Si esta mina hablaba me iba a deschabar. Podía empezar a rumorearse que yo era un cagón y peligraría la posibilidad de pelear por el título. En la fiesta me la llevé a un rincón y traté de explicarle que mucho no me convenía que ella contara el episodio de los rusos. Como única respuesta me dio un beso. Me quedé un poco más tranquilo y me dispuse disfrutar de la fiesta. Había mucha gente famosa. Es increíble como le gusta el boxeo a la gente de la farándula. A mí nunca me gustó ese tipo de gente, siempre los traté porque me convenían. De todos modos yo nunca fui famoso, y más que nada siempre los miré de costado.
Yo no creo que el boxeo sea un deporte hermoso. Si bien hay púgiles que parecen esgrimistas, es una actividad feroz y violenta hecha para gente ruda. Pero a muchos les encanta la sangre de los otros. Son como vampiros diurnos que se alimentan del dolor ajeno. Eso los acerca a la felicidad, al íntimo goce. La fiesta estaba llena de ese tipo de gente, gente a la que me parezco.
Había mucha droga y mucho champán. Una combinación perfecta, si lo que se quiere es quilombo. En una de las mesas estaba sentado Torrencio con otros tres tipos muy bien trajeados. Cincuentones rodeados de pendejas increíbles. Le pregunté a la mina si conocía a los tipos que estaban con Torrencio. Colacho Arreguí, secretario general del sindicato de boxeadores, Sereno Cortés, empresario gastronómico y Marsupio Lentina, Comisario de la 38. Los tres eran socios de una pequeña empresa que representaba deportistas: boxeadores y algunos jugadores de fútbol, más que nada. Por ahí conseguían sponsors para el tc. Pero se movían básicamente con jugadores de fútbol y con boxeadores. Tenían a gente metida en varios gimnasios. Se encargaban de enganchar pibes con condiciones, antes de que los agarrara otro. Seguramente estarían tratando alguna cosa con Torrencio. Tal vez cambiando figuritas, armando combates, o algo por el estilo.
A la otra semana fuimos con la mina esta a otra fiesta en el Hotel Intercontinental. Había de todo, hasta un ring en el que habían metido un par de minitas embarradas y también a unos enanos. En otro salón tocaba una banda que hacía covers. Era una fiesta en la que había mucha actividad: se concretaban negocios, se arreglaban algunos asuntos políticos, se cerraban contratos, se traficaban merca y mujeres. Los tres capos que había visto en la fiesta anterior estaban sentados a una mesa también. Esa noche no lo vi a Torrencio. Según tenía entendido había viajado al exterior para arreglar unas peleas. Yo estaba atento, porque en una de esas me tocaba viajar. Estaba entrenando a full y según se comentaba en el gimnasio, Torrencio estaba decidiendo a quién llevar. En la misma mesa estaba sentado Topacio Guerra, un cantante de tango. Un viejo hecho mierda, ni siquiera era la sombra del que había sido en su época de esplendor y éxito. Estaba metido hasta las bolas en las apuestas. Siempre andaba con alguna pendeja que lo vivía. Yo no juzgo a nadie, simplemente hay gente que me gusta y gente que no, gente a la que puedo soportar y otros que me sacan de quicio. Topacio seguía casi todas las peleas, y me había ido a ver unas cuántas veces. Tuvo sus momentos de gloria pero ahora estaba arruinado. Todo lo que tenía lo había tirado a la basura. Se metió en las drogas y en el juego. Siempre mezclado en trifulcas y escándalos televisivos. Calculo que lo aguantaban porque les debía mucha plata. La fruta muy madura no se puede comer y se pudre, pero hay quienes aprovechan todo y hacen compota. Esa noche me topé en el baño con Topacio. Estaba re acelerado el viejo. Me quiso invitar unas líneas, le dije que no, que estaba entrenando, que en unos meses tendría una pelea. Me prometió que iba a apostar por mí. Le agradecí y se metió en uno de los compartimentos. Mientras me lavaba las manos escuché la nariguetada hasta el fondo. No me explico cómo puede aguantar el ritmo alocado de las noches con los años que tiene. En cualquier momento se pasa del otro lado de la raya. Esa noche me crucé con un par de colegas que andaban en la misma que yo: Remolacha Espíndola, Cacique Samudio, y Gallo Riestra. Los cuatros estábamos por pasar a disputar el título. Veníamos muy bien ranqueados. El score de Remolacha era: 20-3- 2, 15 ko, el de Cacique 25-1-3, 21 ko, el de Gallo 21-0-0, 21 ko y el mío 22-2-1, 19 ko. Yo solamente me había enfrentado con Remolacha: empate. Éramos muy pendejos. ¡Qué épocas aquellas! Todo por delante. De los cuatro Torrencio me llevo a mí primero a pelear por el título. El campeón me sentó de ojete en el tercer round. De a uno nos despachó a todos. Después se subieron Remolacha, ko en el primero; Gallo, ko técnico en el cuarto. El único que aguantó los 10 rounds fue Cacique. Dio un gran espectáculo, y hasta lo volteó en el cuarto. Pero lo de siempre. Los fallos parciales se inclinaron por el campeón, que retuvo ocho veces el título de los medianos. Los chicos después siguieron peleando pero no llegaron a nada. Yo me bajé y me puse a laburar para Torrencio. Gallo hoy entrena pibes en un gimnasio de la Paternal, Cacique está en cana por robo a mano armada, y Remolacha es comentarista de box. Cada uno agarró para su lado. Yo no me puedo quejar, mal no me ha ido. Por ahí la pego y me pudo poner el gimnasio. Me encantaría emplearlo a Gallo. A veces nos juntamos a tomar algo, a hablar de aquellos tiempos perdidos, a soñar para atrás.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega treinta
Cuantas cosas caben en un día. Tanto tiempo esperando dentro de un auto, al costado de una puerta, chupando frío sentado en bancos duros, rodeado de tipos con la mirada muerta. Yo ahora mismo podría estar en otro lado, con una mujer al lado, con un par de pendejos para criar, y sin embargo estoy mas solo que la mierda, desconfiando de todos, fingiendo una paz que no siento. Mi tranquilidad está hecha de nervios mordidos. Me despierto por las mañanas con la boca llena de arena. Algún día se me va a salir la chaveta y no sé que podría pasar. Ni yo sé de las cosas que soy capaz.
Ayer me pasó algo curioso, que me hizo pensar. Iba por Belgrano con uno de los autos de Torrencio, me comí la frenada del de adelante y lo toqué. No le rompí mucho, la óptica y le abollé un poco el paragolpes de plástico. El chabón de adelante, un tipo de un metro setenta y cinco mas o menos, macizo, pero no muy corpulento, sé bajó haciendo ademanes, puteándome a los gritos. Yo ya había manoteado la cartera con los documentos del auto, pero me molestó el comportamiento. No me bajé del auto y lo dejé venir. Caminaba por el medio de la calle, haciendo un escándalo bárbaro. Se me plató delante de la puerta y me puteó de arriba abajo. Que cómo mierda no lo había visto, que él había frenado a tiempo para que viera el stop. Le dije que venía distraído, que buscara los papeles y que se arreglaran los seguros. Que quién era yo para decirle lo qué hacer, que por qué no cerraba la jeta, que me bajara si era tan macho. Y bueno. Abrí la puerta de golpe y se la día en la rodilla. Pegó un grito y cayó sentado de culo. Volví a cerrar la puerta. Se paró y se me vino encima, abrí la puerta de nuevo y se la volví a dar en la rodilla. Cuando se levantó otra vez, era una sola puteada, que me iba a matar, bla bla bla, perro que ladra no muerde. Cuando lo tuve relativamente cerca le agarre una muñeca y lo traje contra mí. Se pegó la cara contra el techo, y le metí medio cuerpo dentro del auto. Le puse dos saques cortitos en la nariz, y lo dejé caer otra vez sobre sí mismo. Anoté la patente de su auto y seguí marcha. Lo que me rompe soberanamente las pelotas es que tipos que no se la bancan se hagan los gallitos sin medir a su oponente. Siempre es absolutamente necesario saber con qué bueyes se ara. El que no se la banca, no tiene que plantarse ante nadie, es una pérdida de tiempo, y también de dientes. Lo del auto se lo dejé a Torrencio para que se encargara. Tiene buenos seguros como para que esas cosas le preocupen a un tipo de su poder adquisitivo.
Un peleador no es nada sin la observación. Hay que saber mirar, retener los movimientos corporales, la caladura de las miradas. Eso es elemental. En la mirada se pueden leer actitudes. Los ojos lo dicen todo a la hora de accionar. Tantas veces me he comido los mocos cuando me di cuenta de la seguridad del de enfrente. Cuando los boxeadores se ponen frente a frente para escuchar las advertencias del réferi, ahí, en ese preciso momento, se dirime parte de la pelea. Me acuerdo de Tyson, esa mirada de animal furioso. Más de uno habrá querido bajarse del ring.
No soy de arrugar, generalmente me mando igual, es parte de mi trabajo, llevar las cosas hasta donde tengan que ir. Pero muchas veces me han parado el carro. Recuerdo una noche que salí con una minita de las que exhiben los números del round. Hacía una semana que había ganado una pelea que me posicionaba como candidato para retar al campeón. La mina estaba re buena, y no era ninguna estúpida, como generalmente se piensa de esas chicas. Tenía tan buena charla como buen culo. Todavía no había pasado nada, era la primera salida. En verdad me había llamado por teléfono dos días antes para invitarme a la fiesta de cumpleaños de una amiga, una vedete en ascenso que salía con uno de los guardaespaldas de Torrencio. Yo ya estaba invitado a esa fiesta pero me encantó que me llamara.
Antes fuimos a un bar de Almagro, a tomar una cerveza y charlar un poco. Salimos del bar camino a la fiesta que quedaba a unas cuadras, y vimos a una pareja que estaba discutiendo. El tipo era flaco pero alto y discutía con violencia. La mina parecía asustada. Cuando pasamos a su lado, la estaba zamarreando. Yo me paré en seco y le clavé los ojos. Me preguntó qué miraba. Le contesté que estaba mirando nada más. Hablaba raro, parecía extranjero, polaco, alemán, o algo así. Dimos media vuelta y seguimos caminando. Cuando quise volver a mirar ya estaba encima y me metió un empujón. Me armé y miré unas sillas que había en la puerta de un barcito que yo no había visto hasta ese momento. En esos segundos de análisis posteriores al empujón salieron dos o tres cosos del bar. Uno chiquito, y robusto, me puso la mano en el hombro y me dijo que me quedara tranquilo, que estaba todo bien. También tenía un acento raro. Su forma de mirar me intimidó de una manera extraña. La mina que estaba con el alto que me había empujado ni se mosqueó a todo esto. No aprovechó para irse ni nada, siguió al lado del tipo. Yo me quedé en el molde gelatina, casé a mi mina del brazo y nos fuimos rumbo a la fiesta. Yo en esa época era muy orgulloso. Tranquilamente me habría enfrentado a dos o tres si cuadraba, pero ese petizo me dio miedo. La seguridad en uno mismo lo es todo. Pero siempre y cuando uno sea consciente de los propios límites, sino es una estupidez. En la esquina me enteré por el cana que había visto toda la secuencia, que entre los muchachos del bar había dos o tres campeones panamericanos de Muay thai. Era un bar ruso. Ellos también eran rusos, y todos los fines de semana se chupaban hasta la manija y después buscaban pelea con cualquiera. Era una manera de entrenarse que tenían. Eso me lo dijo el policía, que siempre charlaba con el dueño del bar, un tal Brunof, o algo parecido. Me había salvado de una paliza asegurada.
Esa noche quedé bastante molesto. Uno en este ambiente tiene que mostrarse como el más temerario, las peleas se ganan arriba del ring, eso es verdad, pero comienzan abajo, en los gimnasios, en los trascendidos. Está lleno de correveidiles que trafican información. Siempre se aparece alguno por los gimnasios, toman nota del tipo de entrenamiento, del peso y esas cosas técnicas. Pero también está el chimento. Los problemas familiares, que cotizan casi tanto como los técnicos. Y un boxeador siempre tiene problemas familiares, problemas de ego, y también problemas con la ley. No es tanto mi caso, pero la mayoría de los boxeadores son pobres y tienen hambre. Pelean porque es lo único que pueden hacer. Algunos tienen un don especial, tienen inteligencia, destreza y rigor. Otros, los más, quedan en el camino por cuestiones propias o ajenas. Muchos pierden peleas porque se enfrentan con boxeadores superiores, pero otros pierden simplemente porque la complejidad de la vida que están llevando los excede. Para que el boxeador llegue a su peso, unos tres o cuatro días antes del combate lo tienen a suero y a lechuga. Cuando sube al ring, lo único que quiere es ganar la pelea para sentarse a comer. Ese modus operandi de los entrenadores propone al boxeador como una bestia hambrienta capaz de matar por comida. Al Mono Gatica le preguntaron una vez por su derechazo potente y respondió que cuando tiraba una piña, la piña iba con carro y todo. El boxeador que se sube a un ring está asechado desde abajo por la pobreza, por el hambre.
Ayer me pasó algo curioso, que me hizo pensar. Iba por Belgrano con uno de los autos de Torrencio, me comí la frenada del de adelante y lo toqué. No le rompí mucho, la óptica y le abollé un poco el paragolpes de plástico. El chabón de adelante, un tipo de un metro setenta y cinco mas o menos, macizo, pero no muy corpulento, sé bajó haciendo ademanes, puteándome a los gritos. Yo ya había manoteado la cartera con los documentos del auto, pero me molestó el comportamiento. No me bajé del auto y lo dejé venir. Caminaba por el medio de la calle, haciendo un escándalo bárbaro. Se me plató delante de la puerta y me puteó de arriba abajo. Que cómo mierda no lo había visto, que él había frenado a tiempo para que viera el stop. Le dije que venía distraído, que buscara los papeles y que se arreglaran los seguros. Que quién era yo para decirle lo qué hacer, que por qué no cerraba la jeta, que me bajara si era tan macho. Y bueno. Abrí la puerta de golpe y se la día en la rodilla. Pegó un grito y cayó sentado de culo. Volví a cerrar la puerta. Se paró y se me vino encima, abrí la puerta de nuevo y se la volví a dar en la rodilla. Cuando se levantó otra vez, era una sola puteada, que me iba a matar, bla bla bla, perro que ladra no muerde. Cuando lo tuve relativamente cerca le agarre una muñeca y lo traje contra mí. Se pegó la cara contra el techo, y le metí medio cuerpo dentro del auto. Le puse dos saques cortitos en la nariz, y lo dejé caer otra vez sobre sí mismo. Anoté la patente de su auto y seguí marcha. Lo que me rompe soberanamente las pelotas es que tipos que no se la bancan se hagan los gallitos sin medir a su oponente. Siempre es absolutamente necesario saber con qué bueyes se ara. El que no se la banca, no tiene que plantarse ante nadie, es una pérdida de tiempo, y también de dientes. Lo del auto se lo dejé a Torrencio para que se encargara. Tiene buenos seguros como para que esas cosas le preocupen a un tipo de su poder adquisitivo.
Un peleador no es nada sin la observación. Hay que saber mirar, retener los movimientos corporales, la caladura de las miradas. Eso es elemental. En la mirada se pueden leer actitudes. Los ojos lo dicen todo a la hora de accionar. Tantas veces me he comido los mocos cuando me di cuenta de la seguridad del de enfrente. Cuando los boxeadores se ponen frente a frente para escuchar las advertencias del réferi, ahí, en ese preciso momento, se dirime parte de la pelea. Me acuerdo de Tyson, esa mirada de animal furioso. Más de uno habrá querido bajarse del ring.
No soy de arrugar, generalmente me mando igual, es parte de mi trabajo, llevar las cosas hasta donde tengan que ir. Pero muchas veces me han parado el carro. Recuerdo una noche que salí con una minita de las que exhiben los números del round. Hacía una semana que había ganado una pelea que me posicionaba como candidato para retar al campeón. La mina estaba re buena, y no era ninguna estúpida, como generalmente se piensa de esas chicas. Tenía tan buena charla como buen culo. Todavía no había pasado nada, era la primera salida. En verdad me había llamado por teléfono dos días antes para invitarme a la fiesta de cumpleaños de una amiga, una vedete en ascenso que salía con uno de los guardaespaldas de Torrencio. Yo ya estaba invitado a esa fiesta pero me encantó que me llamara.
Antes fuimos a un bar de Almagro, a tomar una cerveza y charlar un poco. Salimos del bar camino a la fiesta que quedaba a unas cuadras, y vimos a una pareja que estaba discutiendo. El tipo era flaco pero alto y discutía con violencia. La mina parecía asustada. Cuando pasamos a su lado, la estaba zamarreando. Yo me paré en seco y le clavé los ojos. Me preguntó qué miraba. Le contesté que estaba mirando nada más. Hablaba raro, parecía extranjero, polaco, alemán, o algo así. Dimos media vuelta y seguimos caminando. Cuando quise volver a mirar ya estaba encima y me metió un empujón. Me armé y miré unas sillas que había en la puerta de un barcito que yo no había visto hasta ese momento. En esos segundos de análisis posteriores al empujón salieron dos o tres cosos del bar. Uno chiquito, y robusto, me puso la mano en el hombro y me dijo que me quedara tranquilo, que estaba todo bien. También tenía un acento raro. Su forma de mirar me intimidó de una manera extraña. La mina que estaba con el alto que me había empujado ni se mosqueó a todo esto. No aprovechó para irse ni nada, siguió al lado del tipo. Yo me quedé en el molde gelatina, casé a mi mina del brazo y nos fuimos rumbo a la fiesta. Yo en esa época era muy orgulloso. Tranquilamente me habría enfrentado a dos o tres si cuadraba, pero ese petizo me dio miedo. La seguridad en uno mismo lo es todo. Pero siempre y cuando uno sea consciente de los propios límites, sino es una estupidez. En la esquina me enteré por el cana que había visto toda la secuencia, que entre los muchachos del bar había dos o tres campeones panamericanos de Muay thai. Era un bar ruso. Ellos también eran rusos, y todos los fines de semana se chupaban hasta la manija y después buscaban pelea con cualquiera. Era una manera de entrenarse que tenían. Eso me lo dijo el policía, que siempre charlaba con el dueño del bar, un tal Brunof, o algo parecido. Me había salvado de una paliza asegurada.
Esa noche quedé bastante molesto. Uno en este ambiente tiene que mostrarse como el más temerario, las peleas se ganan arriba del ring, eso es verdad, pero comienzan abajo, en los gimnasios, en los trascendidos. Está lleno de correveidiles que trafican información. Siempre se aparece alguno por los gimnasios, toman nota del tipo de entrenamiento, del peso y esas cosas técnicas. Pero también está el chimento. Los problemas familiares, que cotizan casi tanto como los técnicos. Y un boxeador siempre tiene problemas familiares, problemas de ego, y también problemas con la ley. No es tanto mi caso, pero la mayoría de los boxeadores son pobres y tienen hambre. Pelean porque es lo único que pueden hacer. Algunos tienen un don especial, tienen inteligencia, destreza y rigor. Otros, los más, quedan en el camino por cuestiones propias o ajenas. Muchos pierden peleas porque se enfrentan con boxeadores superiores, pero otros pierden simplemente porque la complejidad de la vida que están llevando los excede. Para que el boxeador llegue a su peso, unos tres o cuatro días antes del combate lo tienen a suero y a lechuga. Cuando sube al ring, lo único que quiere es ganar la pelea para sentarse a comer. Ese modus operandi de los entrenadores propone al boxeador como una bestia hambrienta capaz de matar por comida. Al Mono Gatica le preguntaron una vez por su derechazo potente y respondió que cuando tiraba una piña, la piña iba con carro y todo. El boxeador que se sube a un ring está asechado desde abajo por la pobreza, por el hambre.
martes, 23 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega veintinueve
Tenía que dejar el auto en una concesionaria en la ruta. La cosa era simple, como casi siempre. Dejaba el auto y listo. Pregunté por el tipo al que tenía que ver. Tuve que esperar un rato. Encendí un cigarrillo y me entretuve viendo los autos y los camiones que pasaban por la ruta. Me puse a jugar con un boxer que andana dando vueltas por el lugar. Era grandote, su cara chata intimidaba pero era amistoso y juguetón. Estuve un rato tirando un palo que me traía. Al rato apareció un tipo alto y flaco. Se presentó como Vinilo Rocasalvo, efectivamente era el tipo que me había descrito Torrencio. Le di las llaves y un folio con los papeles del coche. Llamó a un tipo de mameluco que estaba en un galpón y le pidió que llevara el coche al taller y que lo limpiara.
Me preguntó si tenía que ir para el centro, él estaba por salir. Le dije que con que me alcanzara hasta la terminal estaba bien. Fuimos charlando de todo un poco, del tiempo y esas cosas. Me dejó en la terminal y me dio una tarjeta en donde figuraba su nombre y un celular. Me dijo que lo llamara si andaba por la zona, Torrencio le había dado referencias mías. Dijo que siempre salía algún trabajo con la capital, que en una de esas yo le podría ser de utilidad. Me dejó sobre la avenida Mitre, frente a la terminal de ómnibus. Eran las dos de la tarde. Saqué pasaje para las siete y me tomé un taxi hasta la cárcel. Papito no estaba, lo habían trasladado al penal de Sierras Bayas. Uno de los carceleros me explicó que hacía un mes había habido una revuelta con toma de rehenes y que las autoridades decidieron el traslado de algunos de los implicados. Uno de ellos Papito. Él había entrado por lo del auto, pero adentro se le habían complicado las cosas y se le adjudicaban un par de muertes. Todavía no tenía condena y ya se echaba encima más quilombos por lo que purgar. Se iba a comer un tiempo más. El carcelero era de Olavaria, y me dijo que él lo conocía. Y que tenía un primo de trabajando en el penal de Sierras Bayas. Se ofreció a llevarle lo que yo tenía para él: los cartones de cigarrillos y la ropa. Perdido por perdido, le dejé el paquete. También le escribí una carta a mano alzada y la incluí en el paquete. En la carta le mandaba saludos y le daba mi número de celular, para cualquier cosa que necesitara. Me fui un poco triste. Las cárceles siempre me bajan el ánimo. Son como una temible amenaza. Siempre que estoy cerca de una cárcel me prometo hacer las cosas bien. Hasta ahora estoy afuera. Toda una proeza, moviéndome en el mundo en el que me muevo. Almorcé a eso de las tres y media de la tarde en un bar frente a la plaza San Martín. No conocía a nadie en la ciudad así que caminé sin rumbo. Mucho pendejerío en las calles, mucha moto, mucha bicicleta. Iglesia, comisaría, hospital, escuela, municipalidad y comercios. Todo cerca, a mano, todo funcional. Los domingos que traspasan de lado a lado la semana. Insoportable repetición exacta de los días sin sorpresa ni variación.
Siempre me han gustado las ciudades chicas. Me transmiten paz y tranquilidad. Ni loco podría vivir en un lugar así. Pero cuando me toca pasar de vez en cuando me gusta salir a caminar y preguntarme cómo sería mi vida en un lugar así.
Me aburriría como un hongo y también me cagaría de hambre. ¿Qué podría hacer? Dios está en todas partes pero atiende sólo en la capital. Hay que estar dónde pasan las cosas, aunque se al menos para verlas pasar y poder lamentarse de ello. Caminando se me hicieron las ocho, así que agarré para el lado de la terminal. Me tomé un café en el bar, me fumé un par de puchos, y dejé que el tiempo pasara tranquilamente. Perros flacos rascandose las pulgas, valijistas y encomenderos, locos, vagos, paisanos aburridos en bicicleta, que van a la terminal a charlar un rato, a ver quién llega. Los altoparlantes gastados amplificaron la voz lejana de una mujer que anunció que la unidad 305 de la estrella estaba arribando a la plataforma número tres. Ese era mi flete. Subí y me senté contra la ventanilla. Estaba oscureciendo, quedaban algunos saludadores. El micro arrancó y fui mirando las casas, sus jardines, los patios. Por la avenida cerca de la rotonda que sale a la ruta iban dos mujeres negras cargando bolsas de supermercados. Estaban por cruzar la ruta. Irían a alguno de los bares que de noche se transforman en cabaret. Dos dominicanas posiblemente, dos putas domingueando. Siempre me toca ver ese tipo de gente. O yo mismo me imagino que son ese tipo de gente. Siempre encuentro algo oculto, algo prohibido. O eso es lo que me parece.
Ya en la ruta vi terrenos en donde humeaba algo que desaparecía. La tranquilidad intacta, quieta, detenida que avanza imperceptiblemente hacía la vejez, hacia la muerte.
La pampa y sus árboles, sus montes, sus vacas desperdigadas y aburridas.
Color verde de una libertad ajena. Distintas tonalidades, variaciones de naranjas y rojos, y ocres. El cielo intangible la pampa húmeda oxidada. Bolsas de nylon enredadas en alambres y pajas bravas. Cartelas con impactos de bala. La huella de la urbanidad acechando, carcomiendo. Dentro de unas horas estaría en Buenos Aires, cómodo en mi intransferible tristeza, en terreno conocido. Y a vivir yo mi propia abulia citadina.
Me preguntó si tenía que ir para el centro, él estaba por salir. Le dije que con que me alcanzara hasta la terminal estaba bien. Fuimos charlando de todo un poco, del tiempo y esas cosas. Me dejó en la terminal y me dio una tarjeta en donde figuraba su nombre y un celular. Me dijo que lo llamara si andaba por la zona, Torrencio le había dado referencias mías. Dijo que siempre salía algún trabajo con la capital, que en una de esas yo le podría ser de utilidad. Me dejó sobre la avenida Mitre, frente a la terminal de ómnibus. Eran las dos de la tarde. Saqué pasaje para las siete y me tomé un taxi hasta la cárcel. Papito no estaba, lo habían trasladado al penal de Sierras Bayas. Uno de los carceleros me explicó que hacía un mes había habido una revuelta con toma de rehenes y que las autoridades decidieron el traslado de algunos de los implicados. Uno de ellos Papito. Él había entrado por lo del auto, pero adentro se le habían complicado las cosas y se le adjudicaban un par de muertes. Todavía no tenía condena y ya se echaba encima más quilombos por lo que purgar. Se iba a comer un tiempo más. El carcelero era de Olavaria, y me dijo que él lo conocía. Y que tenía un primo de trabajando en el penal de Sierras Bayas. Se ofreció a llevarle lo que yo tenía para él: los cartones de cigarrillos y la ropa. Perdido por perdido, le dejé el paquete. También le escribí una carta a mano alzada y la incluí en el paquete. En la carta le mandaba saludos y le daba mi número de celular, para cualquier cosa que necesitara. Me fui un poco triste. Las cárceles siempre me bajan el ánimo. Son como una temible amenaza. Siempre que estoy cerca de una cárcel me prometo hacer las cosas bien. Hasta ahora estoy afuera. Toda una proeza, moviéndome en el mundo en el que me muevo. Almorcé a eso de las tres y media de la tarde en un bar frente a la plaza San Martín. No conocía a nadie en la ciudad así que caminé sin rumbo. Mucho pendejerío en las calles, mucha moto, mucha bicicleta. Iglesia, comisaría, hospital, escuela, municipalidad y comercios. Todo cerca, a mano, todo funcional. Los domingos que traspasan de lado a lado la semana. Insoportable repetición exacta de los días sin sorpresa ni variación.
Siempre me han gustado las ciudades chicas. Me transmiten paz y tranquilidad. Ni loco podría vivir en un lugar así. Pero cuando me toca pasar de vez en cuando me gusta salir a caminar y preguntarme cómo sería mi vida en un lugar así.
Me aburriría como un hongo y también me cagaría de hambre. ¿Qué podría hacer? Dios está en todas partes pero atiende sólo en la capital. Hay que estar dónde pasan las cosas, aunque se al menos para verlas pasar y poder lamentarse de ello. Caminando se me hicieron las ocho, así que agarré para el lado de la terminal. Me tomé un café en el bar, me fumé un par de puchos, y dejé que el tiempo pasara tranquilamente. Perros flacos rascandose las pulgas, valijistas y encomenderos, locos, vagos, paisanos aburridos en bicicleta, que van a la terminal a charlar un rato, a ver quién llega. Los altoparlantes gastados amplificaron la voz lejana de una mujer que anunció que la unidad 305 de la estrella estaba arribando a la plataforma número tres. Ese era mi flete. Subí y me senté contra la ventanilla. Estaba oscureciendo, quedaban algunos saludadores. El micro arrancó y fui mirando las casas, sus jardines, los patios. Por la avenida cerca de la rotonda que sale a la ruta iban dos mujeres negras cargando bolsas de supermercados. Estaban por cruzar la ruta. Irían a alguno de los bares que de noche se transforman en cabaret. Dos dominicanas posiblemente, dos putas domingueando. Siempre me toca ver ese tipo de gente. O yo mismo me imagino que son ese tipo de gente. Siempre encuentro algo oculto, algo prohibido. O eso es lo que me parece.
Ya en la ruta vi terrenos en donde humeaba algo que desaparecía. La tranquilidad intacta, quieta, detenida que avanza imperceptiblemente hacía la vejez, hacia la muerte.
La pampa y sus árboles, sus montes, sus vacas desperdigadas y aburridas.
Color verde de una libertad ajena. Distintas tonalidades, variaciones de naranjas y rojos, y ocres. El cielo intangible la pampa húmeda oxidada. Bolsas de nylon enredadas en alambres y pajas bravas. Cartelas con impactos de bala. La huella de la urbanidad acechando, carcomiendo. Dentro de unas horas estaría en Buenos Aires, cómodo en mi intransferible tristeza, en terreno conocido. Y a vivir yo mi propia abulia citadina.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega veintiocho
La otra tarde me cambiaba para salir, me estaba poniendo las medias, me dio una puntada en la espalda y quedé duro. El cuerpo ya me empieza a pasar facturas. Es increíble como pasa el tiempo. Hasta hace poco yo era un toro salvaje y ahora resulta que ya me tengo que estar cuidando de hacer algunas cosas. Los achaques de la edad: migrañas por la mañana, dolor de huesos en las manos, los meniscos jodidos.
También un poco lo empecé a notar con las minas. Ya no soy el que era. Ahora un polvo, a lo sumo dos, y ya me quiero dormir. Los años me empiezan a pesar. Cambio experiencia por vitalidad. La experticia y el conocimiento son algo que también se valúa en el mercado de la seguridad. No sólo se necesitan fuerzas de choque, carne de cañón. También se emplean cabezas pensantes que sepan cómo administrar la violencia. En eso estamos. Me he sabido mover. He tenido siempre buenos trabajos. Hace un tiempo estaba en la mala, pero han ido apareciendo cosas que pueden resultar interesantes. No me quejo. Las relaciones establecen un flujo de posibilidades, sólo hay que estar atento y saber elegir.
Nunca gusté de las cabalas, no creo en la suerte, sólo en la acción, y en la planificación. Pero bien sé que no hay planes seguros. Las cosas a veces pueden salir para la mierda. Por eso hay que saber adaptarse a lo que venga. Se trata de permanecer con vida. La verdadera suerte está en mi ancho de hombros. Eso siempre me ha ayudado a sobrevivir al trabajo, que es lo fundamental.
Todos los días estoy metido en situaciones límites en dónde un pequeño error puede desbaratar la propia vida.
Empecé de muy pendejo en esto, casi al toque que me bajé del ring. El boxeo me ordenó las emociones. Hizo que supiera medir mis fuerzas y controlar mis movimientos, mis acciones. Supe manejar las energías para no llegar cansado al final de los rounds. Eso me lo enseñó mi tío una noche, viendo una pelea de Monzón. Me mostró la táctica que usaba él. Cansaba a sus oponentes, les castigaba los brazos para que se cansaran. Ganaba por agotamiento. Era un tipo inteligente, que sabía administrar tanto su fuerza como su destreza.
En esta vida que llevo no hay nada seguro. Mañana mismo puede ser que muera. Así vivo, así me tengo que tomar la vida. Tantas veces creí tener al rival en el bolsillo, y terminaba con la trompa hinchada y con el culo en la lona. Es absolutamente necesario saber cuándo replegarse. No sólo hay que aprender a caminar hacia delante, sino también hay que saber recular, y tirar manos en retroceso. La insistencia lo es todo, pero siempre dentro de los límites estipulados. Si se está perdiendo en las tarjetas, hay que cambiar de táctica y salir a buscar la palea, pero con solvencia y tranquilidad. La desesperación es lo peor que le puede pasar a un peleador. Siempre hay que mantener la calma. Sino se está frito. He perdido peleas de manera inexplicable. Porque las creía ganadas de antemano. A veces hay movimientos fortuitos, golpes certeros que dan con el derribo tan esperado. Pero no siempre es así. Generalmente hay que dar y dar y dar, mantenerse entero hasta el final. Lo insólito de todo esto es que existe la técnica, el entrenamiento, pero también el culo. Tirar una mano y embocarla de ojete. Contra eso no hay con qué darle. Pero no siempre pasa. Es mejor ser bueno en lo que uno hace. Entrenar y estar siempre aprendiendo algo nuevo. Yo he aprendido mucho de la observación, que es un gran recurso. Me muevo mucho entre tipos bravos. Bien plantados.
Espero no terminar en una garita, todo el día sentado, escuchando radio, verde de tanto mate. La vida del de seguridad es bastante aburrida. Somos como una sombra detrás de los que pagan para que se los proteja. En verdad los protegidos se deben sentir menos hombres, por tener que pagar para que se los proteja. ¿Pero me siento menos hombre cuando le pago al médico o al abogado para que hagan algo que yo por las mías no puedo hacer? No puedo explicarlo, pero no es lo mismo. Un hombre que no puede protegerse a sí mismo, y que no puede proteger a su familia, no es un hombre. Eso es lo que yo creo. Ellos pagan y se los protege. Desde atrás, sin mirarlos a los ojos, sin hablarles. La servidumbre de la seguridad. Es una de las primeras cosas que hay que aprender para trabajar como fuerza de seguridad. Uno debe no sólo desaparecer, tiene que no existir, salvo cuando las papas queman.
Cuando alguien contrata seguridad pretende no tener ningún tipo de problemas.
En algunos lugares al personal de seguridad se le prohíbe hablar con la gente, alternar con los demás empleados. Eso hace que se tenga mucho tiempo para pensar. El personal de seguridad tiene que aprender a desconfiar de todo el mundo. Ese es el trabajo: no confiar en nadie, potenciar a todo el mundo como una posible amenaza y estar dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de proteger a los que pagan. La versión extrema son los granaderos. Firmes, inconmovibles. Yo de todos modos no gusto de lo marcial. Los militares son un poco payasos. Sus floreos de ganso, su prejuicio almidonado tienen muy poco que ver con la gente como yo.
Estoy un poco deprimido últimamente. Hace como una semana volví de un viaje. Torrencio me había mandado para que le llevara un auto a un tipo de Azul. Yo sabía perfectamente que el auto no era lo único que tenía que darle al tipo. Algo habían metido en el auto. Nunca pregunto demasiado. Mejor no saber. Aproveché el viaje para ver a un viejo amigo que está en la penitenciaría de Azul. Papito Zumeta. Hacía varios años que no lo veía. Antes solíamos cartearnos, pero yo dejé de contestarle y me sentía en falta. Compré unos cartones de cigarrillos, y le llevaba algo de ropa. Seguro que le haría falta. Papito era un walter de una plasticidad envidiable. Yo lo había descubierto en unos matchs que había ido a ver a Azul. En esa época estaba intentando promocionarme como representante de boxeadores. Papito era bueno. Pero se cagó la vida y medio que un poco también me la cagó a mí. Lo tenía colocado en un gimnasio de la capital, y ya le había arreglado una pelea para lanzarlo como profesional. Esa noche que lo vi pelear en Azul fue estupenda. Yo estaba empezando a viajar a las peleas en los clubes de provincia, para ver si encontraba pibes con futuro. Tenía muy buena técnica, algo muy difícil de encontrar en púgiles todavía verdes. Peleaba reconcentrado, metido en la pelea, sabiendo lo que hacía. Tenía buenas aptitudes, buen juego de piernas. Excelentes combinaciones de golpes. Era un boxeador con rodaje, con claridad y estilo propio. Una verdadera promesa. Yo me salía de la vaina por charlar con él. El otro tampoco era un paquete. Los dos dieron un buen espectáculo, pero Papito sobresalía. Sabía resolver en corta distancia. Tiraba golpes curvos muy duros que estrellaban en la cara del otro. Era meticuloso. Lo trabajaba tranquilo, sin desesperarse. Era paciente. En el cuarto round, lo agarró en seco y lo hizo tocar lona de un planazo en la mandíbula. Los dos pendejos destilaban adrenalina pura. Se trabaron en un mano a mano, pumba y pumba, meta y meta, y el otro volvió a caer. Cuando se paró, después de la cuenta a ocho, lo marcó con la izquierda durante lo que quedaba del round. En el quinto Papito se arrebató y casi pierde la pelea. Cerca del final del round, el otro le calzó un gancho al hígado que por poco lo deja fuera de combate. Lo salvó la campana. Si se lo trabajaba bien, si se le impartía disciplina y técnica, podía llegar a campeón. Tenía velocidad y certeza, casi no marró ningún golpe. Calculaba cada mano que tiraba. El otro no era malo, pero Papito tomó el protagonismo durante toda la pelea. Ya estaba listo para pasar al plano rentado y yo me iba a encargar de que así fuera. Muchos pibes descollan en la calle, pero en el gimnasio no tienen disciplina y eso se nota en el ring, y en los resultados. Pero Papito era distinto. Se lo podía sacar bueno. Pero tenía problemas economicos, una mujer y dos hijos. Muchos de estos pibes son ansiosos, están desesperados por la guita y no saben esperar, se arrebatan. Esa ansiedad les impide usar la cabeza. El pelotudo cayó en cana por robar un auto al mes de que yo lo conociera. Ya tenía todo arreglado. Iba a esperar un par de peleas y trataría de hacerle firmar contrato con Torrencio. Yo sería su representante. Me cagó el estofado. Después de eso un poco me desanimé y empecé a agarra los laburos que Torrencio me tiraba. Y acá estoy.
También un poco lo empecé a notar con las minas. Ya no soy el que era. Ahora un polvo, a lo sumo dos, y ya me quiero dormir. Los años me empiezan a pesar. Cambio experiencia por vitalidad. La experticia y el conocimiento son algo que también se valúa en el mercado de la seguridad. No sólo se necesitan fuerzas de choque, carne de cañón. También se emplean cabezas pensantes que sepan cómo administrar la violencia. En eso estamos. Me he sabido mover. He tenido siempre buenos trabajos. Hace un tiempo estaba en la mala, pero han ido apareciendo cosas que pueden resultar interesantes. No me quejo. Las relaciones establecen un flujo de posibilidades, sólo hay que estar atento y saber elegir.
Nunca gusté de las cabalas, no creo en la suerte, sólo en la acción, y en la planificación. Pero bien sé que no hay planes seguros. Las cosas a veces pueden salir para la mierda. Por eso hay que saber adaptarse a lo que venga. Se trata de permanecer con vida. La verdadera suerte está en mi ancho de hombros. Eso siempre me ha ayudado a sobrevivir al trabajo, que es lo fundamental.
Todos los días estoy metido en situaciones límites en dónde un pequeño error puede desbaratar la propia vida.
Empecé de muy pendejo en esto, casi al toque que me bajé del ring. El boxeo me ordenó las emociones. Hizo que supiera medir mis fuerzas y controlar mis movimientos, mis acciones. Supe manejar las energías para no llegar cansado al final de los rounds. Eso me lo enseñó mi tío una noche, viendo una pelea de Monzón. Me mostró la táctica que usaba él. Cansaba a sus oponentes, les castigaba los brazos para que se cansaran. Ganaba por agotamiento. Era un tipo inteligente, que sabía administrar tanto su fuerza como su destreza.
En esta vida que llevo no hay nada seguro. Mañana mismo puede ser que muera. Así vivo, así me tengo que tomar la vida. Tantas veces creí tener al rival en el bolsillo, y terminaba con la trompa hinchada y con el culo en la lona. Es absolutamente necesario saber cuándo replegarse. No sólo hay que aprender a caminar hacia delante, sino también hay que saber recular, y tirar manos en retroceso. La insistencia lo es todo, pero siempre dentro de los límites estipulados. Si se está perdiendo en las tarjetas, hay que cambiar de táctica y salir a buscar la palea, pero con solvencia y tranquilidad. La desesperación es lo peor que le puede pasar a un peleador. Siempre hay que mantener la calma. Sino se está frito. He perdido peleas de manera inexplicable. Porque las creía ganadas de antemano. A veces hay movimientos fortuitos, golpes certeros que dan con el derribo tan esperado. Pero no siempre es así. Generalmente hay que dar y dar y dar, mantenerse entero hasta el final. Lo insólito de todo esto es que existe la técnica, el entrenamiento, pero también el culo. Tirar una mano y embocarla de ojete. Contra eso no hay con qué darle. Pero no siempre pasa. Es mejor ser bueno en lo que uno hace. Entrenar y estar siempre aprendiendo algo nuevo. Yo he aprendido mucho de la observación, que es un gran recurso. Me muevo mucho entre tipos bravos. Bien plantados.
Espero no terminar en una garita, todo el día sentado, escuchando radio, verde de tanto mate. La vida del de seguridad es bastante aburrida. Somos como una sombra detrás de los que pagan para que se los proteja. En verdad los protegidos se deben sentir menos hombres, por tener que pagar para que se los proteja. ¿Pero me siento menos hombre cuando le pago al médico o al abogado para que hagan algo que yo por las mías no puedo hacer? No puedo explicarlo, pero no es lo mismo. Un hombre que no puede protegerse a sí mismo, y que no puede proteger a su familia, no es un hombre. Eso es lo que yo creo. Ellos pagan y se los protege. Desde atrás, sin mirarlos a los ojos, sin hablarles. La servidumbre de la seguridad. Es una de las primeras cosas que hay que aprender para trabajar como fuerza de seguridad. Uno debe no sólo desaparecer, tiene que no existir, salvo cuando las papas queman.
Cuando alguien contrata seguridad pretende no tener ningún tipo de problemas.
En algunos lugares al personal de seguridad se le prohíbe hablar con la gente, alternar con los demás empleados. Eso hace que se tenga mucho tiempo para pensar. El personal de seguridad tiene que aprender a desconfiar de todo el mundo. Ese es el trabajo: no confiar en nadie, potenciar a todo el mundo como una posible amenaza y estar dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de proteger a los que pagan. La versión extrema son los granaderos. Firmes, inconmovibles. Yo de todos modos no gusto de lo marcial. Los militares son un poco payasos. Sus floreos de ganso, su prejuicio almidonado tienen muy poco que ver con la gente como yo.
Estoy un poco deprimido últimamente. Hace como una semana volví de un viaje. Torrencio me había mandado para que le llevara un auto a un tipo de Azul. Yo sabía perfectamente que el auto no era lo único que tenía que darle al tipo. Algo habían metido en el auto. Nunca pregunto demasiado. Mejor no saber. Aproveché el viaje para ver a un viejo amigo que está en la penitenciaría de Azul. Papito Zumeta. Hacía varios años que no lo veía. Antes solíamos cartearnos, pero yo dejé de contestarle y me sentía en falta. Compré unos cartones de cigarrillos, y le llevaba algo de ropa. Seguro que le haría falta. Papito era un walter de una plasticidad envidiable. Yo lo había descubierto en unos matchs que había ido a ver a Azul. En esa época estaba intentando promocionarme como representante de boxeadores. Papito era bueno. Pero se cagó la vida y medio que un poco también me la cagó a mí. Lo tenía colocado en un gimnasio de la capital, y ya le había arreglado una pelea para lanzarlo como profesional. Esa noche que lo vi pelear en Azul fue estupenda. Yo estaba empezando a viajar a las peleas en los clubes de provincia, para ver si encontraba pibes con futuro. Tenía muy buena técnica, algo muy difícil de encontrar en púgiles todavía verdes. Peleaba reconcentrado, metido en la pelea, sabiendo lo que hacía. Tenía buenas aptitudes, buen juego de piernas. Excelentes combinaciones de golpes. Era un boxeador con rodaje, con claridad y estilo propio. Una verdadera promesa. Yo me salía de la vaina por charlar con él. El otro tampoco era un paquete. Los dos dieron un buen espectáculo, pero Papito sobresalía. Sabía resolver en corta distancia. Tiraba golpes curvos muy duros que estrellaban en la cara del otro. Era meticuloso. Lo trabajaba tranquilo, sin desesperarse. Era paciente. En el cuarto round, lo agarró en seco y lo hizo tocar lona de un planazo en la mandíbula. Los dos pendejos destilaban adrenalina pura. Se trabaron en un mano a mano, pumba y pumba, meta y meta, y el otro volvió a caer. Cuando se paró, después de la cuenta a ocho, lo marcó con la izquierda durante lo que quedaba del round. En el quinto Papito se arrebató y casi pierde la pelea. Cerca del final del round, el otro le calzó un gancho al hígado que por poco lo deja fuera de combate. Lo salvó la campana. Si se lo trabajaba bien, si se le impartía disciplina y técnica, podía llegar a campeón. Tenía velocidad y certeza, casi no marró ningún golpe. Calculaba cada mano que tiraba. El otro no era malo, pero Papito tomó el protagonismo durante toda la pelea. Ya estaba listo para pasar al plano rentado y yo me iba a encargar de que así fuera. Muchos pibes descollan en la calle, pero en el gimnasio no tienen disciplina y eso se nota en el ring, y en los resultados. Pero Papito era distinto. Se lo podía sacar bueno. Pero tenía problemas economicos, una mujer y dos hijos. Muchos de estos pibes son ansiosos, están desesperados por la guita y no saben esperar, se arrebatan. Esa ansiedad les impide usar la cabeza. El pelotudo cayó en cana por robar un auto al mes de que yo lo conociera. Ya tenía todo arreglado. Iba a esperar un par de peleas y trataría de hacerle firmar contrato con Torrencio. Yo sería su representante. Me cagó el estofado. Después de eso un poco me desanimé y empecé a agarra los laburos que Torrencio me tiraba. Y acá estoy.
Apercat Gutierrez- Entrega veintisiete
El Loco después de darme las últimas las instrucciones sobre el auto me dijo que yo no me preocupara por nada, que la cosa iba a ser muy fácil. Ninguno de los tres autos que participaban estaba mejor preparado que el camaro. Calculo que me habrá querido dar ánimos, pero sus palabras me intimidaron aún más. Este tipo de persona cuando habla parece estar dando órdenes terminales. En su modulación está la seguridad de lo que son capaces de hacer si las cosas no salen como tienen que salir.
Esa noche no sólo había autos del estilo del camaro, como chevrolets, torinos o valiants. Había Fiats 128, Volskwagens Gol, Peugeots 504, Renaults 18, Fords F 100, Escort y Ka; también había unas cuantas motos, que son además las que sirven para custodiar y avisar si aparece la cana, además de participar también en las picadas. Había una Meel LG 150, una Honda CG 125, unas Zanellas RX 150, una Wabell NF100, y otras que no pude identificar.
Todos, autos y motos bien pisteros. Con cuentavueltas. Algunos autos alcanzan velocidades entre los 220 y los 240 kilómetros por hora. Y las motos a veces un poco más. Todos detrás de la emoción emancipadora que les da la velocidad. La caravana del peligro al borde de la ilegalidad.
Me subí al auto y empecé a dar unas vueltas para calentarlo, tal y como me había sugerido Sagio que hiciera. Parecía que estaba montado sobre un toro. Cada acelerada era un bufido estremecedor que hacía temblar toda la carrocería. Yo no soy muy fierrero pero sabía perfectamente que estaba subido arriba de una máquina tremenda, con una potencia infernal. No me sentía con la capacidad suficiente como para soportar el brío poderoso. El motor sonaba como si fuera un camión. El auto verdaderamente me contagió su energía y me sentí por primera vez capaz de ganar la carrera. Cuando volví a la zona de picadas, los tres autos que iban a correr estaban estacionados en línea, como esperándome. Me acerqué a ellos y el chevrolet me hizo señales de luces. Le respondí de la misma manera, haciendo parpadear las luces. Se puso en marcha, el chofer sacó un brazo y me hizo señas como para que lo siguiera. Ya estaba todo dispuesto. Había llegado el momento de la verdad. Me puse a un lado del chevrolet. A mi derecha estaba el dodge polara, y al extremo el falcon. Los cuatro aceleramos a fondo. Un tipo que tenía una bandera se acercó y nos dijo que la carrera sería de ida y vuelta, que el mismo lugar de la largada era el de llegada. Nos deseó suerte y nos dijo que a la bajada de bandera se largaba. Caminó unos metros delante de las trompas de los autos. Había una tensión que hacía rato no sentía. De alguna extraña manera sentí lo mismo que cuando me sacaban el banco y sonaba la campana del primer round. Arrancamos. Era una recta de unos mil metros, eso es lo que me había avisado el Loco. Diez cuadras de ida y diez de vuelta. Me coloqué en segundo lugar. Adelante iba el chevrolet, atrás el polara y el falcon. Los cuatro autos caminaban bastante parejos. La carrera estaba para cualquiera. No lo podía creer cuando miré el velocímetro: 180 y subía. No podía dejar que se me alejara el chevrolet, así que lo pisé más. Usaría el nitrógeno a la vuelta. El falcon quiso hacer una maniobra para metérsele al dodge, pero tuvo que clavar las guampas porque casi se estrola contra el guardaraid. El dodge se me puso mano a mano, trompa con trompa. Pude ver al piloto, un gordo rapado a cero que sonreía con malicia. Lo pisé a fondo y evité que me pasara. El chevrolet seguía adelante y se alejaba cada vez más. Cuando quise acordar ya estaba pegando la vuelta, casi paso de largo, desaceleré y se me metió por el costado el polara. Una cagada, tendría que recuperarme porque sino se me iban a escapar los dos. Me le chupé al polara, ya estaba por metérmele por un espacio que me había dejado libre a su derecha cuando escuché detrás unas sirenas. Tres autos civiles con sirena al techo. No sabía que hacer, no sabía que se hacía en estos casos. Vi que el chevrolet aminoraba y se metía por una bajada, mientras que el del polara seguía derecho y desaparecía. Pasé por la línea de llegada y ya casi no quedaba gente de a pie. Un gran alboroto y corridas, una gran dispersión de autos. Me metí por una calle transversal. Tenía pegado a uno de los autos de la cana. Pude haber parado, pero me imaginé que al Loco no le gustaría nada que le incautaran el auto, entonces aceleré a fondo. Era imposible que me agarraran con un auto preparado. Por lo que escuché después, generalmente en los operativos de control no usan patrullas, porque en los alrededores siempre hay gente vigilando que no se acerque ningún policía. Tenía que meterme en una avenida y poner el auto al taco para perderlos, si seguía en calles normales me podrían taponar con otro auto y cagarme. Agarré Cabildo, el auto casi me tocaba el culo. Había dos canas adentro. Pasé tres semáforos en rojo. Por el retrovisor vi como se quedaban atrás, casi chocaron con un colectivo, me metí por un par de calles y los perdí. Enfilé para el taller del Loco, quería guardar el auto cuanto antes. Todavía no sabía si había ganado el dodge o si se suspendía todo. Necesitaba un par de tragos y que alguien me aclarara las cosas. Estaba asustado, si me agarraban todo se iba a complicar. Llegué al taller, el portón estaba cerrado. Una cagada si no había nadie. Yo no tenía el teléfono del Loco. Qué iba a hacer con el auto toda la noche. Pensé en meterlo en una playa y esperar para ver qué hacer. Por suerte estaba Sagio, que me abrió el portón para que metiera el auto. Fuimos a la oficina. Estaba tomando whisky y mirando televisión. Me ofreció un vaso y por fin pude sentarme y relajarme un poco. Le conté lo que había pasado. Me dijo que estaba al tanto, el Loco lo había llamado para avisarle que seguramente yo pasaría, que él en un rato se iba a aparecer. La carrera se había suspendido. Nadie gana cuando hay desparramo. Respiré aliviado. Estuvimos hablando de autos. Me contó la historia del camaro que corrí. Había caído al taller hacía unos años. De solo verlo el Loco le pidióque lo preparara.. Sagio hizo un muy buen trabajo. El auto lo habían llevado para desarmarlo y venderlo por partes. Sagio reconstruyó la carrocería. Había conseguido piezas originales. Todo lo que le había puesto era original de fábrica. Después, claro, hubo que hacerle arreglos para que alcanzara mayores velocidades que las que puede alcanzar un camaro común. Estaba orgulloso de su trabajo. Le dije que el auto verdaderamente era algo especial. Lo sentí rugir y me contagió una energía poderosa. Al rato cayeron el Loco, Orilla y la Chata. Mortadela y Carnaza se habían perdido por ahí. El Loco vino directo a mí, y me felicitó por la prestancia y la buena predisposición. Le dije que no me había dejado mayores alternativas. Se cagó de risa y me dijo que nunca hay demasiadas alternativas. Y tenía razón. Había sido una noche con muchos sobresaltos, una noche distinta, en la que había aprendido bastantes cosas. Eso siempre es bueno. Me dijo que al otro fin de semana iban a haber otras picadas callejeras, que si me interesaba estaba invitado, esta vez sólo como espectador.
Todo terminó bien. A veces tengo un culo que no me explico. En tantos quilombos que ando metido y casi siempre caigo bien parado. Tal vez no sea suerte, sino destreza. Un poco tengo que creérmela. He salido de tantas. Me la han dado varias veces también, pero siempre salí entero, bien parado. Un poco maltrecho pero al tiempo me recupero. No dejo que nada me deprima. Hay que pegarle siempre para adelante, pase lo que pase. Con esta gente si me amilano estoy muerto.
Esa noche no sólo había autos del estilo del camaro, como chevrolets, torinos o valiants. Había Fiats 128, Volskwagens Gol, Peugeots 504, Renaults 18, Fords F 100, Escort y Ka; también había unas cuantas motos, que son además las que sirven para custodiar y avisar si aparece la cana, además de participar también en las picadas. Había una Meel LG 150, una Honda CG 125, unas Zanellas RX 150, una Wabell NF100, y otras que no pude identificar.
Todos, autos y motos bien pisteros. Con cuentavueltas. Algunos autos alcanzan velocidades entre los 220 y los 240 kilómetros por hora. Y las motos a veces un poco más. Todos detrás de la emoción emancipadora que les da la velocidad. La caravana del peligro al borde de la ilegalidad.
Me subí al auto y empecé a dar unas vueltas para calentarlo, tal y como me había sugerido Sagio que hiciera. Parecía que estaba montado sobre un toro. Cada acelerada era un bufido estremecedor que hacía temblar toda la carrocería. Yo no soy muy fierrero pero sabía perfectamente que estaba subido arriba de una máquina tremenda, con una potencia infernal. No me sentía con la capacidad suficiente como para soportar el brío poderoso. El motor sonaba como si fuera un camión. El auto verdaderamente me contagió su energía y me sentí por primera vez capaz de ganar la carrera. Cuando volví a la zona de picadas, los tres autos que iban a correr estaban estacionados en línea, como esperándome. Me acerqué a ellos y el chevrolet me hizo señales de luces. Le respondí de la misma manera, haciendo parpadear las luces. Se puso en marcha, el chofer sacó un brazo y me hizo señas como para que lo siguiera. Ya estaba todo dispuesto. Había llegado el momento de la verdad. Me puse a un lado del chevrolet. A mi derecha estaba el dodge polara, y al extremo el falcon. Los cuatro aceleramos a fondo. Un tipo que tenía una bandera se acercó y nos dijo que la carrera sería de ida y vuelta, que el mismo lugar de la largada era el de llegada. Nos deseó suerte y nos dijo que a la bajada de bandera se largaba. Caminó unos metros delante de las trompas de los autos. Había una tensión que hacía rato no sentía. De alguna extraña manera sentí lo mismo que cuando me sacaban el banco y sonaba la campana del primer round. Arrancamos. Era una recta de unos mil metros, eso es lo que me había avisado el Loco. Diez cuadras de ida y diez de vuelta. Me coloqué en segundo lugar. Adelante iba el chevrolet, atrás el polara y el falcon. Los cuatro autos caminaban bastante parejos. La carrera estaba para cualquiera. No lo podía creer cuando miré el velocímetro: 180 y subía. No podía dejar que se me alejara el chevrolet, así que lo pisé más. Usaría el nitrógeno a la vuelta. El falcon quiso hacer una maniobra para metérsele al dodge, pero tuvo que clavar las guampas porque casi se estrola contra el guardaraid. El dodge se me puso mano a mano, trompa con trompa. Pude ver al piloto, un gordo rapado a cero que sonreía con malicia. Lo pisé a fondo y evité que me pasara. El chevrolet seguía adelante y se alejaba cada vez más. Cuando quise acordar ya estaba pegando la vuelta, casi paso de largo, desaceleré y se me metió por el costado el polara. Una cagada, tendría que recuperarme porque sino se me iban a escapar los dos. Me le chupé al polara, ya estaba por metérmele por un espacio que me había dejado libre a su derecha cuando escuché detrás unas sirenas. Tres autos civiles con sirena al techo. No sabía que hacer, no sabía que se hacía en estos casos. Vi que el chevrolet aminoraba y se metía por una bajada, mientras que el del polara seguía derecho y desaparecía. Pasé por la línea de llegada y ya casi no quedaba gente de a pie. Un gran alboroto y corridas, una gran dispersión de autos. Me metí por una calle transversal. Tenía pegado a uno de los autos de la cana. Pude haber parado, pero me imaginé que al Loco no le gustaría nada que le incautaran el auto, entonces aceleré a fondo. Era imposible que me agarraran con un auto preparado. Por lo que escuché después, generalmente en los operativos de control no usan patrullas, porque en los alrededores siempre hay gente vigilando que no se acerque ningún policía. Tenía que meterme en una avenida y poner el auto al taco para perderlos, si seguía en calles normales me podrían taponar con otro auto y cagarme. Agarré Cabildo, el auto casi me tocaba el culo. Había dos canas adentro. Pasé tres semáforos en rojo. Por el retrovisor vi como se quedaban atrás, casi chocaron con un colectivo, me metí por un par de calles y los perdí. Enfilé para el taller del Loco, quería guardar el auto cuanto antes. Todavía no sabía si había ganado el dodge o si se suspendía todo. Necesitaba un par de tragos y que alguien me aclarara las cosas. Estaba asustado, si me agarraban todo se iba a complicar. Llegué al taller, el portón estaba cerrado. Una cagada si no había nadie. Yo no tenía el teléfono del Loco. Qué iba a hacer con el auto toda la noche. Pensé en meterlo en una playa y esperar para ver qué hacer. Por suerte estaba Sagio, que me abrió el portón para que metiera el auto. Fuimos a la oficina. Estaba tomando whisky y mirando televisión. Me ofreció un vaso y por fin pude sentarme y relajarme un poco. Le conté lo que había pasado. Me dijo que estaba al tanto, el Loco lo había llamado para avisarle que seguramente yo pasaría, que él en un rato se iba a aparecer. La carrera se había suspendido. Nadie gana cuando hay desparramo. Respiré aliviado. Estuvimos hablando de autos. Me contó la historia del camaro que corrí. Había caído al taller hacía unos años. De solo verlo el Loco le pidióque lo preparara.. Sagio hizo un muy buen trabajo. El auto lo habían llevado para desarmarlo y venderlo por partes. Sagio reconstruyó la carrocería. Había conseguido piezas originales. Todo lo que le había puesto era original de fábrica. Después, claro, hubo que hacerle arreglos para que alcanzara mayores velocidades que las que puede alcanzar un camaro común. Estaba orgulloso de su trabajo. Le dije que el auto verdaderamente era algo especial. Lo sentí rugir y me contagió una energía poderosa. Al rato cayeron el Loco, Orilla y la Chata. Mortadela y Carnaza se habían perdido por ahí. El Loco vino directo a mí, y me felicitó por la prestancia y la buena predisposición. Le dije que no me había dejado mayores alternativas. Se cagó de risa y me dijo que nunca hay demasiadas alternativas. Y tenía razón. Había sido una noche con muchos sobresaltos, una noche distinta, en la que había aprendido bastantes cosas. Eso siempre es bueno. Me dijo que al otro fin de semana iban a haber otras picadas callejeras, que si me interesaba estaba invitado, esta vez sólo como espectador.
Todo terminó bien. A veces tengo un culo que no me explico. En tantos quilombos que ando metido y casi siempre caigo bien parado. Tal vez no sea suerte, sino destreza. Un poco tengo que creérmela. He salido de tantas. Me la han dado varias veces también, pero siempre salí entero, bien parado. Un poco maltrecho pero al tiempo me recupero. No dejo que nada me deprima. Hay que pegarle siempre para adelante, pase lo que pase. Con esta gente si me amilano estoy muerto.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega veintiseis
Capacho se dedica a la compraventa desde los trece años. Fortunato se dedicaba a lo mismo en Entre Ríos, en donde vivieron unos cuantos años, hasta que se le murió la madre, y como es su costumbre, emigraron para otro lugar. Fortunato se estableció en las cercanías de Morón, y ahí viven desde el noventa y siete. Hace mucho que Fortunato abandonó la práctica de la profesión y se dedica a otras cosas. El negocio quedó a cargo de Capacho. Fortunato es el encargado de administrar la comunidad en la que viven. Se dedica mas que nada a resolver los problemas que surgen en la convivencia entre tanta gente. Entre los gitanos no existe ni la policía, ni la cárcel ni los manicomios. Tienen una justicia propia que se llama Kris. Todos están sujetos a la justicia gitana. Si no se la respeta se está aislado, y desprotegido. Yo caí una tarde, hace un par de años, justo cuando Fortunato estaba tratando de resolver un problema bastante grave para ellos. Una de las hijas de un sobrino suyo, Ruperto Manarde, se había escapado con un criollo. Es cosa sabida: si una gitana se casa con un criollo se gana el repudio de toda la comunidad. Claro que los tiempos han cambiado. Para toda ley hay una trampa. Escaparse suele ser el recurso de muchas gitanitas rebeldes que gustan de criollos con los que se quieren casar. Se escapan, pero generalmente regresan y ya nadie puede decirles nada y aceptan al criollo dentro del seno de la comunidad. Tratan por todos los medios de absorber al criollo y no que la chica se les vaya a vivir afuera. Esa tarde estaban todos como locos. Un gitano enojado no es fácil de llevar. Todos portan armas, y saben usarlas, es algo ancestral, sus antepasados eran cazadores. Estaban organizando una partida para ir a buscar a la hija de Manarde. Fortunato me pidió que los acompañara. Había que ir hasta unos edificios de departamentos en las cercanías de San Miguel. Fuimos en el colectivo de Manarde. Éramos como siete. Estaban muy enojados, principalmente Manarde. Ya la tenía prometida a un gitano de otra comunidad. Pero sus sueños de casamentero se estaban derrumbando. Fortunato comandaba la cosa, y todos respetaban su consejo. Llegamos al lugar y empezamos a preguntar por un tal Morcilla Barceló, que supuestamente era quien tenía a la gitanita. Manarde estaba enloquecido. Le recomendé a Fortunato que le quitara el arma que tenía calzada en el cinturón, y que no lo dejaran solo en ningún momento. Conozco perfectamente los desastres que puede hacer la calentura. Una viejas nos dijeron que Morcilla vivía en el cuarto C de la torre siete. Yo me quedé con Manarde y con otros dos: Rene Sarramone y Pascual Sarmoria. Fortunato le pidió encarecidamente a Manarde que se quedara abajo con nosotros, que él iría a hablar con los jóvenes. Estuvimos como media hora, hasta que vimos bajar a Fortunato, a Capacho, a la gitanita y al Morcilla. Manarde empezó a insultarlo, y Morcilla no se quedó atrás. Casi de desconcha todo, pero Fortunato sabía controlar ese tipo de grescas. Había hablado con los muchachos y llegaron a un arreglo. La propuesta era que se casarían y que Morcilla se uniría a la comunidad y también pagaría la dote como cualquier gitano. La hija le pidió llorando que no la separara de Morcilla, que se querían en serio. Manarde aceptó a regañadientes. La boda se haría en un par de semanas. Volvimos todos en el colectivo de Manarde. No le sería fácil acostumbrarse a la idea, pero no tenía más remedio. Los tiempos cambian y no queda más que resignarse y aceptarlos. Estuve invitado a la boda, por supuesto. Duró una semana. Un verdadero jolgorio. Los gitanos tienen mala fama. Pero al menos los que yo conozco son buena gente.
Capacho me hizo una muy buena rebaja aquella vez del problema de Manarde. Le compré un wolskvagen polo verde, a muy buen precio. Yo le había entregado un peugeot 307 bastante complicado de papeles. El negocio de algunos gitanos consiste en comprar autos usados con mucha deuda de patente. Los dan de baja y los llevan a otras provincias, donde les hacen chapa nueva. La deuda no salta. Los traen de regreso a Buenos Aires y los venden. Un negocio redondo. Hacen buena diferencia.
Capacho me hizo una muy buena rebaja aquella vez del problema de Manarde. Le compré un wolskvagen polo verde, a muy buen precio. Yo le había entregado un peugeot 307 bastante complicado de papeles. El negocio de algunos gitanos consiste en comprar autos usados con mucha deuda de patente. Los dan de baja y los llevan a otras provincias, donde les hacen chapa nueva. La deuda no salta. Los traen de regreso a Buenos Aires y los venden. Un negocio redondo. Hacen buena diferencia.
Apercat Gutierrez- Entrega veinticinco
Desde el accidente de mis viejos yo desconfío de los autos. No me gustan para nada. Si los uso es por necesidad. Cambio de auto bastante seguido. Nunca me ato a nada, mucho menos a un coche. Si por mí fuera no tendría, pero para los trabajos que hago es necesario. Generalmente trabajo con autos de otros, pero de vez en cuando tengo que poner el mío. Es por eso que nunca conservo un coche más de un año.
No me gusta que me puedan identificar por el auto que uso. Hay épocas en las que vendo el coche que tengo, y guardo la plata. Al tiempo, si es que lo necesito, me compro otro. Siempre algún usado, que haya pertenecido a uno o dos dueños anteriores. Si es posible no los pongo a mi nombre, falsifico el 08 o directamente no hago la transferencia. Conozco un par de escribanos que me autentifican los papeles falsos y con eso me arreglo hasta que vendo. Conozco a unos gitanos que tienen un asentamiento a un costado de la autopista que va a Morón. En el carperío viven como cuarenta familias. Yo conozco a unos cuantos, pero cuando necesito comprar o vender un auto acudo a Capacho Nedich. Dice tener más o menos cuarenta años, pero su cara chupada acusa unos cuantos más. Es cabeza de una familia integrada por veinte personas más o menos. Son casi todos parientes: primos, tíos, abuelos, nietos, hermanos. La mujer gitana cuando se casa se va a vivir con los padres del marido. El padre siempre vive con el hijo menor. Y algunas familias se quedan con el primer hijo del varón mayor.
Los gitanos son nómadas ya de instinto. Los asfixian las paredes. El sueño del gitano es la carpa. Uno levanta la carpa y se va a donde quiere. El mayor orgullo de un gitano es tener una familia numerosa, linda y tranquila. Ansían vivir con la madre y con el padre, ser jóvenes, tener hijos casados y nietos. He tenido varias charlas con Capacho y con la gente de su comunidad. Me han invitado a unas cuantas fiestas: casamientos, cumpleaños de 15 y otras celebraciones familiares. En un tiempo Capacho tenía un hijo que parecía tener pasta para boxeador y me pidió consejo. Le conté cómo era el mundo del box, las complicaciones. Le expliqué todo lo que me había pasado a mí, y no quiso saber nada de meterlo al pibe en ese círculo. Los gitanos son muy celosos de sus costumbres. Si algo no les gusta, no lo hacen. Es un pueblo que nunca estuvo bajo el yugo de nadie, por eso no tienen ni patria ni bandera. Nunca han sido esclavos. Por supuesto que son cerrados y conservadores, pero qué comunidad no lo es. Son extremadamente machistas, y las más férreas en el cumplimiento y la manutención del dominio masculino son las gitanas. La mujer gitana es muy sufrida. Están todo el tiempo a disposición del hombre. Le sirven, le dan todo servido: cocinan, limpian, planchan. La sociedad gitana está regida por leyes morales y sociales estrictas que se pasan de padres a hijos por tradición oral. La raza misma se transmite por vía paterna. Las gitanas no se cortan el pelo casi nunca. Un pelo corto es la antitesis femenina. Usan trenzas largas, enaguas y polleras de gasa hasta los tobillos. No pueden usar pantalones. Tienen prohibido mostrar las piernas, pero se desquitan con los pechos. Usan corpiños siete talles más chicos así todo desborda. Y generalmente llevan pañuelo al pelo. La vestimenta es su bandera, su manera de identificarse entre ellos, y también de distinguirse del resto.
Todavía se celebran matrimonios en que los novios se conocen el día de la boda. Esto ya no pasa tan a menudo, pero según Capacho, todavía hay casos. El gitano cuida mucho de la honra. El mayor anhelo es que la hija llegue virgen al matrimonio.
Las mujeres más viejas son las que dicen si la novia fue virgen o no. A veces entran a la habitación donde se consumó el matrimonio para retirar la enagua de la novia. Las mismas viejas echan alcohol de quemar a la enagua para que florezca aún más la mancha de sangre, si es que la novia se había conservado virgen. Las que no, son diferenciadas porque no pueden usar pañuelo en la cabeza. Las reglas se han ido acomodando a la contemporaneidad, pero aún se conservan algunas normas estrictas que hacen respetar a raja tabla. Hoy en día la virginidad de una mujer gitana sigue siendo un valor de peso. Porque no es lo mismo pagar la dote por una virgen que por una impura. El monto de la dote lo decide cada grupo y puede pagarse con dinero, monedas de oro o el equivalente en algún material.
Estando entre ellos se ven cosas que extrañan. Pero todo tiene su explicación. La mujer casada no se puede bañar si está el suegro en la casa, porque es una falta de respeto. Lo mismo pasa si quiere ir al baño: tiene que esperar que el suegro se vaya. Tampoco pueden pasar por delante de un hombre, ni mucho menos tomar protagonismo en una conversación. En las fiestas los hombres y las mujeres están separados en distintos ambientes. Cuando llega el baile, jamás lo hacen entre esposos, los arrumacos en público son muy mal vistos.
Capacho contó que ellos dividen todo en puro e impuro. Marimé y spurcat significa impuro y no marimé o chisto, puro. El cuerpo humano de la cintura para abajo es marimé y de la cintura para arriba es no marimé. Cuando se bañan necesitan dos toallas para secarse, una para la parte pura y una para la impura. Después del parto la mujer y la criatura están marimé por lo que se acostumbra que permanezcan dentro de la habitación atendidas por la suegra durante cuarenta días. Aunque la cuarentena se reducido a diez días.
Fortunato se queja constantemente de la pérdida de las tradiciones. De que las nuevas generaciones son cada vez más débiles y propicias a la contaminación criolla. Decía que muy pocos jóvenes hablan el romanés. Ese es el idioma de los gitanos. Lo vienen arrastrando desde siglos. Su origen fue en la India, luego llegaron a Europa a través de Armenia, Grecia, Siria, Palestina y el sur de Turquía. Al principio se les llamó egiptanos, porque a esa zona de Turquía se le decía el Pequeño Egipto. Así mismos se llamaban el pueblo rom o rhom, que significa hombre que hace música. En la Argetina hay alrededor de trescientos mil gitanos. Hay tres grupos distintos en procedencia, costumbres e incluso rasgos: rusos, que pueden ser yugoslavos, griegos, soviéticos, húngaros, búlgaros, italianos o alemanes; rumanos, de Transilvania, Moldavia y Valaquia, y españoles andaluces.
Ellos dicen ser el pueblo olvidado de dios. Según cuenta una leyenda que le escuché a Fortunato Nedich, padre de Capacho, fue un gitano el que fraguó los clavos que clavaron a cristo a la cruz. Sobre aquel herrero y su descendencia pesa una maldición que es la que hace que el pueblo vague por el mundo sin tierra y sin descanso. Otra leyenda gitano yugoslava cuanta que al morir les espera un paraíso con extensos campos, montañas de truchas, bueyes tostándose en un asador y tres ríos de abundancia: uno de leche, otro de nata y otro de leche y manteca. Allí los gitanos sólo tendrán que estirar la mano para comer y beber. Sin embargo Fortunato me ha dicho que para el gitano no es fácil vivir en estos tiempos. Algunos viven holgadamente, tienen plata y propiedades, pero el verdadero gitano no está atado a nada material. Desde que salió hace mil años del norte de la india por causas desconocidas, el pueblo gitano no tiene ni un solo compendio de costumbres. Fortunato les enseño a sus hijos y a sus nietos que el gitano lleva pocas pertenencias para poder moverse libremente. No necesitan 500 ovejas, necesitan solamente una. Eso sí, allí donde se encuentren no debe faltar ni aceite ni sal, para que haya abundancia. Son extremadamente libres. Si alguien muere dentro del hogar, hay que vender y mandarse a mudar. Nunca hablan de sus muertos. Guardan dentro su recuerdo, hacen cruces para esquivar la mala suerte y a otra cosa.
Capacho siempre ha sido muy buena persona conmigo. Muchos dicen que los gitanos son peligros. Habladurías de ignorantes. Yo a Capacho ya le compré cinco autos. Le compro uno, al tiempo se lo vendo y me llevo otro, y así. Tenemos una muy buena relación comercial. Tienen un sexto sentido para los negocios. Claro que cuidan lo suyo como todo el mundo, y no dejan que se los cague. Han desarrollado una gran astucia, un gran oficio. Igual que los judíos y los turcos. Pueblos que trabajan con el comercio desde hace siglos. No les gusta trabajar para nadie. No tienen patrones ni socios. Se las arreglan solos. Entre ellos sólo basta la palabra para las transacciones. Con los criollos es distinto. No confían en los de afuera de la comunidad, del mismo modo que los demás no confían en ellos.
No me gusta que me puedan identificar por el auto que uso. Hay épocas en las que vendo el coche que tengo, y guardo la plata. Al tiempo, si es que lo necesito, me compro otro. Siempre algún usado, que haya pertenecido a uno o dos dueños anteriores. Si es posible no los pongo a mi nombre, falsifico el 08 o directamente no hago la transferencia. Conozco un par de escribanos que me autentifican los papeles falsos y con eso me arreglo hasta que vendo. Conozco a unos gitanos que tienen un asentamiento a un costado de la autopista que va a Morón. En el carperío viven como cuarenta familias. Yo conozco a unos cuantos, pero cuando necesito comprar o vender un auto acudo a Capacho Nedich. Dice tener más o menos cuarenta años, pero su cara chupada acusa unos cuantos más. Es cabeza de una familia integrada por veinte personas más o menos. Son casi todos parientes: primos, tíos, abuelos, nietos, hermanos. La mujer gitana cuando se casa se va a vivir con los padres del marido. El padre siempre vive con el hijo menor. Y algunas familias se quedan con el primer hijo del varón mayor.
Los gitanos son nómadas ya de instinto. Los asfixian las paredes. El sueño del gitano es la carpa. Uno levanta la carpa y se va a donde quiere. El mayor orgullo de un gitano es tener una familia numerosa, linda y tranquila. Ansían vivir con la madre y con el padre, ser jóvenes, tener hijos casados y nietos. He tenido varias charlas con Capacho y con la gente de su comunidad. Me han invitado a unas cuantas fiestas: casamientos, cumpleaños de 15 y otras celebraciones familiares. En un tiempo Capacho tenía un hijo que parecía tener pasta para boxeador y me pidió consejo. Le conté cómo era el mundo del box, las complicaciones. Le expliqué todo lo que me había pasado a mí, y no quiso saber nada de meterlo al pibe en ese círculo. Los gitanos son muy celosos de sus costumbres. Si algo no les gusta, no lo hacen. Es un pueblo que nunca estuvo bajo el yugo de nadie, por eso no tienen ni patria ni bandera. Nunca han sido esclavos. Por supuesto que son cerrados y conservadores, pero qué comunidad no lo es. Son extremadamente machistas, y las más férreas en el cumplimiento y la manutención del dominio masculino son las gitanas. La mujer gitana es muy sufrida. Están todo el tiempo a disposición del hombre. Le sirven, le dan todo servido: cocinan, limpian, planchan. La sociedad gitana está regida por leyes morales y sociales estrictas que se pasan de padres a hijos por tradición oral. La raza misma se transmite por vía paterna. Las gitanas no se cortan el pelo casi nunca. Un pelo corto es la antitesis femenina. Usan trenzas largas, enaguas y polleras de gasa hasta los tobillos. No pueden usar pantalones. Tienen prohibido mostrar las piernas, pero se desquitan con los pechos. Usan corpiños siete talles más chicos así todo desborda. Y generalmente llevan pañuelo al pelo. La vestimenta es su bandera, su manera de identificarse entre ellos, y también de distinguirse del resto.
Todavía se celebran matrimonios en que los novios se conocen el día de la boda. Esto ya no pasa tan a menudo, pero según Capacho, todavía hay casos. El gitano cuida mucho de la honra. El mayor anhelo es que la hija llegue virgen al matrimonio.
Las mujeres más viejas son las que dicen si la novia fue virgen o no. A veces entran a la habitación donde se consumó el matrimonio para retirar la enagua de la novia. Las mismas viejas echan alcohol de quemar a la enagua para que florezca aún más la mancha de sangre, si es que la novia se había conservado virgen. Las que no, son diferenciadas porque no pueden usar pañuelo en la cabeza. Las reglas se han ido acomodando a la contemporaneidad, pero aún se conservan algunas normas estrictas que hacen respetar a raja tabla. Hoy en día la virginidad de una mujer gitana sigue siendo un valor de peso. Porque no es lo mismo pagar la dote por una virgen que por una impura. El monto de la dote lo decide cada grupo y puede pagarse con dinero, monedas de oro o el equivalente en algún material.
Estando entre ellos se ven cosas que extrañan. Pero todo tiene su explicación. La mujer casada no se puede bañar si está el suegro en la casa, porque es una falta de respeto. Lo mismo pasa si quiere ir al baño: tiene que esperar que el suegro se vaya. Tampoco pueden pasar por delante de un hombre, ni mucho menos tomar protagonismo en una conversación. En las fiestas los hombres y las mujeres están separados en distintos ambientes. Cuando llega el baile, jamás lo hacen entre esposos, los arrumacos en público son muy mal vistos.
Capacho contó que ellos dividen todo en puro e impuro. Marimé y spurcat significa impuro y no marimé o chisto, puro. El cuerpo humano de la cintura para abajo es marimé y de la cintura para arriba es no marimé. Cuando se bañan necesitan dos toallas para secarse, una para la parte pura y una para la impura. Después del parto la mujer y la criatura están marimé por lo que se acostumbra que permanezcan dentro de la habitación atendidas por la suegra durante cuarenta días. Aunque la cuarentena se reducido a diez días.
Fortunato se queja constantemente de la pérdida de las tradiciones. De que las nuevas generaciones son cada vez más débiles y propicias a la contaminación criolla. Decía que muy pocos jóvenes hablan el romanés. Ese es el idioma de los gitanos. Lo vienen arrastrando desde siglos. Su origen fue en la India, luego llegaron a Europa a través de Armenia, Grecia, Siria, Palestina y el sur de Turquía. Al principio se les llamó egiptanos, porque a esa zona de Turquía se le decía el Pequeño Egipto. Así mismos se llamaban el pueblo rom o rhom, que significa hombre que hace música. En la Argetina hay alrededor de trescientos mil gitanos. Hay tres grupos distintos en procedencia, costumbres e incluso rasgos: rusos, que pueden ser yugoslavos, griegos, soviéticos, húngaros, búlgaros, italianos o alemanes; rumanos, de Transilvania, Moldavia y Valaquia, y españoles andaluces.
Ellos dicen ser el pueblo olvidado de dios. Según cuenta una leyenda que le escuché a Fortunato Nedich, padre de Capacho, fue un gitano el que fraguó los clavos que clavaron a cristo a la cruz. Sobre aquel herrero y su descendencia pesa una maldición que es la que hace que el pueblo vague por el mundo sin tierra y sin descanso. Otra leyenda gitano yugoslava cuanta que al morir les espera un paraíso con extensos campos, montañas de truchas, bueyes tostándose en un asador y tres ríos de abundancia: uno de leche, otro de nata y otro de leche y manteca. Allí los gitanos sólo tendrán que estirar la mano para comer y beber. Sin embargo Fortunato me ha dicho que para el gitano no es fácil vivir en estos tiempos. Algunos viven holgadamente, tienen plata y propiedades, pero el verdadero gitano no está atado a nada material. Desde que salió hace mil años del norte de la india por causas desconocidas, el pueblo gitano no tiene ni un solo compendio de costumbres. Fortunato les enseño a sus hijos y a sus nietos que el gitano lleva pocas pertenencias para poder moverse libremente. No necesitan 500 ovejas, necesitan solamente una. Eso sí, allí donde se encuentren no debe faltar ni aceite ni sal, para que haya abundancia. Son extremadamente libres. Si alguien muere dentro del hogar, hay que vender y mandarse a mudar. Nunca hablan de sus muertos. Guardan dentro su recuerdo, hacen cruces para esquivar la mala suerte y a otra cosa.
Capacho siempre ha sido muy buena persona conmigo. Muchos dicen que los gitanos son peligros. Habladurías de ignorantes. Yo a Capacho ya le compré cinco autos. Le compro uno, al tiempo se lo vendo y me llevo otro, y así. Tenemos una muy buena relación comercial. Tienen un sexto sentido para los negocios. Claro que cuidan lo suyo como todo el mundo, y no dejan que se los cague. Han desarrollado una gran astucia, un gran oficio. Igual que los judíos y los turcos. Pueblos que trabajan con el comercio desde hace siglos. No les gusta trabajar para nadie. No tienen patrones ni socios. Se las arreglan solos. Entre ellos sólo basta la palabra para las transacciones. Con los criollos es distinto. No confían en los de afuera de la comunidad, del mismo modo que los demás no confían en ellos.
Apercat Gutierrez- Entrega veinticuatro
El Loco iba a dejar que un desconocido se subiera a su auto. Me estaba probando. Se divertía con mi miedo. Quería saber hasta dónde era capaz se llegar. No podía achicarme, eso tal vez lo enojara aún más.
Estos tipos tienen cierta necesidad invisible que explota de repente y los lleva a traspasar los límites de la normalidad, si es que existen esos límites en alguna parte. Esa misma necesidad también se apaga, los sumerge en un pozo de sombras y les pega por la melancolía. Es áspero encontrarlos en esos momentos de sensibilidad. Se abren y cuentan las historias más increíbles. No se puede creer lo que han vivo. Algunos no llegan ni a los treinta y ya tienen vivencias extremas como para cuatro o cinco vidas. Tienen la piel bien curtida, por eso no le entran balas. Aunque a veces las balas traspasan sus corazas y los pulverizan en el aire como si nunca hubieran existido. Saben perfectamente que cada día puede ser el último y entonces viven con toda la plenitud posible. Se exponen cada vez más hasta que pierden la conciencia y se dejan pegar un tiro o se hacen meter en cana. La vida de ciertos hombres es corta pero intensa. Pueden destripar a un tipo y emocionarse hasta las lágrimas con insignificancias. Cuentan extasiados anécdotas de muertes tremendas y se quiebran hablando de la niñez o de la familia.
Subimos al coche de Carnaza, la Chata y Yo. Le dejé el asiento del acompañante a la Chata y me acomodé atrás. En el asiento había una revista dedicada a las artes Marciales Filipinas.
Me concentré en la revista, mientras Carnaza discutía a los gritos con la Chata, cuál era el mejor camino para tomar hasta la Lugones.
Un tal Guro Bob Dubjanin enseña a usar las categorías de armas del Olisi Balaraw, conocida como espada y daga o bastón, verdadero eje del arte marcial filipino. Las tomas son: dawat (recibir), agaws (desarmar), kunsi (inmovilizar), palisut (ejercicio tradicional de fluidez), kuntradas (ejemplos de contras frente a contras).
En la misma revista había un artículo sobre las distintas técnicas y tácticas defensivas para la lucha callejera real, con incorporación de defensa 360°.
Gente de temer. No todos son salvajes irracionales como muchos creen. Algunos de ellos entrenan, se informan, y se preparan. No es lo mismo una persona entrenada en algún arte marcial que una que sólo juega al fútbol cinco un día a la semana. Estos tipos tienen el temple y el conocimiento necesario para ser pesados realmente. Qué clase de loco aprende a usar espadas filipinas, las saca a la calle, y se carga dos o tres personas por mes. Yo soy un perejil al lado de estos tipos. Hay que ser pesado en serio para medirse con ellos.
Llegamos cerca del tramo de la Lugones, donde se correrían las picadas. Había unos cuantos autos tuneados estacionados en fila. El Loco Mario dejó que Orilla y Mortadela se ocuparan de bajar el auto. Me pidió que lo acompañara, me quería mostrar los autos contra los que tenía que correr. Habría algo así como veinte autos a 45°. Las picadas se harían de a cuatro autos. El camaro estaba anotado en la tercera carrera. Iba a correr contra un chevrolet impala del 62, contra un dodge polara del 69 y contra un ford falcón sprint del 82. El dueño del auto que ganara se quedaba con toda la plata, no había ni segundos ni terceros premios. No se me dijo cuánta plata había en juego, pero por la cantidad de tipos calzados debería haber unos cuantos miles. Yo estaba un poco nervioso, eso no podía negárselo a nadie, mucho menos al Loco que olía el miedo en el aire. Me llevó aparte y me dijo que me calmara, que tenía que correr tranquilo. Si hacía las cosas bien no había de que preocuparme. Le pregunté por qué arriesgaba la plata de esa manera, yo no era un piloto experimentado. Me contestó que con los autos preparados por Sagio cualquier idiota puede ganar una carrera.
Estos tipos tienen cierta necesidad invisible que explota de repente y los lleva a traspasar los límites de la normalidad, si es que existen esos límites en alguna parte. Esa misma necesidad también se apaga, los sumerge en un pozo de sombras y les pega por la melancolía. Es áspero encontrarlos en esos momentos de sensibilidad. Se abren y cuentan las historias más increíbles. No se puede creer lo que han vivo. Algunos no llegan ni a los treinta y ya tienen vivencias extremas como para cuatro o cinco vidas. Tienen la piel bien curtida, por eso no le entran balas. Aunque a veces las balas traspasan sus corazas y los pulverizan en el aire como si nunca hubieran existido. Saben perfectamente que cada día puede ser el último y entonces viven con toda la plenitud posible. Se exponen cada vez más hasta que pierden la conciencia y se dejan pegar un tiro o se hacen meter en cana. La vida de ciertos hombres es corta pero intensa. Pueden destripar a un tipo y emocionarse hasta las lágrimas con insignificancias. Cuentan extasiados anécdotas de muertes tremendas y se quiebran hablando de la niñez o de la familia.
Subimos al coche de Carnaza, la Chata y Yo. Le dejé el asiento del acompañante a la Chata y me acomodé atrás. En el asiento había una revista dedicada a las artes Marciales Filipinas.
Me concentré en la revista, mientras Carnaza discutía a los gritos con la Chata, cuál era el mejor camino para tomar hasta la Lugones.
Un tal Guro Bob Dubjanin enseña a usar las categorías de armas del Olisi Balaraw, conocida como espada y daga o bastón, verdadero eje del arte marcial filipino. Las tomas son: dawat (recibir), agaws (desarmar), kunsi (inmovilizar), palisut (ejercicio tradicional de fluidez), kuntradas (ejemplos de contras frente a contras).
En la misma revista había un artículo sobre las distintas técnicas y tácticas defensivas para la lucha callejera real, con incorporación de defensa 360°.
Gente de temer. No todos son salvajes irracionales como muchos creen. Algunos de ellos entrenan, se informan, y se preparan. No es lo mismo una persona entrenada en algún arte marcial que una que sólo juega al fútbol cinco un día a la semana. Estos tipos tienen el temple y el conocimiento necesario para ser pesados realmente. Qué clase de loco aprende a usar espadas filipinas, las saca a la calle, y se carga dos o tres personas por mes. Yo soy un perejil al lado de estos tipos. Hay que ser pesado en serio para medirse con ellos.
Llegamos cerca del tramo de la Lugones, donde se correrían las picadas. Había unos cuantos autos tuneados estacionados en fila. El Loco Mario dejó que Orilla y Mortadela se ocuparan de bajar el auto. Me pidió que lo acompañara, me quería mostrar los autos contra los que tenía que correr. Habría algo así como veinte autos a 45°. Las picadas se harían de a cuatro autos. El camaro estaba anotado en la tercera carrera. Iba a correr contra un chevrolet impala del 62, contra un dodge polara del 69 y contra un ford falcón sprint del 82. El dueño del auto que ganara se quedaba con toda la plata, no había ni segundos ni terceros premios. No se me dijo cuánta plata había en juego, pero por la cantidad de tipos calzados debería haber unos cuantos miles. Yo estaba un poco nervioso, eso no podía negárselo a nadie, mucho menos al Loco que olía el miedo en el aire. Me llevó aparte y me dijo que me calmara, que tenía que correr tranquilo. Si hacía las cosas bien no había de que preocuparme. Le pregunté por qué arriesgaba la plata de esa manera, yo no era un piloto experimentado. Me contestó que con los autos preparados por Sagio cualquier idiota puede ganar una carrera.
martes, 16 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega veintitrés
A eso de las once de la noche cayó parte de la banda del Loco Mario. Eran cuatro, me los presentó. Carnaza Mercante, Orilla Pérez, Mortadela Machado y la Chata Ventura. Un grupo interesante. En el ambiente, se los llama la banda del chocolate. Le dicen así por la sangre.
Son polenta polenta, no se casan con nadie. Se agarren con los que se agarren las grescas terminaban siempre en un barrial de sangre. Les encanta enchastarse. Pinchan, cortan, tajean. Pocas veces usan armas de fuego. Tienen cuchillos, navajas, sevillanas, facas. Unos locos de mierda. No les importa nada. Son drásticos, no tienen freno. Están llenos de remiendos y de suturas. Son todos chorros. Cuando hacen sus trabajos, matan gente sin necesidad. Clavaban a cualquiera. Es una manera que tienen de marcar a sus víctimas. Me contó Sagio que usan toallas anudadas en una de las puntas. Meten hojas de gilettes en los pliegues del nudo. Así juegan entre ellos.
Esa noche estaban un poco caídos de ánimo. Hacía una semana había muerto Jeroglífico Pastor. Otro cuchillero reconocido. Lo habían emboscado entre cinco. Dicen que pinchó a dos, pero ellos estaban armados, le vaciaron tres tambores de 32 en el cuerpo. El cadáver apareció al otro día en la puerta del taller, adentro de su auto. Alguien lo había conducido hasta ahí, con el cuerpo de Jeroglífico en el baúl. Era un desquite por algo, por cualquier cosa. Hay muchos enemigos de los cuales cuidarse, mucha competencia también. Este tipo de personas terminan convirtiéndose en paranoicos que desconfían de todo el mundo. Orilla me contó que le decían Jeroglífico porque una vez había agarrado a un gordo con un tubo fluorescente. Le dibujó toda la espalda. Le fue rompiendo el tubo a medida que se lo clavaba.
Estaban borrachos. Según dijeron, hacía tres días que andaban de parranda, rindiéndole honores a Jeroglífico. El cuerpo todavía estaba en el taller y pretendían sacarlo a pasear. El Loco se los prohibió: el cuerpo se quedaría donde estaba. Al otro día lo iban a enterrar en las afueras. A la Chata se le ocurrió que me llevaran a mí a ver el cuerpo. No me pareció conveniente negarme, así que fui. He visto mucha muerte como para que me impresione ver un cadáver más. Pero es tan descorazonador ver a un tipo desfigurado por tantos agujeros de bala. Es un espectáculo horrible. Lo tenían en un freezer, en la cocinita del taller. Los cuatro entraron conmigo. Me convidaron de una botella y brindamos por Jeroglífico. Le hablaban al cuerpo, y se pusieron como locos, gritaban y juraban que iban a vengarlo. Yo no sabía qué hacer, estaba realmente desconcertado. Tenían mucha rabia contenida y en algún momento iban a explotar. El Loco nos dijo a todos que nos preparáramos, que en un rato había que ir yendo. El Orilla y Mortadela empezaron a cortar y peinar una piedra de merca. Me convidaron. La merca tenía mucho gusto a mierda. Se los dije, y se me cagaron de risa en la cara. Se la habían mejicaneado a uno de los repartidores de Boligoma Cremona, un tranza boliviano de la villa de Barracas. Se la había pasado su mujer en colectivo con otras mulas. Se las encanutan en el culo, por eso el gusto. La traen directamente de Bolivia. La carga generalmente viene en diez mujeres. Viajan separadas. Desde La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Sucre o Cochabamba hasta Buenos Aires. Van haciendo escala en diferentes lugares. Para él es más barato y menos peligroso hacer ese trabajo de hormiga que montar cocinas, que son más fáciles de descubrir, tanto por la cana como por la competencia. Las rutas y los horarios varían cada vez. Los viajes se hacen cada dos o tres meses, según las necesidades y los pedidos. Las mulas también varían. Boligoma tiene montado una red logística. Se cuenta que llegó a meter treinta mulas en una misma partida. Estudia las rutas, cambia paradas y horarios. Desde Bolivia pasan por la frontera en colectivos de larga o corta distancia. A veces cruzan por Paraguay y de ahí a la triple frontera hasta San Lorenzo, Corrientes y Buenos Aires. No importa cuanto duren los viajes, el asunto puntual está en que nunca se sospeche de las mulas. Las camufla magistralmente. Utiliza menores con sus madres, embarazadas, lisiadas y hasta ancianas. La idea es que no parezcan mulas y que evadan todo interrogatorio. Según se sabe, muy pocas quedan pegadas. Las que son interceptadas saben que están solas.
El negocio de Boligoma es exitoso. Pero no es un tipo pesado. Esta preparado para absorber los robos. Eso es cosa sabida. Jamás se venga. Ahí está la fuga del negocio, no se cobra los robos, cosa que generalmente pasa entre las bandas de narcos. Se hacen respetar. El Loco le había ido a ofrecer hacía poco, seguridad a Boligoma, pero la había rechazado. Por eso los muchachos pusieron a un tranza suyo.
Esa merca enmierdada les cayó para el culo y a mí también. Empezaron a subir el tono, se insultaban entre ellos. Carnaza le pegó una cachetada a mano abierta a Orilla porque le había puteado a la madre. Sacaron cada uno un cuchillo y se trabaron. Nadie intentó separarlos. El mismo Loco Mario los vitoreaba. Se entraban fuerte y al cuerpo. Peleaban como cuchilleros. Nada de jueguitos, cualquiera de las puñaladas que entrara directo cortaría a cualquiera de los dos. Orilla tiró una estocada, carnaza se la pudo tapar con el pulóver que tenía enroscado en el antebrazo derecho, y le tajeó el brazo izquierdo a la altura del hombro. El Loco gritaba que quería chocolate, más chocolate. Orilla tiró dos o tres puñaladas seguidas al bulto, y Carnaza le picó la mano con un puntazo, haciendo que soltara el cuchillo. Ahí terminó la cosa. Se fueron abrazados y a los besos hasta el baño, a limpiarse la sangre para ir a la carrera. Sagio se quedaba, me dijo que me cuidara, que corriera tranquilo, el auto era una nave, solo tenía que acelerar a fondo. Correr en una picada no es tan difícil, sólo hay que apretar el acelerador y mantener la estabilidad del auto. Le agradecí sinceramente. Le habré caído bien o tal vez pensaba que eran mis últimos minutos de vida. Yo no soy de paranoiquearme. Sé controlar mi nivel de ansiedad. Transito todo paso a paso. Espero que algo suceda para accionar. Sé que no es recomendable, pero yo siempre espero que el otro lance primero el manotazo.
Orilla y Mortadela irían con el Loco en su auto, con el batán enganchado donde estaba el camaro que yo tenía que correr.
Son polenta polenta, no se casan con nadie. Se agarren con los que se agarren las grescas terminaban siempre en un barrial de sangre. Les encanta enchastarse. Pinchan, cortan, tajean. Pocas veces usan armas de fuego. Tienen cuchillos, navajas, sevillanas, facas. Unos locos de mierda. No les importa nada. Son drásticos, no tienen freno. Están llenos de remiendos y de suturas. Son todos chorros. Cuando hacen sus trabajos, matan gente sin necesidad. Clavaban a cualquiera. Es una manera que tienen de marcar a sus víctimas. Me contó Sagio que usan toallas anudadas en una de las puntas. Meten hojas de gilettes en los pliegues del nudo. Así juegan entre ellos.
Esa noche estaban un poco caídos de ánimo. Hacía una semana había muerto Jeroglífico Pastor. Otro cuchillero reconocido. Lo habían emboscado entre cinco. Dicen que pinchó a dos, pero ellos estaban armados, le vaciaron tres tambores de 32 en el cuerpo. El cadáver apareció al otro día en la puerta del taller, adentro de su auto. Alguien lo había conducido hasta ahí, con el cuerpo de Jeroglífico en el baúl. Era un desquite por algo, por cualquier cosa. Hay muchos enemigos de los cuales cuidarse, mucha competencia también. Este tipo de personas terminan convirtiéndose en paranoicos que desconfían de todo el mundo. Orilla me contó que le decían Jeroglífico porque una vez había agarrado a un gordo con un tubo fluorescente. Le dibujó toda la espalda. Le fue rompiendo el tubo a medida que se lo clavaba.
Estaban borrachos. Según dijeron, hacía tres días que andaban de parranda, rindiéndole honores a Jeroglífico. El cuerpo todavía estaba en el taller y pretendían sacarlo a pasear. El Loco se los prohibió: el cuerpo se quedaría donde estaba. Al otro día lo iban a enterrar en las afueras. A la Chata se le ocurrió que me llevaran a mí a ver el cuerpo. No me pareció conveniente negarme, así que fui. He visto mucha muerte como para que me impresione ver un cadáver más. Pero es tan descorazonador ver a un tipo desfigurado por tantos agujeros de bala. Es un espectáculo horrible. Lo tenían en un freezer, en la cocinita del taller. Los cuatro entraron conmigo. Me convidaron de una botella y brindamos por Jeroglífico. Le hablaban al cuerpo, y se pusieron como locos, gritaban y juraban que iban a vengarlo. Yo no sabía qué hacer, estaba realmente desconcertado. Tenían mucha rabia contenida y en algún momento iban a explotar. El Loco nos dijo a todos que nos preparáramos, que en un rato había que ir yendo. El Orilla y Mortadela empezaron a cortar y peinar una piedra de merca. Me convidaron. La merca tenía mucho gusto a mierda. Se los dije, y se me cagaron de risa en la cara. Se la habían mejicaneado a uno de los repartidores de Boligoma Cremona, un tranza boliviano de la villa de Barracas. Se la había pasado su mujer en colectivo con otras mulas. Se las encanutan en el culo, por eso el gusto. La traen directamente de Bolivia. La carga generalmente viene en diez mujeres. Viajan separadas. Desde La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Sucre o Cochabamba hasta Buenos Aires. Van haciendo escala en diferentes lugares. Para él es más barato y menos peligroso hacer ese trabajo de hormiga que montar cocinas, que son más fáciles de descubrir, tanto por la cana como por la competencia. Las rutas y los horarios varían cada vez. Los viajes se hacen cada dos o tres meses, según las necesidades y los pedidos. Las mulas también varían. Boligoma tiene montado una red logística. Se cuenta que llegó a meter treinta mulas en una misma partida. Estudia las rutas, cambia paradas y horarios. Desde Bolivia pasan por la frontera en colectivos de larga o corta distancia. A veces cruzan por Paraguay y de ahí a la triple frontera hasta San Lorenzo, Corrientes y Buenos Aires. No importa cuanto duren los viajes, el asunto puntual está en que nunca se sospeche de las mulas. Las camufla magistralmente. Utiliza menores con sus madres, embarazadas, lisiadas y hasta ancianas. La idea es que no parezcan mulas y que evadan todo interrogatorio. Según se sabe, muy pocas quedan pegadas. Las que son interceptadas saben que están solas.
El negocio de Boligoma es exitoso. Pero no es un tipo pesado. Esta preparado para absorber los robos. Eso es cosa sabida. Jamás se venga. Ahí está la fuga del negocio, no se cobra los robos, cosa que generalmente pasa entre las bandas de narcos. Se hacen respetar. El Loco le había ido a ofrecer hacía poco, seguridad a Boligoma, pero la había rechazado. Por eso los muchachos pusieron a un tranza suyo.
Esa merca enmierdada les cayó para el culo y a mí también. Empezaron a subir el tono, se insultaban entre ellos. Carnaza le pegó una cachetada a mano abierta a Orilla porque le había puteado a la madre. Sacaron cada uno un cuchillo y se trabaron. Nadie intentó separarlos. El mismo Loco Mario los vitoreaba. Se entraban fuerte y al cuerpo. Peleaban como cuchilleros. Nada de jueguitos, cualquiera de las puñaladas que entrara directo cortaría a cualquiera de los dos. Orilla tiró una estocada, carnaza se la pudo tapar con el pulóver que tenía enroscado en el antebrazo derecho, y le tajeó el brazo izquierdo a la altura del hombro. El Loco gritaba que quería chocolate, más chocolate. Orilla tiró dos o tres puñaladas seguidas al bulto, y Carnaza le picó la mano con un puntazo, haciendo que soltara el cuchillo. Ahí terminó la cosa. Se fueron abrazados y a los besos hasta el baño, a limpiarse la sangre para ir a la carrera. Sagio se quedaba, me dijo que me cuidara, que corriera tranquilo, el auto era una nave, solo tenía que acelerar a fondo. Correr en una picada no es tan difícil, sólo hay que apretar el acelerador y mantener la estabilidad del auto. Le agradecí sinceramente. Le habré caído bien o tal vez pensaba que eran mis últimos minutos de vida. Yo no soy de paranoiquearme. Sé controlar mi nivel de ansiedad. Transito todo paso a paso. Espero que algo suceda para accionar. Sé que no es recomendable, pero yo siempre espero que el otro lance primero el manotazo.
Orilla y Mortadela irían con el Loco en su auto, con el batán enganchado donde estaba el camaro que yo tenía que correr.
Apercat Gutierrez- Entrega veintidós
Una noche pude saborear el regusto a bilis de mi cobardía. Caí en el taller del loco Mario. Tenía esos talleres como pantalla, era uno de los tranzas de más renombre en la zona de Palermo. El taller quedaba, no sé si todavía estará, calculo que sí, en la calle Conde o Gorriti, bajo el puente de Juan B. Justo. En el taller se rectificaban motores y se preparaban algunos autos para picadas. Era un taller muy bien puesto. Desde ahí manejaba muchas de las transas del barrio y alrededores. Yo tenía que reventar un auto que me había dado Torrencio. Supuestamente le pertenecía a uno de sus empleados. Se había mandado una cagada y el coche tenía que desapararecer. Yo no pregunté demasiado. Torrecio mismo me dio el dato del taller del Loco Mario. Me dijo que tuviera cuidado, que era un sádico de mierda. Que me cuidara mucho de contrariarlo. Yo tenía que llevarle el auto y nada más. Ni siquiera tenía que hablar de plata, eso estaba arreglado de antemano con Torrencio. Le dejé el auto a Sagio. Era el encargado del taller, el que se ocupaba de todo lo referente a los coches. Estaba al frente de un grupo de pendejos que la tenían reclara. Él mismo los había reclutado de diferentes talleres de la ciudad. Cortaron el auto en quince minutos, delante de mí. Los autopartes los colocarían en Warnes y a otra cosa.
Hasta ahí todo iba muy bien, pero cometí un error, hablé de más. Le alabé a Sagio uno de los autos que había en el taller: un chevrolet camaro amarillo. Al pedo, por decir algo nomás, si ni siquiera me gustan los fierros. De la ventana de una oficina de arriba se asomó una cabeza enorme. Me miró y no dijo nada. A los segundos lo vi bajar por la escalera caracol que daba de la planta alta al taller. Me preguntó si me gustaban los autos y le contesté que no mucho, que sólo algunos. Me preguntó si me gustaba ése que estaba en el taller. Le contesté que sí. Era horrible verlo a la cara. Yo no sabía si mirarlo o evitar su mirada. Opté por mirarlo. Pareció molestarse mucho.
Es un basilisco, no necesita mayor aliciente que las ganas de hacer daño. Le encanta la sangre. El Loco Mario es la desmesura en estado puro, total. Trabaja día a día la sofisticación de una crueldad típica en los psicópatas. Es un toro sin conciencia. No siente ni culpa ni remordimiento. Puede comer con las manos ensangrentadas. Es uno de los peores asesinos que yo vi en mi vida. Un mastodonte de dos metros que pesa ciento diez quilos. Tiene media cara quemada. En una vendetta le habían echado soda cáustica. Se metió con Fanta Piazza, una madama de Flores. Madre, además, de los mellizos Piazza, dos violines de primera. Proxenetas de alto rango. El Loco Mario se había propasado con una de las chicas de Fanta y eso no se lo podían perdonar así como así. Fanta mandó a la banda de los mellizos a que ajustaran cuentas con el Loco. La pelea fue una batalla campal. Una verdadera carnicería. Murieron como veinte personas. De los dos lados. El Loco le había desfigurado el rostro a una polaquita que trabajaba de puta en uno de los boliches de Fanta. Le hizo un par de tajos con navaja. En uno de los cortes le vació el ojo izquierdo. En medio de todo el quilombo que se armó en la calle del taller del Loco Mario, los mellizos lo buscaron, lo encontraron, y se cobraron la deuda. La solución salomónica propuesta por Fanta había resultado todo un éxito. Le vaciaron una botella de soda cáustica en el ojo izquierdo.
Me dijo que esa noche el auto que me gustaba tanto iba a correr una picada, y que me invitaba a que fuera con él y lo corriera yo mismo.
Me excusé y enfureció. En eso uno de los mecánicos salió al cruce diciendo que le había pedido expresamente a él que corriera esa noche, que había trabajado mucho para prepararlo. El Loco Mario lo agarró y le puso una sevillana en el cuello. No vi cuando ni cuando la sacó. Me dijo que si yo no corría me tendría que hacer cargo del cuerpo del pendejo. No era para tanto, pero este tipo de gente no es demasiado razonable, ni muchos menos medida. Obviamente acepté. Pero había un detalle, porque la apuesta subió repentinamente. No sólo tendría que manejar el coche sino que también tendría que ganar sí o sí, porque había mucha plata en juego. Le dije que yo no era un buen conductor, cosa que es cierta. No le importó demasiado, parecía divertirse con la idea. Le gustaba medir a la gente que lo rodeaba. Ya me lo había advertido Torrencio. En otro contexto me le paro de manos a cualquiera, pero me comí los mocos, y le dije que se haría lo que él quisiera y que ganaría la carrera como fuere.
Durante el transcurso de la noche me trató cordialmente, me ofreció lo que quisiera. De pronto la oficina de arriba, en donde esperaríamos la hora de la carrera, se llenó de putas, de botellas y de merca. Dije que sí a todo. Me relajaba con una de las chicas y en seguida subía con la merca, bajaba con el whisky y volvía subir y así, cuatro o cinco horas. Yo había llegado al taller a eso de las seis de la tarde. La carrera sería a la una de la madrugada. Estaba re puesto, ansioso, vasodilatado, cagado de calor. Ni sabía cómo iba a correr y encima ganar con un auto ajeno. Sagio me llevó aparte y me dijo que era imposible que yo ganara esa carrera, que más me valía rajar en cuanto el Loco Mario se distrajera. Le dije que si hacía eso, él me encontraría y que sería peor. Trataría de ganar. Me dijo que no había posibilidad de que me escapara si perdía. Insistí en quedarme, ya estaba jugado. A veces las cosas pasan y uno no tiene más que aceptarlas y participar.
Sagio me dijo que el auto estaba a punto. Que si lo llevaba bien en una de esas tendría posibilidades. En el taller le cambiaron el árbol de leva, le pusieron pistones potenciados, aros super medida y habían cepillado la tapa del cilindro. Tenía un equipo turbo de inyección de nitro, le bajaron la suspensión y le pusieron llantas de talón bajo. Sagio me contó que el auto tenía unos cuantos miles encima. Una caja de cambios de relación larga para cuarto de milla con engranajes nuevos.
Si alguien desea lograr más potencia tiene que aumentar la fuerza sobre los pistones. Es necesario mejorar la combustión, hacerla más eficiente de lo que es. Cambiando el carburador es posible aumentar el torque. Torque, significa fuerza de palanca ejercida desde el pistón sobre el cigüeñal. Es la fuerza capaz de ejercer un motor en cada vuelta. El giro de un motor tiene dos características: par motor y velocidad de giro. Por combinación de ambas se obtiene la potencia.
Con un carburador más grande o con dos, se dispone de mayor explosión. Si se aumenta la alimentación para mayor combustión se necesitará un sistema de escape. Ahí se colocan headers, dos ductos individuales. Muchos de los autos que vi esa noche tienen computadoras. Es increíble lo que le meten. Usan un sistema de frenos antibloqueo que impide que se traben las ruedas durante la acción de frenado. Tienen sensores inductivos en cada rueda midiendo las revoluciones. Una central electrónica procesa las señales y define cuando una rueda tiende a bloquearse, entonces actúa sobre un modulador hidráulico para reducir la presión en el freno de la rueda que tiende al bloqueo. Luego, el sistema restablece la presión del freno. El sistema de frenos antibloqueo reduce las distancias de frenado pero mantiene el control sobre el vehículo. Igual se estrolan muchos. La velocidad es algo peligroso. Estos tipos necesitan estar todo el tiempo al límite. Una maniobra demasiado justa y chau. Pero no les importa, ponen los autos al taco y a volar.
La idea es llevar a los autos comunes a máximos niveles de exigencia. Para eso es necesario aligerar las piezas evitando el desgaste. Se necesitan piezas más sofisticadas y eso cuesta plata. Las piezas standard de fábrica resultan buenas para un uso normal del vehículo, si se lo va a exigir, hay que poner plata. Es por eso que muchos de los que tienen autos preparados y tuneados, son delincuentes.
Sagio me explicó que un motor exigido desarrolla más calor, para lo que hay que controlarlo con refrigerantes apropiados, cambiar el radiador y agregarle uno para el aceite. La gente que tunea su auto se vuelve un esclavo de la máquina. Trabajan para adecuar el auto a nuevas exigencias. No viven para otra cosa. Todo vehículo a motor modificado debe estar homologado según la ley para circular por calles y rutas Con las alteraciones no siempre se logra circular legalmente. Sirenas, y ópticas demasiado potentes, escapes libres, propulsión a nitrógeno, velocidades que se prueban del otro lado de la línea, en donde no importa que los semáforos estén siempre en rojo. Las picadas callejeras tienen un plus de adrenalina en comparación con las carreras de autódromo.
Sagio me recomendó largarlo a fondo. La primera sirve para fuerza de arranque y tenía que llegar a la quinta a máxima velocidad. Antes de meterme en alguna de las picadas tenía que andarlo un rato, para calentar el cardán, la grasa de caja y las ruedas para el agarre, si lo metía en frío seguramente lo rompería todo. Solo me restaba esperar y tratar de ganar.
Hasta ahí todo iba muy bien, pero cometí un error, hablé de más. Le alabé a Sagio uno de los autos que había en el taller: un chevrolet camaro amarillo. Al pedo, por decir algo nomás, si ni siquiera me gustan los fierros. De la ventana de una oficina de arriba se asomó una cabeza enorme. Me miró y no dijo nada. A los segundos lo vi bajar por la escalera caracol que daba de la planta alta al taller. Me preguntó si me gustaban los autos y le contesté que no mucho, que sólo algunos. Me preguntó si me gustaba ése que estaba en el taller. Le contesté que sí. Era horrible verlo a la cara. Yo no sabía si mirarlo o evitar su mirada. Opté por mirarlo. Pareció molestarse mucho.
Es un basilisco, no necesita mayor aliciente que las ganas de hacer daño. Le encanta la sangre. El Loco Mario es la desmesura en estado puro, total. Trabaja día a día la sofisticación de una crueldad típica en los psicópatas. Es un toro sin conciencia. No siente ni culpa ni remordimiento. Puede comer con las manos ensangrentadas. Es uno de los peores asesinos que yo vi en mi vida. Un mastodonte de dos metros que pesa ciento diez quilos. Tiene media cara quemada. En una vendetta le habían echado soda cáustica. Se metió con Fanta Piazza, una madama de Flores. Madre, además, de los mellizos Piazza, dos violines de primera. Proxenetas de alto rango. El Loco Mario se había propasado con una de las chicas de Fanta y eso no se lo podían perdonar así como así. Fanta mandó a la banda de los mellizos a que ajustaran cuentas con el Loco. La pelea fue una batalla campal. Una verdadera carnicería. Murieron como veinte personas. De los dos lados. El Loco le había desfigurado el rostro a una polaquita que trabajaba de puta en uno de los boliches de Fanta. Le hizo un par de tajos con navaja. En uno de los cortes le vació el ojo izquierdo. En medio de todo el quilombo que se armó en la calle del taller del Loco Mario, los mellizos lo buscaron, lo encontraron, y se cobraron la deuda. La solución salomónica propuesta por Fanta había resultado todo un éxito. Le vaciaron una botella de soda cáustica en el ojo izquierdo.
Me dijo que esa noche el auto que me gustaba tanto iba a correr una picada, y que me invitaba a que fuera con él y lo corriera yo mismo.
Me excusé y enfureció. En eso uno de los mecánicos salió al cruce diciendo que le había pedido expresamente a él que corriera esa noche, que había trabajado mucho para prepararlo. El Loco Mario lo agarró y le puso una sevillana en el cuello. No vi cuando ni cuando la sacó. Me dijo que si yo no corría me tendría que hacer cargo del cuerpo del pendejo. No era para tanto, pero este tipo de gente no es demasiado razonable, ni muchos menos medida. Obviamente acepté. Pero había un detalle, porque la apuesta subió repentinamente. No sólo tendría que manejar el coche sino que también tendría que ganar sí o sí, porque había mucha plata en juego. Le dije que yo no era un buen conductor, cosa que es cierta. No le importó demasiado, parecía divertirse con la idea. Le gustaba medir a la gente que lo rodeaba. Ya me lo había advertido Torrencio. En otro contexto me le paro de manos a cualquiera, pero me comí los mocos, y le dije que se haría lo que él quisiera y que ganaría la carrera como fuere.
Durante el transcurso de la noche me trató cordialmente, me ofreció lo que quisiera. De pronto la oficina de arriba, en donde esperaríamos la hora de la carrera, se llenó de putas, de botellas y de merca. Dije que sí a todo. Me relajaba con una de las chicas y en seguida subía con la merca, bajaba con el whisky y volvía subir y así, cuatro o cinco horas. Yo había llegado al taller a eso de las seis de la tarde. La carrera sería a la una de la madrugada. Estaba re puesto, ansioso, vasodilatado, cagado de calor. Ni sabía cómo iba a correr y encima ganar con un auto ajeno. Sagio me llevó aparte y me dijo que era imposible que yo ganara esa carrera, que más me valía rajar en cuanto el Loco Mario se distrajera. Le dije que si hacía eso, él me encontraría y que sería peor. Trataría de ganar. Me dijo que no había posibilidad de que me escapara si perdía. Insistí en quedarme, ya estaba jugado. A veces las cosas pasan y uno no tiene más que aceptarlas y participar.
Sagio me dijo que el auto estaba a punto. Que si lo llevaba bien en una de esas tendría posibilidades. En el taller le cambiaron el árbol de leva, le pusieron pistones potenciados, aros super medida y habían cepillado la tapa del cilindro. Tenía un equipo turbo de inyección de nitro, le bajaron la suspensión y le pusieron llantas de talón bajo. Sagio me contó que el auto tenía unos cuantos miles encima. Una caja de cambios de relación larga para cuarto de milla con engranajes nuevos.
Si alguien desea lograr más potencia tiene que aumentar la fuerza sobre los pistones. Es necesario mejorar la combustión, hacerla más eficiente de lo que es. Cambiando el carburador es posible aumentar el torque. Torque, significa fuerza de palanca ejercida desde el pistón sobre el cigüeñal. Es la fuerza capaz de ejercer un motor en cada vuelta. El giro de un motor tiene dos características: par motor y velocidad de giro. Por combinación de ambas se obtiene la potencia.
Con un carburador más grande o con dos, se dispone de mayor explosión. Si se aumenta la alimentación para mayor combustión se necesitará un sistema de escape. Ahí se colocan headers, dos ductos individuales. Muchos de los autos que vi esa noche tienen computadoras. Es increíble lo que le meten. Usan un sistema de frenos antibloqueo que impide que se traben las ruedas durante la acción de frenado. Tienen sensores inductivos en cada rueda midiendo las revoluciones. Una central electrónica procesa las señales y define cuando una rueda tiende a bloquearse, entonces actúa sobre un modulador hidráulico para reducir la presión en el freno de la rueda que tiende al bloqueo. Luego, el sistema restablece la presión del freno. El sistema de frenos antibloqueo reduce las distancias de frenado pero mantiene el control sobre el vehículo. Igual se estrolan muchos. La velocidad es algo peligroso. Estos tipos necesitan estar todo el tiempo al límite. Una maniobra demasiado justa y chau. Pero no les importa, ponen los autos al taco y a volar.
La idea es llevar a los autos comunes a máximos niveles de exigencia. Para eso es necesario aligerar las piezas evitando el desgaste. Se necesitan piezas más sofisticadas y eso cuesta plata. Las piezas standard de fábrica resultan buenas para un uso normal del vehículo, si se lo va a exigir, hay que poner plata. Es por eso que muchos de los que tienen autos preparados y tuneados, son delincuentes.
Sagio me explicó que un motor exigido desarrolla más calor, para lo que hay que controlarlo con refrigerantes apropiados, cambiar el radiador y agregarle uno para el aceite. La gente que tunea su auto se vuelve un esclavo de la máquina. Trabajan para adecuar el auto a nuevas exigencias. No viven para otra cosa. Todo vehículo a motor modificado debe estar homologado según la ley para circular por calles y rutas Con las alteraciones no siempre se logra circular legalmente. Sirenas, y ópticas demasiado potentes, escapes libres, propulsión a nitrógeno, velocidades que se prueban del otro lado de la línea, en donde no importa que los semáforos estén siempre en rojo. Las picadas callejeras tienen un plus de adrenalina en comparación con las carreras de autódromo.
Sagio me recomendó largarlo a fondo. La primera sirve para fuerza de arranque y tenía que llegar a la quinta a máxima velocidad. Antes de meterme en alguna de las picadas tenía que andarlo un rato, para calentar el cardán, la grasa de caja y las ruedas para el agarre, si lo metía en frío seguramente lo rompería todo. Solo me restaba esperar y tratar de ganar.
Apercat Gutierrez- Entrega veintiuno
Hay distintos tipos de dealer. Están los que son simplemente intermediaros. Pegan en la villa o le compran a un cocinero o a la cana, la reducen y luego la venden. Están los dealers de poca monta que simplemente venden lo que otros les venden. Para ellos la ganancia no está en cortar la mercadería, sino en subirle un poco el precio. La droga generalmente ya viene cortada antes de llegar al dealer que la vende. Si es faso, viene prensada y cortada con carbón, amoníaco y meo. Si es merca puede estar cortada con cualquier cosa. La merca que sale de la villa tiene polvo de tuvo fluorescente, mármol, o algunas pastas, tipo novalgina, o cafiaspirina, efedrina y anfetas. De la villa sale la merca y los derivados mas pesados como el paco y la pasta base. En las altas esferas del consumo se consigue cocaína de la buena, que es otra cosa. Si uno está dispuesto a gastar, se puede conseguir lo mejor. Los que tienen guita no toman mierda y no fuman prensado. Fuman flor traída de Europa y coca de Colombia o de Bolivia.
Hoy en día las drogas de diseño han copado el mercado, y se consiguen pastillas de lo que uno quiera.
Yo estuve un tiempo metido en una depresión terrible, y me tomé todas las pastas que pude. Conseguirlas era fácil, tenía un amigo psiquiatra que me daba las recetas. El Cabezón Sini. El hijo de puta me las vendía de a docenas. Le habían sacado la licencia por mala praxis, pero todavía tenía los sellos. Yo viajaba hasta la provincia, cambiaba constantemente de farmacias y conseguía lo que necesitaba. Un tiempo estuve metido en un mambo con klosidol, es un analgésico. Todo se movía al compás suave del flameo de una bandera. Lo mezclaba con alcohol y era capaz de irme hasta Derqui caminando de un tirón. Alucinaba de lo lindo. Después vomitaba y quedaba unas horas metido en el fondo oscuro de un aljibe.
También me metí alplax, que es un ansiolítico. Me relajaba y dormía en paz un par de horas. Otras veces tomaba en reuniones y mezclaba con alcohol. Según me contaban, la pasaba bomba, pero en verdad no me acordaba ni mierda. Durante un tiempo estuve viviendo en el departamento de una mina que tomaba ribotril y colnagín. Ansiolíticos y anticonvulsivos. Eran sus pastas preferidas. Tomábamos y quedábamos hechos una baba. Si habíamos invitado gente y corría el whisky, se la terminaban empernado entre cuatro, y ella al otro día como si nada. Andábamos medio pelotudos unas cuantas horas, hasta la tardecita, cuando volvíamos a tomar. También tomé trapax y lexotanil. Las dos son ansiolíticos pero sus estados son bien distintos. Con una buena dosis de trapax me dormía y no me despertaba ni una motosierra. Al día siguiente seguía durmiendo con los ojos abiertos. Una toma potenciada lo puede arrastrar a uno hasta cualquier lugar. Se amanece en la cama de cualquiera, no importa el sexo, sin tener ni una remota idea de lo que pasó durante la noche. Con lexotanil la mano cambia un poco. Es un mambo tranquilo, predispone para la charla. Uno se duerme y al otro día la cabeza es una murga.
Esta mina tomaba rohypnol, un sedante muy potente que provoca relajación muscular y a veces amnesia. Cuando estaba entrando en el estado, me pedía que me la cogiera. Tenía el rollo de la violación. Eran unos polvos muy raros. Yo siempre estaba empastillado así que no me entraban ni culpas ni cargos de conciencia.
Una noche tuve que salir de apuro para la guardia de un hospital. Se le había ido la mano. Mezcló trapax y ribotril con vino tinto. Le hicieron un lavaje con un polvo negro que se llama carbón activado, que absorbe las drogas. Le metieron una sonda por la boca hasta el estomago. Yo estaba re dopado y no entendía mucho lo que estaba pasando. Pero desde ese día dejé de tomar pastillas y también la dejé a ella. Ahora me controlo mucho con la droga. Fumo de vez en cuando, tomo si me convidan de la buena. Por ahí me clavo algún éxtasis si tengo una noche complicada, pero de ahí no paso. Es bueno haber recuperado mis niveles de conciencia. En mi oficio eso es indispensable para conservar la salud y todos los dientes. Una vez me había juntado con unos vagos que se la pasaban de faso todo el día. Tenían flores traídas directamente desde Holanda. Los tipos ya eran catadores de marihuana. Me convidaron una variedad que se llama bubblegum. Tiene un gusto frutal bastante intenso. Por eso el nombre, parece chicle de tutifruti. Me dejó del culo, atontado y risueño. Yo había ido a esa casa porque me tenían que dar la data de un camión de caudales. Era un asunto en el que me había metido por uno de los empleados de Torrencio. Un negocio que me propusieron. Yo solamente tenía que colaborar en el armado del robo. Ellos eran los que iban a reventar el camión. Uno de los fumetas tenía un primo que trabajaba en la empresa de seguridad dueña del camión de caudales. La noche venía tranquila, por eso acepté unas secas cuando me ofrecieron. No había peligro alguno. Pero el dueño de la casa era un transa reconocido. Y ese día se la iban a dar. Se había regado el dato de que tenía una partida de cogollo importado. Una faso realmente caro y difícil de conseguir. Escuchamos una frenada y un tiro en la puerta. Nosotros estábamos en una habitación del fondo de la casa. Era en Almagro, una de esas casas recicladas tipo chorizo. La habitación daba a un patio de cemento por donde se podía acceder a los patios de las otras casas simplemente saltando algún paredón. En total ellos eran cinco, conmigo seis. Pelaron armas de todo tipo. Dos Itacas, una de ellas recortadas, un par de pistolas. Me preguntaron si estaba calzado, les mentí que no. Ni loco iba a usar mi arma para disparar en un lugar en el que tal vez no iba a poder juntar los casquillos. Les dije que yo no quería saber nada de todo eso, que lo mejor era que me fuera por el fondo. No soy cagón, pero no me gustaría morir por algo totalmente ajeno a mis intereses particulares. Me dijeron que saltara el paredón que daba al terreno del supermercado de unos chinos. Que tuviera cuidado, que si me descubrían en su terreno los chinos me iba a cagar a tiros. Cuando salté el paredón escuche el tiroteó. Estaba tan estúpido por el faso que casi me mato. Me enganché un pie y caí del otro lado del paredón. Por suerte el terreno de los chinos estaba desierto. Subí a otro paredón y trepé hasta el techo de una casa que daba a la calle. Me subí a mi auto que estaba estacionado en la otra cuadra y me fui para mi casa. Al otro día me enteré de que se habían podido defender. Bajaron a uno de los muchachos amigo del transa. De los que entraron a la casa no quedó ninguno en pie. Cosas que pasan a cada rato. Cosas que ni siquiera salen en Crónica.
Hoy en día las drogas de diseño han copado el mercado, y se consiguen pastillas de lo que uno quiera.
Yo estuve un tiempo metido en una depresión terrible, y me tomé todas las pastas que pude. Conseguirlas era fácil, tenía un amigo psiquiatra que me daba las recetas. El Cabezón Sini. El hijo de puta me las vendía de a docenas. Le habían sacado la licencia por mala praxis, pero todavía tenía los sellos. Yo viajaba hasta la provincia, cambiaba constantemente de farmacias y conseguía lo que necesitaba. Un tiempo estuve metido en un mambo con klosidol, es un analgésico. Todo se movía al compás suave del flameo de una bandera. Lo mezclaba con alcohol y era capaz de irme hasta Derqui caminando de un tirón. Alucinaba de lo lindo. Después vomitaba y quedaba unas horas metido en el fondo oscuro de un aljibe.
También me metí alplax, que es un ansiolítico. Me relajaba y dormía en paz un par de horas. Otras veces tomaba en reuniones y mezclaba con alcohol. Según me contaban, la pasaba bomba, pero en verdad no me acordaba ni mierda. Durante un tiempo estuve viviendo en el departamento de una mina que tomaba ribotril y colnagín. Ansiolíticos y anticonvulsivos. Eran sus pastas preferidas. Tomábamos y quedábamos hechos una baba. Si habíamos invitado gente y corría el whisky, se la terminaban empernado entre cuatro, y ella al otro día como si nada. Andábamos medio pelotudos unas cuantas horas, hasta la tardecita, cuando volvíamos a tomar. También tomé trapax y lexotanil. Las dos son ansiolíticos pero sus estados son bien distintos. Con una buena dosis de trapax me dormía y no me despertaba ni una motosierra. Al día siguiente seguía durmiendo con los ojos abiertos. Una toma potenciada lo puede arrastrar a uno hasta cualquier lugar. Se amanece en la cama de cualquiera, no importa el sexo, sin tener ni una remota idea de lo que pasó durante la noche. Con lexotanil la mano cambia un poco. Es un mambo tranquilo, predispone para la charla. Uno se duerme y al otro día la cabeza es una murga.
Esta mina tomaba rohypnol, un sedante muy potente que provoca relajación muscular y a veces amnesia. Cuando estaba entrando en el estado, me pedía que me la cogiera. Tenía el rollo de la violación. Eran unos polvos muy raros. Yo siempre estaba empastillado así que no me entraban ni culpas ni cargos de conciencia.
Una noche tuve que salir de apuro para la guardia de un hospital. Se le había ido la mano. Mezcló trapax y ribotril con vino tinto. Le hicieron un lavaje con un polvo negro que se llama carbón activado, que absorbe las drogas. Le metieron una sonda por la boca hasta el estomago. Yo estaba re dopado y no entendía mucho lo que estaba pasando. Pero desde ese día dejé de tomar pastillas y también la dejé a ella. Ahora me controlo mucho con la droga. Fumo de vez en cuando, tomo si me convidan de la buena. Por ahí me clavo algún éxtasis si tengo una noche complicada, pero de ahí no paso. Es bueno haber recuperado mis niveles de conciencia. En mi oficio eso es indispensable para conservar la salud y todos los dientes. Una vez me había juntado con unos vagos que se la pasaban de faso todo el día. Tenían flores traídas directamente desde Holanda. Los tipos ya eran catadores de marihuana. Me convidaron una variedad que se llama bubblegum. Tiene un gusto frutal bastante intenso. Por eso el nombre, parece chicle de tutifruti. Me dejó del culo, atontado y risueño. Yo había ido a esa casa porque me tenían que dar la data de un camión de caudales. Era un asunto en el que me había metido por uno de los empleados de Torrencio. Un negocio que me propusieron. Yo solamente tenía que colaborar en el armado del robo. Ellos eran los que iban a reventar el camión. Uno de los fumetas tenía un primo que trabajaba en la empresa de seguridad dueña del camión de caudales. La noche venía tranquila, por eso acepté unas secas cuando me ofrecieron. No había peligro alguno. Pero el dueño de la casa era un transa reconocido. Y ese día se la iban a dar. Se había regado el dato de que tenía una partida de cogollo importado. Una faso realmente caro y difícil de conseguir. Escuchamos una frenada y un tiro en la puerta. Nosotros estábamos en una habitación del fondo de la casa. Era en Almagro, una de esas casas recicladas tipo chorizo. La habitación daba a un patio de cemento por donde se podía acceder a los patios de las otras casas simplemente saltando algún paredón. En total ellos eran cinco, conmigo seis. Pelaron armas de todo tipo. Dos Itacas, una de ellas recortadas, un par de pistolas. Me preguntaron si estaba calzado, les mentí que no. Ni loco iba a usar mi arma para disparar en un lugar en el que tal vez no iba a poder juntar los casquillos. Les dije que yo no quería saber nada de todo eso, que lo mejor era que me fuera por el fondo. No soy cagón, pero no me gustaría morir por algo totalmente ajeno a mis intereses particulares. Me dijeron que saltara el paredón que daba al terreno del supermercado de unos chinos. Que tuviera cuidado, que si me descubrían en su terreno los chinos me iba a cagar a tiros. Cuando salté el paredón escuche el tiroteó. Estaba tan estúpido por el faso que casi me mato. Me enganché un pie y caí del otro lado del paredón. Por suerte el terreno de los chinos estaba desierto. Subí a otro paredón y trepé hasta el techo de una casa que daba a la calle. Me subí a mi auto que estaba estacionado en la otra cuadra y me fui para mi casa. Al otro día me enteré de que se habían podido defender. Bajaron a uno de los muchachos amigo del transa. De los que entraron a la casa no quedó ninguno en pie. Cosas que pasan a cada rato. Cosas que ni siquiera salen en Crónica.
Apercat Gutierrez- Entrega veinte
Estuve un rato ordenando el quilombo que era mi departamento. Cuando terminé, me senté en un sillón y me armé un faso con un poco de skunk que me había dejado Toronja como agradecimiento. En verdad era una marihuana de lo mejor. Dos secas y estuve en otra parte. Miré la hora y eran las seis de la mañana, no tenía nada de sueño. Me preparé un café, puse algo de música y me senté otra vez en el sillón a pensar en nada. Al rato, me fui a recostar. Tanto era el apuro de Toronja y tal mi cuelgue, que los dos nos olvidamos de la rubia, que estaba acostada en mi cama totalmente dormida. No lo podía creer, había metido gente en mi departamento, sin mi consentimiento y encima estaba en mi cama. Estuve tentado a despertarla y echarla a la calle a patadas, pero la dejé dormir, y me fui otra vez al sillón. Dormité unas horas, no quería que me sorprendiera dormido, tenía unos cuantos reproches que hacerle. Me desperté y sentí ruidos en la cocina. Se estaba preparando un café, como si estuviera en su casa. Hay una clase de mujer, que se cree dueña del mundo. Generalmente son hermosas y uno es capaz de perdonarles todo por ese solo atributo. Este fue el caso una vez más. Le pedí que me preparara uno bien cargado.
Parecía más estúpida de noche, con merca encima, que de mañana, con resaca y la pintura corrida. Hablamos de todo un poco mientras nos tomamos el café. Le pregunté desde cuando salía con Toronja. No salía con él, sólo eran amigos de la noche, salían juntos con un par de personas y generalmente se perdían entre la gente y los acontecimientos, como el de la madrugada, en mi departamento. Se disculpó diciendo que la coca la hacía hacer locuras, que estaba tratando de dejar, pero que no podía, que no era fácil. Yo estuve metido con varios tipos de drogas, menos con la merca. Yo me muevo mucho entre los merqueros, y el mambo es de lo peor. Están paranoicos, mandibuleando, al palo. Muchas veces se vuelven insoportables. Conozco bien el mambo, y porque lo conozco no me engancho. De vez en cuando tomo, cuando da, pero por suerte me controlo, y no me zarpo. He visto más de un gil ponerse loco porque el dealer no pudo pegarles unos gramos. Hay veces que cortan la frontera, o que levantan un par de cargamentos. También pasa que revientan algunas cocinas y empieza la escasez. Algunos se ponen muy locos y se zarpan. He visto a tipos hacer mierda a los dealers porque no le traían lo suficiente como para pasar la noche. Un cocainómano con síndrome de abstinencia es lo menos tolerante que existe en este mundo. Yo me he visto envuelto en quilombos grosos por bancarle la parada a más de uno. Una vez estaba con el Tecla Romero, esperando en su departamento que le trajeran una piedra. Supuestamente íbamos a ir a una fiesta. Nos esperaban porque él había prometido que llevaríamos buena merca. Cuando cayó el transa con las manos vacías, el Tecla le pegó semejante paliza que el tipo no se la debe haber olvidado todavía.
Es verdad que los dealers trampean, cortan y siempre se quedan con algo. Pero ese es su negocio, y si uno se mete con ellos, debe saber que la cosa es de ese modo. No siempre se les hace fácil conseguir lo que se les pide. Si no hay no hay. Pero eso no lo va a entender un drogón así como así. El Tecla sufría de una aneurisma, así que esa noche en vez de ir a la fiesta lo tuve que llevar de urgencia a la guardia del Pirovano para que lo atendieran. Le había reventado una artería por la presión y la calentura.
Parecía más estúpida de noche, con merca encima, que de mañana, con resaca y la pintura corrida. Hablamos de todo un poco mientras nos tomamos el café. Le pregunté desde cuando salía con Toronja. No salía con él, sólo eran amigos de la noche, salían juntos con un par de personas y generalmente se perdían entre la gente y los acontecimientos, como el de la madrugada, en mi departamento. Se disculpó diciendo que la coca la hacía hacer locuras, que estaba tratando de dejar, pero que no podía, que no era fácil. Yo estuve metido con varios tipos de drogas, menos con la merca. Yo me muevo mucho entre los merqueros, y el mambo es de lo peor. Están paranoicos, mandibuleando, al palo. Muchas veces se vuelven insoportables. Conozco bien el mambo, y porque lo conozco no me engancho. De vez en cuando tomo, cuando da, pero por suerte me controlo, y no me zarpo. He visto más de un gil ponerse loco porque el dealer no pudo pegarles unos gramos. Hay veces que cortan la frontera, o que levantan un par de cargamentos. También pasa que revientan algunas cocinas y empieza la escasez. Algunos se ponen muy locos y se zarpan. He visto a tipos hacer mierda a los dealers porque no le traían lo suficiente como para pasar la noche. Un cocainómano con síndrome de abstinencia es lo menos tolerante que existe en este mundo. Yo me he visto envuelto en quilombos grosos por bancarle la parada a más de uno. Una vez estaba con el Tecla Romero, esperando en su departamento que le trajeran una piedra. Supuestamente íbamos a ir a una fiesta. Nos esperaban porque él había prometido que llevaríamos buena merca. Cuando cayó el transa con las manos vacías, el Tecla le pegó semejante paliza que el tipo no se la debe haber olvidado todavía.
Es verdad que los dealers trampean, cortan y siempre se quedan con algo. Pero ese es su negocio, y si uno se mete con ellos, debe saber que la cosa es de ese modo. No siempre se les hace fácil conseguir lo que se les pide. Si no hay no hay. Pero eso no lo va a entender un drogón así como así. El Tecla sufría de una aneurisma, así que esa noche en vez de ir a la fiesta lo tuve que llevar de urgencia a la guardia del Pirovano para que lo atendieran. Le había reventado una artería por la presión y la calentura.
Apercat Gutierrez- Entrega diecinueve
Dejamos el auto en an la playa de estacionamiento de Retiro y nos metimos en la terminal. Toronja me puso al tanto de todo. Hacía unos meses que estaba tratando con una gente que pagaba por adelantado. Eran unos organizadores de fiestas, empresarios de la noche. Cada mes le compraban marihuana de muy buena calidad y merca colombiana. Eran tan exigentes como buenos pagadores. Esa era su oportunidad de sacar partido. Estos tipos tenían buenos contactos y eso le podía rendir de mil maravillas. Toronja pensaba expandir el negocio hacia las drogas de diseño, para lo cual necesitaba un buen capital para entrar en contacto con algunos laboratorios. Esta gente ya le había pagado el encargo como de costumbre. Toronja nunca había tenido problemas, y no es que se tratara de gente peligrosa, pero le preocupaba perder el contacto. Ya estaba atrasado uno semana, y no se podía dar el lujo de perder ni un día más. Es por eso que se le ocurrió llamarme. El puntero que le hacía de intermediario siempre le conseguía buena cocaína y marihuana punta roja, skunk y super skunk. Hacía unos días que lo estaba buscando, pero el celular estaba muerto. Pasó un par de veces por la casa pero no se animó a tocar timbre, había visto un auto estacionado, con unos tipos adentro: mala señal. Cuando fue al bar de Lezama, en donde el puntero solía parar, se enteró que había caído y que estaba hasta las pelotas. De inmediato cambió de celular, si tenían el del puntero, habría muchas llamadas hechas desde su número y no es bueno arriesgarse. Cuando empezó a pensar cómo zafar y no perder a los clientes se acordó del transa de la 31 que plantaba buena marihuana. Por la coca tenía otros contactos que lo podrían sacar del apuro, tal vez no fuera tan buena como la que conseguía el puntero, pero para zafar le alcanzaba. Antes de entrar a la villa volví a llamarlo a Vicente y le pedí que nos mandara a alguien para guiarnos. Le dije que nos encontraran en el café de la estación de retiro, hacía un frio de cagarse y queríamos calentarnos. Nos tomamos unas cañas y al rato aparecieron dos pendejos. Yo a uno lo conocía, porque había entrenado en el gimnasio de Tolo Villar, entrenador que conocía de mis tiempos de amateur. Tolo era de la camada de mi tío, y también lo conocía a Torrencio, que ya le había colocado a un par de pupilos en la Federación. Les preguntamos si querían tomar algo, me dijeron que no, que en lo de Vicente había de todo, que nos apuráramos, que se habían tenido que levantar de la mesa justo cuando estaban de buena racha en el truco.
Salimos del bar y nos metimos por la Avenida Ramos Mejía hasta Padre Mújica. Caminamos unas cuantas cuadras y entramos por un pasillo, al costado de unos contenedores, y de ahí al laberinto. Me jacto de tener buen sentido de la ubicación, pero en las villas me pierdo como si nada. Las fachadas me parecen todas iguales, no puedo diferenciar una casa de otra, y eso es fatal para orientarse. Caminamos un buen rato hasta que vimos que los pendejos se metían a un almacén con mesas de pool. Nos pidieron que esperáramos afuera. Esperamos un rato, lo que nos duró un cigarrillo a cada uno. Los pendejos salieron con dos chicas, una morocha y una rubia teñida, petizas, y bastante feas, pero con un culo impresionante cada una. Las saludamos con un beso y nos fuimos los seis, derecho por una de las calles internas de la villa. Por fin llegamos a lo de Vicente. Entramos y vimos que había bastante gente. Vicente vive en la villa como si fuera un magnate, cosa que al perecer es. Da mucho trabajo, paga protección, a los fines prácticos es intocable. Nos saludó como a viejos amigos y nos invitó con algo para tomar. La habitación a la que pasamos era una especie de sala de estar gigante construida recientemente, con las paredes todavía con el fino y sin pintar. Alrededor de una mesa redonda estaban sentados los muchachos que trabajan para Vicente. A dos de ellos los conocía de antes: Cebolla Nardi, un experto en trafico de semillas de todo tipo: canabis, opio, amapola, hachis; y Lija Chamorro, un transa de la Paternal, amigote del Turco Abud. Es terrible como todos estamos vinculados y relacionados de alguna manera. A los otros, Vicente los presentó como la banda anti yuta, eran los que se encargaban de hacer lo que el mismo Vicente definió como Inteligencia de entre casa. Tenían un par de agentes arreglados que batían si se iban a hacer allanamientos y otros procedimientos policiales.
Estaban jugando al truco por plata. Las dos chicas que habían venido con nosotros pasaron directo a una piecita que tenía Vicente al costado de la sala en la que estábamos. Dos de los de la banda anti yuta se levantaron y pasaron con ellas. Cebolla y Lija tomaron sus lugares en la mesa de truco, y también los dos pendejos que nos habían llevado. Toronja, Vicente y yo pasamos a un cuartucho húmedo de piso de tierra apisonada. Allí tenía Vicente la mercadería. Preguntó cuánto quería de skunk. La droga estaba envuelta en paquetes de nylon cubiertos por otras bolsas negras como de consorcio. Toronja tenía un bolsón negro. Ahí metió los paquetes que Vicente le fue pasando. Era mucha marihuana, si nos llegaban a agarrar con eso encima, no comeríamos unos cuantos años. Eso es algo que me jodía bastante, pero ya estaba en el baile, y no podía salirme. Lo que me quedaba era ver que todo se hiciera correctamente y que no hubiera ningún problema. Toronja le dio la plata, Vicente la contó, y fin de la operación. Por el momento todo iba bien. Intercambiaron teléfonos para una futura compra, y salimos del cuarto. Vicente nos ofreció un poco de la yerba, para que la probáramos y supiéramos de su buena calidad. Nos explicó que era un híbrido, dulce, potente y sinergético, una variedad que estaba experimentando y que salía mucho. Yo no acostumbro a fumar, pero estaba un poco nervioso, tendríamos que cruzar toda la villa con unos cuantos quilos encima, y llegar hasta el auto, para ir hasta casa a buscar a la rubia y que los dos siguieran su camino. Parecía fácil, pero las cosas no siempre los son. Nos quedamos un rato más en la casa de Vicente. Se ofreció a llevarnos él mismo en su land rover hasta el estacionamiento, por lo que le aceptamos el faso y unos cuantos vasos de whisky importado. Nos tranquilizamos y estuvimos hablando un rato de boxeo y de drogas. Era un gran conocedor de ambas cuestiones. De la villa salen drogadictos y boxeadores a cada rato, las dos cosas son un muy buen negocio, si se las sabe llevar. Nos dijo que anda con ganas de representar un par de pibes que había visto pelear, pero por el momento no puede dejar lo otro, tiene unos cuantos compromisos que no se lo permiten. Estábamos hablando lo más tranquilos cuando escuchamos unos gritos que salían del cuatro en donde estaban las chicas atendiendo a dos de los muchachos. Salió uno de ellos agarrándose el bulto, diciendo que una de las putas le había mordido la pija. Vicente se metió en el cuarto y vio lo que todos vimos cuando lo seguimos, una de las chicas estaba en la cama, toda ensangrentada, con el rostro destrozado, la otra estaba en una silla, inconsciente, atada y amordazada. El otro tipo estaba en un rincón, con la goma todavía hinchándole las venas, y con la jeringa colgando del brazo, totalmente dado vuelta. Vicente salió del cuarto, agarró al que tenía la pija sangrando, y lo re cago a patadas. Se lo tuvimos que sacar porque si no lo mataba.
Cuando la cosa se calmó, nos pidió mil disculpas, le dio la llave a Cebolla y le pidió que nos llevara hasta donde estaba el Auto de Toronja. El skunk me había pegado durísimo y estaba totalmente atontado. Llegamos al auto y nos despedimos de Cebolla. Pagamos el ticket del estacionamiento, Toronja metió el bolsón en el baúl y fuimos para mi departamento.
La casa era un bardo, música a todo lo que da, gente que iba y venía, botellas por todas partes, todo tirado. Lo primero que hice fue echarlos a todos. Uno me quiso prepotear y lo saqué al pasillo de los fundillos del culo , bajó las escaleras rodando. Después de eso todos bajaron tranquilamente, viendo que hablaba en serio. Toronja me pidió mil disculpas y se fue con el malón de gente. Le dije que estaba todo bien, pero quería estar solo, que entendiera que no me puedo dar el lujo de tener a desconocidos en casa. Por supuesto que entendió perfectamente lo que le decía y se fue sin rencores.
Salimos del bar y nos metimos por la Avenida Ramos Mejía hasta Padre Mújica. Caminamos unas cuantas cuadras y entramos por un pasillo, al costado de unos contenedores, y de ahí al laberinto. Me jacto de tener buen sentido de la ubicación, pero en las villas me pierdo como si nada. Las fachadas me parecen todas iguales, no puedo diferenciar una casa de otra, y eso es fatal para orientarse. Caminamos un buen rato hasta que vimos que los pendejos se metían a un almacén con mesas de pool. Nos pidieron que esperáramos afuera. Esperamos un rato, lo que nos duró un cigarrillo a cada uno. Los pendejos salieron con dos chicas, una morocha y una rubia teñida, petizas, y bastante feas, pero con un culo impresionante cada una. Las saludamos con un beso y nos fuimos los seis, derecho por una de las calles internas de la villa. Por fin llegamos a lo de Vicente. Entramos y vimos que había bastante gente. Vicente vive en la villa como si fuera un magnate, cosa que al perecer es. Da mucho trabajo, paga protección, a los fines prácticos es intocable. Nos saludó como a viejos amigos y nos invitó con algo para tomar. La habitación a la que pasamos era una especie de sala de estar gigante construida recientemente, con las paredes todavía con el fino y sin pintar. Alrededor de una mesa redonda estaban sentados los muchachos que trabajan para Vicente. A dos de ellos los conocía de antes: Cebolla Nardi, un experto en trafico de semillas de todo tipo: canabis, opio, amapola, hachis; y Lija Chamorro, un transa de la Paternal, amigote del Turco Abud. Es terrible como todos estamos vinculados y relacionados de alguna manera. A los otros, Vicente los presentó como la banda anti yuta, eran los que se encargaban de hacer lo que el mismo Vicente definió como Inteligencia de entre casa. Tenían un par de agentes arreglados que batían si se iban a hacer allanamientos y otros procedimientos policiales.
Estaban jugando al truco por plata. Las dos chicas que habían venido con nosotros pasaron directo a una piecita que tenía Vicente al costado de la sala en la que estábamos. Dos de los de la banda anti yuta se levantaron y pasaron con ellas. Cebolla y Lija tomaron sus lugares en la mesa de truco, y también los dos pendejos que nos habían llevado. Toronja, Vicente y yo pasamos a un cuartucho húmedo de piso de tierra apisonada. Allí tenía Vicente la mercadería. Preguntó cuánto quería de skunk. La droga estaba envuelta en paquetes de nylon cubiertos por otras bolsas negras como de consorcio. Toronja tenía un bolsón negro. Ahí metió los paquetes que Vicente le fue pasando. Era mucha marihuana, si nos llegaban a agarrar con eso encima, no comeríamos unos cuantos años. Eso es algo que me jodía bastante, pero ya estaba en el baile, y no podía salirme. Lo que me quedaba era ver que todo se hiciera correctamente y que no hubiera ningún problema. Toronja le dio la plata, Vicente la contó, y fin de la operación. Por el momento todo iba bien. Intercambiaron teléfonos para una futura compra, y salimos del cuarto. Vicente nos ofreció un poco de la yerba, para que la probáramos y supiéramos de su buena calidad. Nos explicó que era un híbrido, dulce, potente y sinergético, una variedad que estaba experimentando y que salía mucho. Yo no acostumbro a fumar, pero estaba un poco nervioso, tendríamos que cruzar toda la villa con unos cuantos quilos encima, y llegar hasta el auto, para ir hasta casa a buscar a la rubia y que los dos siguieran su camino. Parecía fácil, pero las cosas no siempre los son. Nos quedamos un rato más en la casa de Vicente. Se ofreció a llevarnos él mismo en su land rover hasta el estacionamiento, por lo que le aceptamos el faso y unos cuantos vasos de whisky importado. Nos tranquilizamos y estuvimos hablando un rato de boxeo y de drogas. Era un gran conocedor de ambas cuestiones. De la villa salen drogadictos y boxeadores a cada rato, las dos cosas son un muy buen negocio, si se las sabe llevar. Nos dijo que anda con ganas de representar un par de pibes que había visto pelear, pero por el momento no puede dejar lo otro, tiene unos cuantos compromisos que no se lo permiten. Estábamos hablando lo más tranquilos cuando escuchamos unos gritos que salían del cuatro en donde estaban las chicas atendiendo a dos de los muchachos. Salió uno de ellos agarrándose el bulto, diciendo que una de las putas le había mordido la pija. Vicente se metió en el cuarto y vio lo que todos vimos cuando lo seguimos, una de las chicas estaba en la cama, toda ensangrentada, con el rostro destrozado, la otra estaba en una silla, inconsciente, atada y amordazada. El otro tipo estaba en un rincón, con la goma todavía hinchándole las venas, y con la jeringa colgando del brazo, totalmente dado vuelta. Vicente salió del cuarto, agarró al que tenía la pija sangrando, y lo re cago a patadas. Se lo tuvimos que sacar porque si no lo mataba.
Cuando la cosa se calmó, nos pidió mil disculpas, le dio la llave a Cebolla y le pidió que nos llevara hasta donde estaba el Auto de Toronja. El skunk me había pegado durísimo y estaba totalmente atontado. Llegamos al auto y nos despedimos de Cebolla. Pagamos el ticket del estacionamiento, Toronja metió el bolsón en el baúl y fuimos para mi departamento.
La casa era un bardo, música a todo lo que da, gente que iba y venía, botellas por todas partes, todo tirado. Lo primero que hice fue echarlos a todos. Uno me quiso prepotear y lo saqué al pasillo de los fundillos del culo , bajó las escaleras rodando. Después de eso todos bajaron tranquilamente, viendo que hablaba en serio. Toronja me pidió mil disculpas y se fue con el malón de gente. Le dije que estaba todo bien, pero quería estar solo, que entendiera que no me puedo dar el lujo de tener a desconocidos en casa. Por supuesto que entendió perfectamente lo que le decía y se fue sin rencores.
Apercat Gutierrez- Entrega dieciocho
Estaba en casa, solo y aburrido, y recibí un llamado de un número privado a mí celular. Era de Toronja Larralde, me preguntaba si todavía tenía el contacto con un transa de la 31. Necesitaba unas piedras de skunk. Había comprado una carga que ya tenía vendida, pero su puntero cayó en cana con tres kilos de skunk y con unas piedras de merca. Me dijo que estaba cerca de casa, que si no me jodía pasaba. Trato de no meterme en quilombos pero Toronja es un buen amigo y me ha hecho un par de favores, y yo soy de pagar. Además sé muy bien cómo es la movida, si le vendió a alguien y se perdió la mercadería, todo puede desembocar en un desastre. No sé realmente con la clase de gente que se mueve, cuáles son sus clientes, pero si me llamó en mitad de la noche, debía estar empezando a desesperarse. No me cuesta nada hacer este tipo de favores.
Cayó a la media hora. Yo ya había llamado a Vicente, y me dijo que iba a estar jugando a las cartas, que pasara cuando quisiera. Vicente vende solamente marihuana. Se hace traer semillas de Europa. Cuando yo lo frecuentaba ya tenía unas cuantas plantaciones en la villa. A medida que crece el negocio compra nuevas casillas y las acondiciona para plantar indoor.
En un tiempo tenía unos terrenos en las afueras y cultivaba a la usanza guerrillera. Pero le resultaba peligroso. Los peruanos han desarrollado un método para cultivar en la alta montaña. Siembran y cuando los plantines tienen unos cuantos centímetros, atan un extremo de piola a la punta de la planta y el otro extremo lo enroscan en un torniquete clavado al suelo. A medida que crecen giran el torniquete y las bajan a ras del suelo. Las plantas van extendiendo las guías en el suelo, como si fueran plantas de zapallos. Para camuflar la plantación, echan encima otras plantas. Vicente había intentado eso en esos terrenos que tenía, pero no le dio demasiado resultado, porque le era muy trabajoso el riego y el cultivo sin que nadie se entrara. Así que optó por el cultivo indoor.
Es un estudioso del tema y se ha ido especializando en distintos tipos de plantas. Tiene de todo: nyc diesel, white russian, kalamist, ak47, entre otras. No conozco en todo Buenos Aires alguien que cultive esas variedades exóticas. Ese tipo de mercadería se paga muy bien. Sólo comercia con clientes importantes que pagan a precio europeo.
Toronja vino acompañado por una rubia bastante pasada de merca. Le dije que teníamos que entrar a la villa y que no era recomendable ir con mujeres. Ella insistió en venir con nosotros, pero le dije al Toronja que si ella venía yo no me iba a mover de ahí. La rubia dijo que no tenía a donde ir, que lo mejor entonces iba a ser quedarse en mi departamento hasta que estuviéramos de vuelta. La idea no me gustó para nada, pero ya estaba metido en el asunto, y era preferible que se quedara en casa y no que nos hiciera matar en la villa.
Le di un par de indicaciones: no atender el teléfono y no abrirle a nadie. Nos fuimos en el auto de Toronja. Le pregunté si no iba a haber problema con la rubia en casa. Me dijo que me quedara tranquilo, que no era una quilombera.
Cayó a la media hora. Yo ya había llamado a Vicente, y me dijo que iba a estar jugando a las cartas, que pasara cuando quisiera. Vicente vende solamente marihuana. Se hace traer semillas de Europa. Cuando yo lo frecuentaba ya tenía unas cuantas plantaciones en la villa. A medida que crece el negocio compra nuevas casillas y las acondiciona para plantar indoor.
En un tiempo tenía unos terrenos en las afueras y cultivaba a la usanza guerrillera. Pero le resultaba peligroso. Los peruanos han desarrollado un método para cultivar en la alta montaña. Siembran y cuando los plantines tienen unos cuantos centímetros, atan un extremo de piola a la punta de la planta y el otro extremo lo enroscan en un torniquete clavado al suelo. A medida que crecen giran el torniquete y las bajan a ras del suelo. Las plantas van extendiendo las guías en el suelo, como si fueran plantas de zapallos. Para camuflar la plantación, echan encima otras plantas. Vicente había intentado eso en esos terrenos que tenía, pero no le dio demasiado resultado, porque le era muy trabajoso el riego y el cultivo sin que nadie se entrara. Así que optó por el cultivo indoor.
Es un estudioso del tema y se ha ido especializando en distintos tipos de plantas. Tiene de todo: nyc diesel, white russian, kalamist, ak47, entre otras. No conozco en todo Buenos Aires alguien que cultive esas variedades exóticas. Ese tipo de mercadería se paga muy bien. Sólo comercia con clientes importantes que pagan a precio europeo.
Toronja vino acompañado por una rubia bastante pasada de merca. Le dije que teníamos que entrar a la villa y que no era recomendable ir con mujeres. Ella insistió en venir con nosotros, pero le dije al Toronja que si ella venía yo no me iba a mover de ahí. La rubia dijo que no tenía a donde ir, que lo mejor entonces iba a ser quedarse en mi departamento hasta que estuviéramos de vuelta. La idea no me gustó para nada, pero ya estaba metido en el asunto, y era preferible que se quedara en casa y no que nos hiciera matar en la villa.
Le di un par de indicaciones: no atender el teléfono y no abrirle a nadie. Nos fuimos en el auto de Toronja. Le pregunté si no iba a haber problema con la rubia en casa. Me dijo que me quedara tranquilo, que no era una quilombera.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Apercat Gutierrez- Entrega diecisiete
Montero Lobato era un criminal organizado. Siempre le gustó planificar, estudiar bien el armado de los negocios que pretendía montar. Era bueno en eso. Lástima su temperamento. En el ambiente le decían Milanesa de potro, por lo nervioso. De la nada, por insignificancias, perdía los estribos. Era bravo. Cuando se calentaba armaba unos zafarranchos impresionantes, y nadie lo podía parar. Lo mejor era estar lejos de la onda expansiva de sus enojos. Encima era bastante pesado, se la bancaba con cualquiera. Fue él quien me enseño a romper falanges. Cuando hay que apretar a alguien pero no se lo puede dañar mucho, lo más fácil es romperle un dedo. Es el abc de la mafia. Lo más recomendable es forzar el nudillo entre falange y falangina. Es muy doloroso. Un argumento que hace entrar en razón a más de uno. A veces hay que apretar a alguien pero la recomendación es no hacer alboroto, y no lastimar demasiado. Entonces quebrar dedos es lo más efectivo. Montero conocía muy bien su trabajo, pero no le gustaba trabajar de matón para otros. Tenía buena cabeza y siempre estaba metido en algún negocio que le redituaba lo suyo.
Cierta vez tuvo un plantel de sirvientas, las hacía rotar de casa en casa. Levantaba paraguayas, bolivianas o peruanas de las villas. Siempre extranjeras indocumentadas. Les hacía hacer documentos falsos, truchaba referencias o las compraba, y colocaba a las chicas en casas de zona norte o en algunos countrys. Trabajaban durante un tiempo en las casas, estudiaban los movimientos, los horarios. Cuando estaban solas revisaban hasta encontrar cosas de valor. Básicamente se concentraban en joyas y en dinero líquido. Cuando Montero les daba la orden, las chicas robaban, le entregaban todo, él les daba la parte prometida, y las libraba a su suerte. Nunca las volvía a contratar. La oferta de chicas era suficiente como para arriesgarse a que alguna fuera reconocida y cayera toda la organización. Hizo buena plata. Con eso estuvo metido como dos años. Pero era un tipo calculador e inteligente. Nunca estaba mucho con un negocio. Cambiaba cada tanto. Decía que no había que ser sobón y cebarse, porque así es como se cae en cana. Cuando uno se engolosina se ciega, y eso es fatal. Cuando yo lo frecuenté estaba metido en un asunto de falsificación de tarjetas de crédito. Tenía un socio más loco que él: Judío Rocamora. Era un prestamista bastante particular. Prestaba sin límite y con intereses que se acrecentaban conforme pasaba el tiempo. Tenía matones para los cobros y los aprietes, pero cuando la cosa se salía de curso y la plata que le adeudaban era mucha, él mismo visitaba en persona a los clientes. Si se molestaba no era para charlar. No se andana con demasiadas vueltas. Los circuncidaba, lisa y llanamente. Después de eso, todos conseguían el dinero y saldaban la deuda. Tipo complicado, todavía no entiendo por qué Montero se asoció con él. Por lo que yo sé, siempre le había gustado trabajar solo. Contrataba gente para sus negocios claro, pero era él el único que decidía todo. Para lo de las tarjetas necesitaba un socio que tuviera contactos dentro de Visa o Mastercard. Y Judío era el hombre indicado. En estas cuestiones, un socio también puede ser un chivo expiatorio. Y en este caso así fue. Montero era sobrio. Vivía bien, pero sin ostentar, nunca le había gustado llamar la atención, salvo cuando levantaba presión, cosa que no podía controlar. Judío en cambio era de vestirse bien, manejaba coches caros, tenía varias propiedades a su nombre, se había metido en el mundillo de la farándula. Iba de boliche en boliche con putas y escolta. Era un quilombero de lo mejor. Entraba a un boliche y siempre tenía a su disposición minas, drogas y lo que quisiera. Con lo de las tarjetas falsificadas cayeron los dos. Primero agarraron al contacto de Judío en Visa, después a él y cantó. Cuando Montero se enteró de que Judío estaba en cana, tiró las planchas al riachuelo. Le allanaron la casa. Encontraron plata nada más. Pero no la podía justificar. Montero cayó por evasión de impuestos y por tenencia de documentación falsa que lo implicaban en una causa abierta por robos en countrys. Los pusieron en el mismo penal. Judío estaba loco, pero solo no valía nada. Montero lo estrujó como a una hoja seca. Iba a salir en unos años: dos por uno, o buena conducta. Pero no se aguantó la traición de Judío y se la quiso cobrar. Lo fui a visitar un par de veces a la cárcel. Yo mismo le conseguí un abogado, pero con el estrangulamiento de Judío ya no había nada que hacer. Se iba a pudrir adentro. En una de las visitas me pidió un favor. Él me había dado una mano importante una vez que estuve re tirado. Su madre vivía en los fondos de un caserón venido abajo. Yo tendía que ir a verla y tratar de convencerla de llevarla a un asilo de ancianos. Se la debía, a estos tipos siempre hay que pagarles las deudas.
El barrio donde vivía la madre es bastante choto. Casas tomadas, pensiones, hoteles familiares. Son un par de manzanas donde la gente parece estar siempre de paso pero lo cierto es que no se va nunca. A la casa de la vieja se entra por un largo pasillo. Al fondo hay una puerta desvencijada. Estaba entreabierta. Cuando pasé casi me voltea el tufo. Olor a meada de gato, a humedad, a guiso quemado, a frito. Yo no soy muy fino, he estado en lugares imposibles, pero la casa de la vieja era un verdadero asco. Golpee las manos, pero no me contestó nadie. Había una radio al mango. Pasé por un recibidor, abrí otra puerta y ahí estaba la vieja, sentada a la mesa, con los ojos abiertos. La cara como pintada a la cal, casi azul, la dentadura enorme, como para otra cara. Los de la ambulancia me dijeron que haría dos o tres días que estaba muerta, no más. Hice los trámites, me encargué de todo, qué otra cosa podía hacer. Cuando terminé con los arreglos fui a la cárcel a darle la noticia a Montero. Estaba desconsolado. Hacía tiempo que no la veía. La vieja había enloquecido hacía unos años, y él no podía verla, no lo soportaba. Se ve que la quería mucho. Al tiempo se la dieron en una revuelta.
Siempre me pregunto cómo voy a terminar yo, de qué manera. Con la vida que llevo es raro que muera de viejo. Me gustaría saber el día de mi muerte. Poder planificar cosas de antemano. Iría preparado al muere, casi contento. Pero eso no puede saberse. Montero me contó en una de mis visitas que estaba pensando seriamente en suicidarse. Cuando se está en cana uno no tiene control de nada. Todo está debidamente estipulado. No se tiene ningún poder ni sobre la propia vida. Es por eso que adentro se la cuida todo el tiempo, porque es lo único que se tiene. En Estados Unidos hay muchos intentos de suicidios en las cárceles. Es por la pena de muerte. Los reclusos condenados a la pena capital saben exactamente el día y hasta la hora en que van a morir electrocutados, por eso algunos eligen matarse antes, para controlar al menos eso. Le quitan la posibilidad al gobierno de decidir sobre su muerte. Un tema escabroso y complicado. Yo no sé que haría. Yo nunca estuve en un penal. Me comí un mes en un calabozo de comisaría. Estuve complicado con el robo de unos autos. Caí con dos muchachos de Torrencio. Él mismo se ocupó de ponernos un buen abogado, y mandó a apretar al damnificado. Se tardó nada más que un mes, y logró que levantaran los cargos contra los tres. Ese mes fue el más largo de mi vida. Caímos justo cuando había pica entre los presos. Pasa en todos lados: la interminable lucha por el poder. Los canas nos habían dicho que iban a abrir las rejas para que nos arregláramos entre nosotros. Es común que hagan eso. Es su manera de limpiar la mierda, de ralear los problemas. Nadie sabía cuando iban a abrir, pero era inminente. Abrían los calabozos para que saliéramos al patio, y hacían la vista gorda durante un rato. Estábamos todos armados. Había facas de todos los tamaños. Yo no quería saber nada, no me iba a hacer matar por algo que no me importaba, pero estaba dispuesto a defenderme si alguien se me venía encima. Me habían dado un destornillador limado. Era una especie de punzón. La ranchada iba a ser sangrienta. Habría más o menos diez de cada lado. Había mucha tensión, y también muchas ganas de matar. Algunos tipos son verdaderamente sangrientos, necesitan sangre para apagar una ser que los supera, que no pueden contener. Por suerte todo quedó en nada y nunca abrieron las celdas. Estaba cagado en serio. Si abrían me las iba a tener que ver con alguno decidido a todo. Zafé. Como vengo zafando siempre. Pero algún día me la van a dar. De eso ya no me caben dudas.
Cierta vez tuvo un plantel de sirvientas, las hacía rotar de casa en casa. Levantaba paraguayas, bolivianas o peruanas de las villas. Siempre extranjeras indocumentadas. Les hacía hacer documentos falsos, truchaba referencias o las compraba, y colocaba a las chicas en casas de zona norte o en algunos countrys. Trabajaban durante un tiempo en las casas, estudiaban los movimientos, los horarios. Cuando estaban solas revisaban hasta encontrar cosas de valor. Básicamente se concentraban en joyas y en dinero líquido. Cuando Montero les daba la orden, las chicas robaban, le entregaban todo, él les daba la parte prometida, y las libraba a su suerte. Nunca las volvía a contratar. La oferta de chicas era suficiente como para arriesgarse a que alguna fuera reconocida y cayera toda la organización. Hizo buena plata. Con eso estuvo metido como dos años. Pero era un tipo calculador e inteligente. Nunca estaba mucho con un negocio. Cambiaba cada tanto. Decía que no había que ser sobón y cebarse, porque así es como se cae en cana. Cuando uno se engolosina se ciega, y eso es fatal. Cuando yo lo frecuenté estaba metido en un asunto de falsificación de tarjetas de crédito. Tenía un socio más loco que él: Judío Rocamora. Era un prestamista bastante particular. Prestaba sin límite y con intereses que se acrecentaban conforme pasaba el tiempo. Tenía matones para los cobros y los aprietes, pero cuando la cosa se salía de curso y la plata que le adeudaban era mucha, él mismo visitaba en persona a los clientes. Si se molestaba no era para charlar. No se andana con demasiadas vueltas. Los circuncidaba, lisa y llanamente. Después de eso, todos conseguían el dinero y saldaban la deuda. Tipo complicado, todavía no entiendo por qué Montero se asoció con él. Por lo que yo sé, siempre le había gustado trabajar solo. Contrataba gente para sus negocios claro, pero era él el único que decidía todo. Para lo de las tarjetas necesitaba un socio que tuviera contactos dentro de Visa o Mastercard. Y Judío era el hombre indicado. En estas cuestiones, un socio también puede ser un chivo expiatorio. Y en este caso así fue. Montero era sobrio. Vivía bien, pero sin ostentar, nunca le había gustado llamar la atención, salvo cuando levantaba presión, cosa que no podía controlar. Judío en cambio era de vestirse bien, manejaba coches caros, tenía varias propiedades a su nombre, se había metido en el mundillo de la farándula. Iba de boliche en boliche con putas y escolta. Era un quilombero de lo mejor. Entraba a un boliche y siempre tenía a su disposición minas, drogas y lo que quisiera. Con lo de las tarjetas falsificadas cayeron los dos. Primero agarraron al contacto de Judío en Visa, después a él y cantó. Cuando Montero se enteró de que Judío estaba en cana, tiró las planchas al riachuelo. Le allanaron la casa. Encontraron plata nada más. Pero no la podía justificar. Montero cayó por evasión de impuestos y por tenencia de documentación falsa que lo implicaban en una causa abierta por robos en countrys. Los pusieron en el mismo penal. Judío estaba loco, pero solo no valía nada. Montero lo estrujó como a una hoja seca. Iba a salir en unos años: dos por uno, o buena conducta. Pero no se aguantó la traición de Judío y se la quiso cobrar. Lo fui a visitar un par de veces a la cárcel. Yo mismo le conseguí un abogado, pero con el estrangulamiento de Judío ya no había nada que hacer. Se iba a pudrir adentro. En una de las visitas me pidió un favor. Él me había dado una mano importante una vez que estuve re tirado. Su madre vivía en los fondos de un caserón venido abajo. Yo tendía que ir a verla y tratar de convencerla de llevarla a un asilo de ancianos. Se la debía, a estos tipos siempre hay que pagarles las deudas.
El barrio donde vivía la madre es bastante choto. Casas tomadas, pensiones, hoteles familiares. Son un par de manzanas donde la gente parece estar siempre de paso pero lo cierto es que no se va nunca. A la casa de la vieja se entra por un largo pasillo. Al fondo hay una puerta desvencijada. Estaba entreabierta. Cuando pasé casi me voltea el tufo. Olor a meada de gato, a humedad, a guiso quemado, a frito. Yo no soy muy fino, he estado en lugares imposibles, pero la casa de la vieja era un verdadero asco. Golpee las manos, pero no me contestó nadie. Había una radio al mango. Pasé por un recibidor, abrí otra puerta y ahí estaba la vieja, sentada a la mesa, con los ojos abiertos. La cara como pintada a la cal, casi azul, la dentadura enorme, como para otra cara. Los de la ambulancia me dijeron que haría dos o tres días que estaba muerta, no más. Hice los trámites, me encargué de todo, qué otra cosa podía hacer. Cuando terminé con los arreglos fui a la cárcel a darle la noticia a Montero. Estaba desconsolado. Hacía tiempo que no la veía. La vieja había enloquecido hacía unos años, y él no podía verla, no lo soportaba. Se ve que la quería mucho. Al tiempo se la dieron en una revuelta.
Siempre me pregunto cómo voy a terminar yo, de qué manera. Con la vida que llevo es raro que muera de viejo. Me gustaría saber el día de mi muerte. Poder planificar cosas de antemano. Iría preparado al muere, casi contento. Pero eso no puede saberse. Montero me contó en una de mis visitas que estaba pensando seriamente en suicidarse. Cuando se está en cana uno no tiene control de nada. Todo está debidamente estipulado. No se tiene ningún poder ni sobre la propia vida. Es por eso que adentro se la cuida todo el tiempo, porque es lo único que se tiene. En Estados Unidos hay muchos intentos de suicidios en las cárceles. Es por la pena de muerte. Los reclusos condenados a la pena capital saben exactamente el día y hasta la hora en que van a morir electrocutados, por eso algunos eligen matarse antes, para controlar al menos eso. Le quitan la posibilidad al gobierno de decidir sobre su muerte. Un tema escabroso y complicado. Yo no sé que haría. Yo nunca estuve en un penal. Me comí un mes en un calabozo de comisaría. Estuve complicado con el robo de unos autos. Caí con dos muchachos de Torrencio. Él mismo se ocupó de ponernos un buen abogado, y mandó a apretar al damnificado. Se tardó nada más que un mes, y logró que levantaran los cargos contra los tres. Ese mes fue el más largo de mi vida. Caímos justo cuando había pica entre los presos. Pasa en todos lados: la interminable lucha por el poder. Los canas nos habían dicho que iban a abrir las rejas para que nos arregláramos entre nosotros. Es común que hagan eso. Es su manera de limpiar la mierda, de ralear los problemas. Nadie sabía cuando iban a abrir, pero era inminente. Abrían los calabozos para que saliéramos al patio, y hacían la vista gorda durante un rato. Estábamos todos armados. Había facas de todos los tamaños. Yo no quería saber nada, no me iba a hacer matar por algo que no me importaba, pero estaba dispuesto a defenderme si alguien se me venía encima. Me habían dado un destornillador limado. Era una especie de punzón. La ranchada iba a ser sangrienta. Habría más o menos diez de cada lado. Había mucha tensión, y también muchas ganas de matar. Algunos tipos son verdaderamente sangrientos, necesitan sangre para apagar una ser que los supera, que no pueden contener. Por suerte todo quedó en nada y nunca abrieron las celdas. Estaba cagado en serio. Si abrían me las iba a tener que ver con alguno decidido a todo. Zafé. Como vengo zafando siempre. Pero algún día me la van a dar. De eso ya no me caben dudas.
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