lunes, 25 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega trece

La otra noche fui a un bar de Flores. Tenía ganas de distraerme, conocer gente distinta. Fui solo. Fuera del círculo laboral en el que me muevo, no tengo muchos amigos. Esa noche tenía ganas de respirar otros aires. El bar estaba lleno. Pocas mesas y mucha gente parada, charlando, con los vasos en la mano. Yo estaba acodado a la barra.
Pedí whisky. Eso me hizo reparar en mi edad y en que verdaderamente no pertenecía a ese lugar porque sobrepaso la edad media adulta. Todos estaban con cerveza o vino en copa, algún trago, daikirys, mucho tequila. Pero nadie estaba tomando whisky. El vaso en mi mano, el brillo del hielo me hizo reparar en los años que tengo a cuesta. No son muchos, pero demasiados para ese lugar. De todos modos, la vida tiene gratas sorpresas inesperadas. Pensé en apurar el vaso e irme, pero descubrí unos ojos que me miraban y todo cambió. Me acerqué y le pregunté el nombre. Carmela. Estaba con una amiga que en ese momento hablaba con un tipo. Estaban sentados en unos sillones, ella se había levantado para pedir un trago y para dejarles algo de intimidad. No hubo mucho preambulos, terminamos lo que estabamos tomando y salimos a caminar.
Carmela me llevó a su casa y me metió en su cama. Petisa, morochona, carnívora. Son esas cosas que a uno le levantan el ánimo y le agrandan ego.
Siempre que conozco a una mujer que no es del medio, sé que no la voy a poder seguir viendo durante mucho tiempo. Mis horarios son extraños, por ahí desaparezco un par de días. No me gusta llevar mujeres a casa. Ahí tengo armas, y cosas que denotan a qué me dedico. Creo que ninguna me lo podría bancar. Las veo generalmente dos o tres veces, y después borro el teléfono de la agenda del celular. Carmela me sorprendió. Me dijo que lo que le llamó la atención de mí fueron mis marcas en las manos, y mi nariz chata. Ella supuso que yo era entrenador de algún arte marcial. No sé por qué lo hice, pero le confesé que era guardaespaldas y matón a sueldo. La veo dos o tres veces por semana. Siempre en su casa. Pedimos comida, miramos películas y cogemos. A eso se reduce nuestra relación. Algo me debe estar por quitar la vida. Yo creo en los balances, en los equilibrios. Todo hecho es causa o consecuencia de algún otro hecho. Carmela es algo que no me gustaría perder. Es lo único que me ata hoy día a la normalidad. Pero tal vez Carmela no sea normal. Trato de que no me gane la paranoia. No todos son enemigos de los cuales hay que cuidarse. Pero es algo muy difícil de lograr. Carmela bien puede ser mi perdición. Yo no puedo permitir que la vean conmigo. Por eso nos quedamos en su casa. Ella disfruta de esa sensación de peligro. Dice que la excita, que por eso está conmigo. Sé perfectamente que tengo que dejar de verla. La semana que viene tengo que irme de viaje unos días a Mar del Plata. La voy a llevar conmigo. Voy a usar ese viaje como despedida. Allá no me conoce mucha gente, podremos salir a pasear. Comer algo en el puerto. Salir a un bar a la noche.


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