jueves, 14 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez-entrega seis

Recuerdo una vez que me metí con una mina tremenda. Me tocó trabajar en la casa de un tipo de guita. Tenía varios negocios en franquicia. Se decía en verdad, que lavaba dinero de la droga. El tipo tenía mucha pero mucha plata. Vivía en una mansión infernal en San Isidro. Me contrató cuando yo trabajaba en una agencia de seguridad. Había hecho una compra de varios cuadros originales a un Museo de arte en Los Ángeles. Los iba a colocar en una galería, y nosotros teníamos que transportar los cuadros del Aeropuerto a su casa, y después, a los tres días, a una galería en Recoleta. Esos tres días que los cuadros iban a estar en la casa, nosotros nos teníamos que quedar a custodiarlos. Una estupidez. No sé la torta que habrá puesto el tipo. Una muy buena entrada para la agencia, y nosotros a sueldo fijo. La casa tenía un inmenso parque. Había, no muy alejada, una construcción con habitación, cocina y baño. Seguramente se había construido para un antiguo casero. Me enteré que la mansión tenía algo más de cien años. En esa casita nos quedamos Sandro Pugliese y yo, vigilando la casa. Era un trabajo más que pelotudo, ¿a quién se le ocurriría el robo de unas pinturas en una casa vigilada? Parece que a más de uno. Las obras estaban valuadas en 15 millones de dólares. Esa noche cayeron dos grupos distintos a robarlas.
Es impensado que a dos personas diferentes se les ocurra robar la misma casa a la misma hora. Yo todavía no lo puedo creer. A veces se lo atribuyo a la suerte. Pero no creo en la suerte, sino más bien en la causalidad. Pero a veces la causalidad es tan extraña que a uno le entran dudas al respecto. Dos grupos de tres personas cada una. Todos armados y dispuestos a llevarse las obras a como fuere. Se mataron entre ellos. Ni Sandro ni yo tuvimos que disparar un solo tiro. Después de la balacera que se armó, fuimos a ver. Todos desperdigados por el parque. Cuatro muertos y dos heridos. Les sacamos las armas y llevamos a los sobrevivientes a la casita. Uno tenía una herida en el muslo y ella, Herminia, tenía un agujero de bala que le traspasaba el hombro derecho. El otro estaba en un grito, pero ella era una serpiente fría, ni una sola queja. Les hicimos un par de preguntas antes de que llegara la ambulancia y la policía. Cada uno de ellos nos contó su lado de los hechos. Eran dos bandas diferentes y no se conocían entre sí. No se podía creer, parecía una cámara oculta. Recuerdo que Sandro propuso esa explicación. Pero no, todo era real, seis pelotudos con un plan idiota. Herminia nos quería convencer de que la dejáramos ir. Nos haría llamar luego, por uno de la banda, para hacer algo mejor que estar cuidando plata ajena. Le dijimos que no la íbamos a dejar ir. Pero al decirlo, Sandro me miró y en sus ojos había como una alegría inusitada, parecida, calculo, a la que sentía yo al oírla hablar. Sin decirnos una sola palabra, sobreentendiendo todo, Sandro abrió la puerta, y salió a ver si había moros. Yo ayudé a que el otro se incorporara y les indiqué la pared que debían saltar para irse. Les devolví sus armas descargadas y los dejamos libres. Arreglamos con Sandro la versión de los hechos y nos preparamos para hablar con la policía. Nadie en la casa había salido al parque, así que ninguno podía saber la cantidad de personas que habían intentado robar los cuadros. Habrán estado debajo de la cama, esperando que pasara todo, marcando el 911 de algún teléfono celular. Creyeron lo que les dijimos. Dos bandas paralelas, dos integrantes cada una. La cosa era demasiado descabellada como para que no creyeran todo lo demás. Sandro la jugó de poco comunicativo, y yo conté la historia que habíamos acordado. Si habla uno solo , es más difícil caer en una contradicción que despierte sospechas. Los policías desconfían siempre de nosotros. Es como si fuéramos una raza menor. Algunos policías retirados se emplean en las agencias, pero inmediatamente pasan a ser civiles con armas, por más permisos que se tengan. A ningún policía le gusta tener cerca civiles con armas. Estamos acostumbrados. A mí mucho no me importa. Si no me encuentran en nada no pueden culparme. Y en verdad ni Sandro ni yo habíamos hecho nada esa vez. Omitimos ciertos detalles, nada más. Herminia me llamó como a la semana, cuando pensé que nunca más la volvería a ver. Me dijo que si me interesaba la cosa. Le dije que me diera detalles, y me dijo que por teléfono no, que nos viéramos en un bar al otro día. Pero me pidió que fuera solo, no lo querían a Sandro cerca. Se ve que de algún modo habían dado con su historial: ex Sargento de la 37. Del mismo modo que a los polis no les gustan los de seguridad privada, a los chorros no les gustan los polis, por más que sean retirados.
Llegué al bar media hora más tarde. Quedaba en Chacarita. Me senté en una mesa contra la ventana, cerca de la puerta, deformación profesional. Al rato, estacionó una cupé taunnus bordó con un monigote al volante. Bajó Herminia como si fuera una diva del rocanrrol. Detrás de ella bajó también el monigote. Se sentaron a mi mesa. Él muchacho era verdaderamente enorme. Le señalé el vendaje en el hombro y me sonrió. Me preguntó que cómo andaba. Le dije que nada nuevo, que las cosas estaban bien. Me preguntó también si había tenido mucho problema con la cana. Salvo las preguntas de rutina en la casa, no volvieron a molestarme. Los cuadros ya estaban sanos y salvos en la galería de Recoleta. El grandote me miraba con desconfianza, yo cada vez que encontraba su mirada le sonreía automáticamente. Le pedí a Herminia que me contara de su ofrecimiento. Ella y el monigote pertenecían a una banda de piratas del asfalto. Se dedicaban mas que nada a robar obras de arte. Museos, casas de empeño importantes, casas particulares, depósitos y ese tipo de lugares. A veces, si era un buen dato, camiones de caudales que transportan las obras. Con ellos robé tres veces. El último robo mío con la banda también fue el último de ella. Le pegaron un tiro en el pecho en el tiroteo que se armó con los de seguridad del museo de bellas artes. La banda no planificaba meticulosamente los robos. Trabaja tipo comando. Estacionaba una camioneta en la puerta del museo, se bajan cuatro o cinco monos armados, ponían a los de seguridad, agarraban los cuadros, a la camioneta y a desaparecer. Se corría mucho peligro. A veces la policía llegaba a tiempo y había enfrentamientos.
Cuando los conocí me di cuenta que estaban todos locos. Les encantaba la plata pero tambien el peligro. La banda se renovaba constantemente porque las bajas eran comunes. Yo fui un reemplazo más. Cuando la vi tirada en el piso, con las tetas hechas mierdas por un itacazo, supe que era tiempo de irme. Los tres robos, a pesar de las muertes del tercero, dejaron buena guita.
En el primero nos robamos un Bottichelli, dos Bacon y un alhajero con treinta mil dólares en joyas. En el segundo, Tres Velásquez, cuatro Rivera y cinco Modigliani. En el tercer robo había mucho en juego. Unas estatuas egipcias de Sejmet de la decimoctava dinastía, dedicadas al faraón Amenhotep III.
Trabajábamos por encargo. Llegaba el dato del lugar, los detalles de la seguiridad, las obras que había que robar y se hacía. Después era pasar el tiempo. Entre robo y robo podían haber uno o dos meses en los que no se hacía nada, o se hacían cosas de poca monta como para ir tirando. Estuve siete meses metido en la organización. A la semana ya estaba con ella, durmiendo de día y saliendo de tardecita, yendo a tres boliches en una misma noche, tomando merca con todo el mundo en cualquier parte. Herminia era el desparpajo puro. Peinaba en todos lados. Conocía a mucha gente. Durante esos meses le anduve atrás como un perro faldero.


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1 comentario:

Unknown dijo...

Yo soy peleador y la verdad es q las descripciones q das acerca de las peleas, tanto en el conocimiento de los golpes, como en la coherencia del desarrollo de la misma, son muy reales.
Me gusto mucho el incapié q hiciste en el miedo q siente cada peleador antes de disputar una pelea. Y sobre todo el comentario en el cual mencionas el placer q siente uno al acertar los golpes. Felicitaciones y espero otra entrega lo antes posible.
Christian