer campeón reconocido el inglés James Figg, en 1719. El boxeo se ha ido depurando, y lo que fue un combate al límite de las fuerzas de los combatientes o hasta el abandono de uno de ellos, que podía durar días, y en el que todo estaba permitido, tras la progresiva reglamentación, se ha convertido en un deporte en el que se combate sólo con los puños, estando prohibido todo golpe por debajo de la cintura y aún otros que pudieran resultar de un especial peligro para la integridad y vida del contrario. Los combates se celebran en un cuadrilátero limitado por una valla de cuerdas denominado ring, y están divididos en rounds. Los boxeadores se dividen en categorías según su peso y potencia consiguiente, y emplean guantes acolchados.
Yo de pendejo era fanático del box. Me estudiaba los ranking de los boxeadores, seguía todas las pelas, leía los cometarios de los especialistas, los análisis técnicos de las peleas. A veces íbamos con el tío a ver alguna que otra pelea a la Federación. Cuando empecé a entrenar se me fue un poco la devoción por la lectura. Estaba todo el tiempo entrenando. Ya de grande volví a leer un poco de box y de otras disciplinas. La lectura suple muchas carencias, debe ser por eso que mientras entrené y combatí no toqué ni una revista, para qué si tenía acceso directo al mundo del box porque formaba parte de él. Ahora me compro la Ring side para saber qué está pasando, quienes son los peleadores y todas esas cosas. Y miro muchas peleas por televisión: box, muay thai, karate, taekwondo, judo, vale todo, jiu jitzu, lo que sea. La cuestión es ver técnicas distintas. Hace años que me meto en algún gimnasio y voy unos cuantos meses a aprender alguna arte marcial nueva, que no conozca. He hecho de todo. Eso me ayuda para mi trabajo. También me compré una computadora y me veo las peleas en youtube. Está bueno porque puedo ver lo que quiera. hace unos meses que vengo siguiendo el reality show “The ultimate fighter”. Metieron a un montón de peleadores de muay thai, de soto, de vale todo, y de jiu jitzu brazilero dentro de una casa. Los entrenan y los hacen pelear. Todo arrancó en Estados unidos y ya se propagó por Canadá, Inglaterra, y estna por meterlo en Asia y Europa. El genio que invetó todo se llama Dana White, es un ex boxeador, que convenció a unos hermanos millonarios para invertir en lo que se llama MMA, lo que serían las artes marciales mixtas. Un genio que levantó toda la guita popularizando un deporte venido a menos. Todo empezó con el jiu jitzu brasilero y se expandió a otras artes marciales. El mismo Dana White dijo algo bastante preocupante, que el boxeo va a desaparecer porque los MMA lo van a absorber. Y es posible que suceda. Hoy en día los deportistas han reemplazado a los héroes de la historia. Maradona es San Martín, y Monzón Facundo Quiroga. Los peleadores son guerreros que despiertan el espíritu nacionalista dormido en todos nosotros. En los encuentros deportivos sale a relucir esa sensación de pertenencia a algo que se creo único: la nacionalidad. Y en verdad estos luchadores son tenidos como héroes nacionales, cosa que viene ocurriendo hace bastantes años.
El otro día estaba viendo un especial sobre las peleas de Anderson Silva, un negro brasileño, le dicen la Araña, y es campeón del UFC, tiene tres cinturones mundiales. Nadie le ha podido ganar. Dana White lo llevó a pelear en el reality y en menos de dos minutos se comió crudo al campeón norteamericano por excelencia, Rich Franklin. En los MMA se pelea en octágonos cerrados por un alambrado de dos metros.
Anderson venía de ganar el cinturón de Soto en Japón y el Cage Rage en Inglaterra. Es considerado como el mejor striker de las MMA en su categoría. Lo escuché hablar en una entrevista, y es un tipo muy humilde. Trata de no provocar al oponente, como generalmente se hace en este tipo de disciplina. Las provocaciones se pueden interpretar como falta de equilibrio, y un hombre equilibrado no responde a las provocaciones, solamente hace lo que sabe hacer: pelear. Dijo algo que me pareció totalmente acertado. Siempre que entrena trata de resolver las peores situaciones, se somete al máximo riesgo posible para poder probar el plano psicológico en todo momento. Entrega la espalda y los brazos para trabajar su reacción en el combate cerrado, para conocer sus propios límites y destrezas. Eso acrecienta la confianza en uno mismo, algo básico si se quiere subir al ring y pelear contra un animal entrenado para matar.
Este tipo es impresionante. Tiene una plasticidad, parece de goma, y es paciente, pero rápido. Baila, todo el tiempo está bailando. Cuando gana hace una pequeña coreografía, bien negra, bien de adentro de las entrañas de la tierra. Primero espera, analiza, y cuando ve un hueco mete, no una mano, sino tres o cuatro combinaciones en milésimas de segundo. Es fresco y movedizo.
Es maravilloso ver esos momentos en cámara lenta, ver cómo entran los golpes, como se sacude el otro. Es un estilista, y creo que también un gran improvisador. Es como si tocara jazz. Sabe responder de mil maneras diferentes. Patadas, piñas, codazos, giros. Y parece que a cada uno le pelea de una manera diferente. Vi un par de pelas, contra muchos tipos buenos. A algunos les boxea, a otros los nokea a patadas, a otros con las rodillas. Hace de todo. Es bueno en pie o en piso. Y hay un momento en que todos sus rivales se parecen. Se dan cuenta de que es imparable.
A mi me gusta detenerme en los ojos del que recibe los golpes. Su mirada se vuelve opaca, sin brillo, descolocada del mundo. Sabe lo que se le viene, sabe que no va a poder resistir ese tipo de envestidas, y ahí ya se acabó todo. Es cuestión de segundos, la fiera está desatada. En una de las peleas que vi, pasaba justamente eso. El negro esperó al otro, que era un peticito macizo, con fuerza y buenos movimientos. Pero Anderson era superior. El otro entró con mucha confianza en sí mismo, eso se le notaba en la forma de pelear, yendo al frente, tirando manos, queriendo embocar una. Algunos es lo único que tienen, una muy buena pegada, que si da en el blanco es derribo seguro. Pero hay que poder meter una mano de esas. Anderson se movía para todos lados, parecía un mono araña, y de vez en cuando, aprovechando la envestida del otro, explotaba y metía unos cuantos puñetazos que hacían daño. Los ojos del otro cambiaron inmediatamente después de la segunda arremetida de Anderson, se llenaron de dudas, de miedo, y de una certidumbre: la pelea ya estaba definida. No es nada fácil comprender la superioridad del otro. Uno se niega aceptar eso. No es solo una pelea más, hay muchas pero muchas cosas en juego. Uno se cree importante, piensa que va a perdurar el apellido, uno sueña. Pero cuando la realidad se define en una cuenta a diez, es terrible. Es una sensación dura, contundente, igual que una mano bien metida, contra la que no se puede hacer nada más que tratar de apoyar las manos en el suelo en la caída. Pero hay que seguir, tratar de cambiar lo que el destino ha sentenciado de ante mano. Eso lo sabe todo peleador. El héroe va hacia delante por más que lo espere la derrota. Esos son los verdaderos gladiadores. Gente que encara sin que nada los detenga, salvo la muerte. Porque los verdaderos luchadores son un poco inconscientes, un poco suicidas, un poco fundamentalistas. Porque los verdaderos luchadores también pierden. Pero además de verdaderos luchadores hay también dioses del olimpo inmortales y sanguinarios. Tipos que siempre ganan, que no saben lo que es perder.
Andersón acortó distancias y dejó que el otro tirara manos, que abriera la guardia, se agachó apenas, bajó el antebrazo a la altura de su vientre, y levantó el codo con toda su fuerza. El codazo enganchó de lleno el mentón del otro. Una hermosura perfecta. Este Andersón me hizo acordar a Monzón. Es un pelador similar. Me acuerdo de la pelea contra Nino Benvenutti. El italiano también entró con confianza, y metía, no se quedaba atrás, pero se notaban las diferencias en las velocidades. Las explosiones de Monzón no eran comparables a la determinación de Benvenutti. En el momento en que Monzón probó su cara, ya no le dio descanso. Benvenutti se fue haciendo más chiquito, su táctica de redujo a soportar la golpiza. La cara de Benvenutti cambio radicalmente. Se convirtió en una cara preocupada, sus piernas no le respondían, la guardia no lo protegía. Ese tipo de exhibición enseña mucho. Viendo a esos peleadores se aprende de verdad.
Todas las peleas que vi del negro las ganaba en el primer o segundo round. Cada round es de cinco minutos. Pero vi una pelea en la que el negro pedió. Peleaba en Japón contra Ryo Chonan, un japonés de diecinueve años, duro y ancho. Vistos en pelea, el japonés es un poco más torpe que Anderson, tiene, pero va al frente. Los dos pesan ochenta y tres quilos, pero el japonés es un poco más bajo que Anderson.
El primer asalto comenzó siendo de espera, observaban, se buscaba el claro para entrar. Ya en los movimientos se adivinaba una superioridad del negro. Es un muy buen boxeador, con estilo propio, prolijo, ordenado, elegante. Se mueve en continuo con un bailecito interrumpido, como si fuera un leve temblor. El japonés, tiraba también, peor no llegaba con fuerza, hasta que en un intento el negro lo arrebata, le calza un par de manos bien puestas, lo patea y lo lleva al piso. El japonés impuso toda su fuerza, y el negro se defendió bastante bien. los dos metían manos y codos cada vez que podían. Se daban en la nuca, en la cara, en las costillas, en donde fuera. Chonan es un buen trabajador del piso y no se la hizo fácil a Anderson, que es bueno tanto en pie como en piso. En una movida Chonan logra ponerlo de espaldas al negro y subirse él. Se restregaban las caracas con las manos. El árbitro le muestra tarjeta amarilla a Anderson y restablece la pelea en pie. Los relatos estaban en japonés y no entendí por qué le sacaron tarjeta, alguna cuestión reglamentaria que no cazo todavía. Ya en pie Chonan intentó una maniobra con giro pero Anderson lo tumbó de nuevo. Luego logró ponerse de pie y lo pateó en el piso, pero el árbitro lo mandó a la esquina e hizo que el japonés se parara. No me gusta mucho cuando dejan que uno esté en el piso y el otro lo patee. Chonan tiró un par de patadas pero nada, parecía cansado, hasta intentó meter una patada con giro y todo, pero el negro se cubrió bien. Todo esto en los primeros cinco minutos.
En la esquina le limpiaron la sangre que le chorreaba de un ojo al japonés. Andrerson no tenía ni una marca. En todas las pelas que pude ver nunca noté que estuviera sangrando. Siempre parece entero. El japonés entró de una con ataque, metió un par de manos, pero Anderson lo contrarrestó con patadas, lo agarró por la cintura, los alzó y cayeron sobre sus rodillas, pero Chonan salió con un codazo. Los golpes de ambos eran sólidos, los del negro un poco más certeros que los del japonés. El negro es limpio y cuando tira generalmente llega, tiene los brazos largos, ideales para el box. Chonan metió un midle kik que llegó sin fuerza a las costillas de Anderson. El negro se acercó y le rodeó la cabeza con los antebrazos. Algo muy característico en él, los agarra y forcejea hacia los costados y hacia abajo, los tironea, eso los cansa y además le permite meter rodilla en el torso y en la cara. Hubo otra estocada del negro, pero Chonan escapó rápido, retrocediendo, esperando para contrarrestar en un intercambio de manos en el que el negro también recibió lo suyo, e hizo otra vez el truco de los antebrazos que le permitido meter una par de rodillas al cuerpo de Chonan. Fueron otra vez al piso, se volvieron a pegar un par de manotazos, y a refregarse las caras, pero los separó la campana.
Ya en el tercero Chonan arremetió con patadas, el negro aprovechó para ajustar un par de manos y combinar dos o tres hide kiks que entraron y sonaron en la cara del japonés. Chonan quiso hacer una toma para llevar al negro al piso pero fue infructuosa y quedó regalado para que el negro le calzara un par de patadas, pero el referí volvió a intervenir. Se empezaron a medir como si estuvieran en el primer round, el negro empezó a bambolearse, a bailar, Chonan llegó con otra patada sin fuerza y el negro volvió a meter combinación de rectos, hasta que en una movida magistral, Chonan metió una pierna por entre las del negro, los llevo al piso, le trabó una de las piernas y le ganó por sumisión. Una movida muy inteligente, inesperada. Anderson se quería matar, porque es superior al japonés, pero las peleas no siempre las gana el mejor. No hay seres invencibles. Pero por más que se pierda, hay algo que los hace seguir. Hay una necesidad inherente en el luchador de ir a más, de probarse con el otro y con él mismo. La prepotencia que empuja hacia el centro de ring, esa satisfacción de prevalecer por sobre otro. Rebotar en las cuerdas tensadas desde las rinconeras, picar sobre la lona acolchada con caucho, ponerse en guardia y mirar al otro que es el enemigo, el que quiere lo que a uno le corresponde por derecho y por huevos. Hay que plantar bandera y dar batalla. Bomba y bomba, con todas las fuerzas. En la calle es lo mismo. Todos competimos. Nos empujamos, estamos dispuestos a lo que venga. Los tacheros, los colectiveros, empleados de oficina, monigotes, comerciantes, canas, repositores, todos se quieren dar. Y todos se dan, saltan al toque y se arma el toletole. Qué lindo cuando se agarran, a que prime la fuerza por sobre la razón. La puta madre que lo parió.
En la caja había un par de Gráficos. En uno de ellos estaba parte del historial de Monzón, un fuera de seria, un boxeador que no tuvo par y que se lució en todas las peleas. Monzón poco a poco fue venciendo a Antonio Aguilar, Celedonio Lima, Carlos Salinas en la final del " Cinturón Eduardo Lausse", una competencia pugilística organizada por Tito Lectoure. Con esos valiosos triunfos se fue ganando el lugar de privilegio y tuvo la oportunidad de estar frente a frente con Fernández. Ese boxeador flaco de largas piernas, de 24 años, el 13 de Septiembre de 1966, obtuvo su primera meta importante: el título argentino y con esto sorprendió al mismísimo Lectoure. El, justamente, le trajo, en 1967, el primer oponente extranjero llamado Bennie Briscoe (en 1972 se enfrentarían por la corona de los medianos), que empató con el argentino. Al poco tiempo, Monzón derrotó, nuevamente, a Fernández sacándole en este caso el campeonato Sudamericano. Lectoure trabajaba en un aspecto fundamental: una posibilidad por el título mundial. Mientras tanto, le conseguía contrincantes extranjeros (Douglas Hountley, Thommy Bethea, entre otros) para foguearlo y hacerlo subir en el ranking. En 1970, se le dio la chance que todos esperaban. El combate era con Benvenuti, en Roma, en el Palazzeto Dello Sport, el 7 de Noviembre y con una bolsa de 15.000 dólares. El round doce fue el de la consagración, ya que el italiano sintió el derechazo y no resistió. El santafesino alcanzaba la gloria triunfando por nocaut y se anotó como el cuarto campeón del mundo que daba el país. Comenzaría entonces un ciclo brillante y único en la historia de este deporte. Obtuvo la Corona Mundial de los Medianos de la Asociación y el Consejo Mundial de Boxeo. A partir de ese momento hizo 14 defensas de su título contra los grandes boxeadores de la época, ganándolas todas hasta su retiro en 1977.
Me trae muchos recuerdo, Carlos Monzón era el boxeador preferido de mi tío, siempre me estaba mostrando las peleas que pasaban por televisión. Se posesionaba cuando las pasaban. Se conocía las peleas de memoria. Me mostraba todos lo golpes: jabs, directos de derecha, hooks, cross lateral al mentón, swing voleado descendente. Tenía unas combinaciones demoledoras. Yo lo miraba y aprendía. Después me iba al patio a hacer sombra.
jueves, 23 de octubre de 2008
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