miércoles, 13 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez-Entrega cuatro

Se me encargó que convenciera a un tipo de vender una propiedad contigua a un restaurante que Américo Rucci compró hace unos meses. Esperanto Trafalgar, que es como se llama el tipo, tiene una casa, que según cuenta, le perteneció a su abuelo. Dicen que en esa casa paró Gardel, y el tipo la quiere explotar como patrimonio Nacional. Claro que eso mismo le daría al restaurante de Américo otro nivel, y es por eso que necesita imperiosamente comprar la propiedad lindera. De ese modo tendría un local mucho más grande y mucho más redituable. Trafalgar no es cualquier tipo. Tiene un par de negocios inmobiliarios, por lo que tiene también, al igual que Américo, bastante poder. Me las tendré que ver con algunos de sus muchachos. Estoy viendo qué hago, cómo encaro la cosa. Sé que nunca va solo a ninguna parte, y que uno de los que lo acompañan es Animal Peralta, un ex campeón sudamericano de Kick Boxing. Los muchachos de Torrencio me dieron cierta información que puede serme útil: horarios, lugares, y ese tipo de cosas. Ni Américo, ni Torrencio pueden meterse de lleno en este asunto. Tengo que trabajar solo, o en todo caso juntar un par de muchachos que puedan ayudarme si hiciere falta. Eso conlleva a que tenga que repartir la paga, cosa que no estoy dispuesto a hacer, pero es una posibilidad que siempre hay que tener en cuenta.
Trafalgar tiene un piso en la Torre Victoria, en el centro. No es un buen lugar para armar bardo. Está trabajando con unos departamentos en la zona de Villa Urquiza. Unas remodelaciones. Sé que está yendo dos o tres veces por semana, pero nunca es fijo ni el día ni el horario. Tendré que perder tiempo siguiéndolo, encontrar el momento adecuado para hacer lo mío. Cuando va a esos departamentos sólo lo acompaña el Animal, y eventualmente lleva a algún otro muchacho. Eso me tiene sin cuidado. Si bien sé que Animal es de temer, no tengo otra que hacer el intento. Siempre se nos paga, se resuelva o no el asunto. Ese es un acuerdo tácito entre los clientes y nosotros. Lo que pasa es que cuando uno resuelve las cosas, tal vez la paga sea otra. Algún premio. También uno va ascendiendo en complejidad de trabajos: cuanto más complejo y peligroso, más plata también.
Mañana mismo empiezo con todo. Me aprontaré en un auto cerca de su casa y lo seguiré todo el día. Ni bien vaya a los departamentos de Urquiza, me mando y que sea lo que tenga que ser.
Yo quisiera ser una bestia feroz, colérica, temible, pero no puedo ser otra cosa que esto que soy. Un tipo sereno que sabe muy bien lo que quiere. Y es verdad que mucho no quiero. Yo me conformo con muy poco, lo que no estoy dispuesto a negociar es mi círculo de paz. Y sueno como si fuera un pelotudo naturalista y espiritual, que se intoxica de incienso leyendo a tipos con apellidos imposibles. Pero es así. Yo puedo ser el peor si quiero, pero nunca dejo que me gane la rabia o la bronca. Si no pudiese controlar mis instintos sería hombre muerto.
Yo quiero mi gimnasio, entrenar boxeadores, nada más que eso. Meter tipos al ring, enseñarles lo que sé; sería un sueño cumplido. No es tan difícil, conozco a muchos giles que lo lograron. Yo por el momento soy un gil que todavía no lo logró. Creo, huelo, deseo, necesito pensar que estoy muy cerca. Todas las mañanas me lo repito, todas las mañanas me lo creo.
Estuve de recorrida hace unas semanas, viendo un par de pibes, anotando nombres, analizando historiales, y hay muy buen material. Bien llevados pueden dar mucho jugo. Es hora de demostrarme a mí mismo si nací o no para esto. Yo no reniego de mi trabajo. Es como si fuera músico y se me llamara para tocar. Hago lo que sé, ni más ni más. Yo sé de broncas, sé de roscas, de carnicerías, de bardos. En mi oficio las cosas se arreglan de la manera más fácil. Todos los asuntos se dirimen violentamente. Es la forma más natural del mundo. Todos quieren lastimar a otro, quieren que alguien muera. El hombre se refrena pero se cagaría a trompadas en cada esquina. Hay algo en la sociedad que comprime ese deseo interno y totalmente natural. Todo es violento, todo. Los gobiernos lo son, las leyes impuestas, la sociedad misma. Pero ese no es el asunto puntual, porque ese deseo sofrenado ha sido prohibido, y la violencia se inocula imperceptiblemente. Está mal vista la violencia desorganizada. Todo el mundo la practica de una u otra manera, y sin embargo niegan hacerlo y niegan que nieguen.
Es lo que se hace. A mí me gustaría poder decir qué soy como cualquiera, pero soy distinto. Por eso me quiero mover en otro nivel, algo más tranquilo. Representar a dos o tres pibes, poner un par de sucursales del gimnasio. Con eso tendría de sobra, no pido más. Pero necesito plata.
Tuve suerte, el primer día que empecé a seguirlo fue a la obra de Urquiza a eso de las siete de la tarde. Menos mal, odio estar tanto tiempo metido en un auto. Animal lo acompañó adentro de la obra, pero el coche lo manejaba otro tipo. Por lo que me tendría que encargar primero de él, antes de meterme a la obra. El tipo estaba parado contra el auto, fumando y mandando mensajitos por el celular. Le toqué el hombro y cuando se dio vuelta le metí dos cabezazos seguidos en la nariz, dos uppercut en el hígado y por último un codazo en la pera. Lo metí como pude dentro del auto. Pesaría unos ochenta kilos. Lo dejé sentado con las manos atadas con un precinto al volante. Miré para todos lados, pero parecía que nadie me había visto hacer la maniobra. El auto tenía vidrios polarizados, por lo que no llamaría la atención de ningún vecino comedido con la ley y el orden.
Me acomodé la ropa y me metí a la obra. Le pregunté a uno de los albañiles por el señor Trafalgar. Me señaló unas escaleras. Subí y me encontré a media escalera con Animal, sin dejarlo reaccionar le barrí las piernas y lo dejé rodar escaleras abajo. Cuando llegó al descanso, y antes de que se pudiera parar, lo patee en la cabeza. Ahí quedó.
Subí las escaleras y vi a Trafalgar charlando con otro obrero, que tenía unos planos en la mano. Me le acerqué, le mostré lo que tenía en la sobaquera, y le dije que tenía que hablar con él. Se retiró unos metros, miró para todos lados, buscando a Animal. Le dije que estaba durmiendo una siesta, que estábamos solos y que íbamos a poder conversar tranquilamente sin que nadie nos molestase. Le tenía que decir pocas cosas. Que vendiera la casa a Americo Rucci, de caso contrario, María Stella Bores, su mujer, que pasa a buscar por al colegio a las cinco de la tarde a sus dos hijos, Joaquín, de siete, y Ema de nueve, iban a sufrir unas visitas un poco desagradables. Todo un éxito, el tipo va a vender dentro de dos semanas. Cobré una plata extra en calidad de premio por el trabajo. No siempre es así, hay veces que las cosas no son tan fáciles, y me tengo que comer una buena paliza.
Cosas así son las que hago, generalmente se arreglan pacíficamente. La gente no quiere bardo. Los que sí, lo tienen. Igual estoy con ganas de meterme en algo más groso, con más entrada.


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