jueves, 21 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega diez

Mis padres murieron en un accidente de autos. Se iban de vacaciones. Yo tenía once años, y me dejaron con un tío, hermano de mamá. Yo por ese entonces estaba bastante intolerable. Me habían echado de dos colegios. En uno por vandalismo: quise incendiar un mueble en la dirección. Después estuve un año en otro colegio, del que también me echaron por pelearme con dos compañeros, a uno le quebré tres costillas y la clavícula, y al otro le bajé las dos paletas de una patada en la boca. A los ocho años mi padre me llevó a un gimnasio para que aprendiera tae kwon do. Se lo había recomendado un psicoterapeuta amigo. Según él, tenía que descargar energía. Llegué a cinturón marrón. También me echaron, por golpear con contacto en las demostraciones. Después de eso, mis padres se empezaron a desentender de mí. Me dejaban los fines de semana con mi tío, y se iban de viaje. No los culpo. Para ellos habrá sido un calvario. Mi padre era escribano público, y mi madre perito grafóloga. Se habían conocido en un juzgado y se casaron a los tres meses. Al año aparecí yo. Sus vidas eran tranquilas, y yo se las compliqué de entrada. Siempre fui violento y problemático. Luego, con la madurez comprendí que eso no me iba a llevar a ningún lado, y me moderé. Es más que nada una decisión profesional.
Mi tío había sido boxeador, y me enseño todo lo que sé. Él me llevó a un gimnasio por primera vez. Yo canchereaba, menospreciaba a todos. Hasta que el entrenador, a las dos semanas, me subió al ring con un pibe de trece años, yo tenía dieciséis. Empecé a bailar, y a burlarme. Para mí la pelea ya estaba ganada. Medía unos diez centímetros menos que yo. Mis brazos eran más largos que los suyos. Corría con ventaja. En ningún momento mantuve la guardia. No hacía mucho había visto una pelea de Casius Clay, y lo quería imitar. El pibito caminaba el ring, cubría los golpes que yo le lanzaba, hasta que me puso un zurdazo en la pera y listo. El entrenador era un viejo amigo de mi tío. Siguió trabajando conmigo hasta que me bajó los humos. Me hizo entrenar duro, y a los cinco meses me presentó como amateur en un certamen interclubes provinciales. Gané la pelea en el segundo round, una combinación de golpes: dos rectos de zurda, un jab de derecha, un gancho de derecha al hígado, y por último el toque final, cross de derecha a la mandíbula. Fue hermoso verlo caer como una bolsa de papas. La alegría que sentí en ese momento no la volví a sentir nunca más. Después vinieron catorce peleas más como amateur, hasta que pegué el salto a profesional el catorce de junio de mil novecientos ochenta y seis. Esa noche pelee con Roca Segafredo. Tenía días peleas, todas ganadas por ko en el primer round. También él pegaba con esa pelea el salto a profesional.
Mi tío me hizo de segundo. Cuando el presentador me anunció por los altoparlantes sentí un orgullo inmenso, y pensé en mis viejos, muertos. No creo que se hubieran sentido orgullosos de mí, seguro que pretendían algo más tranquilo para el destino de su único hijo: un titulo universitario, o algo por el estilo. Al menos hice algo con la energía que me sobraba y que me empujaba a hacer desastres allí donde fuera.
A veces, paso por la casa del tío. No sé quién la ocupará ahora. Era buen tipo. Se puede se decir que fue él quien encausó correctamente la furia que me corría por las venas. Todavía tengo los guantes que me regaló cuando pelee el catorce de junio. No los pude usar porque no tenían el dedo gordo cocido. Eran antirreglamentarios, anteriores a la pelea entre Martillo Roldán y Maravilla Hagler. Fue un gesto fraterno que me hizo muy bien. Gato Fagiardo, mi tío, se murió solo, en su casa, mirando space. Lo encontró un vecino como a la semana, por el olor. Yo ya andaba trabajando con Torrencio, lo veía poco. No le gustaba Torrencio, según él, me había metido muy pronto a pelear por el título. Esas diferencias los alejaron, y yo quedé del lado de Torrencio. Si no fuera por mi tío yo hubiera terminado en cualquier parte. Era muy bravo de pendejo. Igual, ahora también estoy metido en cosas podridas, pero bueno, así se han dado las cosas. Al menos sigo vivo.
Yo era un pibe, tenía todo por delante. Sí, es posible que Torrencio me haya apurado al meterme como retador frente a un boxeador mucho más esperimentado. Quién sabe. Si no era esa, en alguna otra me iban a sacar. Podría haber seguido, pero para qué. Había que esperar que el campeón me diera la revancha, cosa que no iba a pasar porque candidatos para disputar el título había a montones, muchos de esos estaban representados también por Torrencio. Se me dio una oportunidad y la perdí. Así de fácil. Después, Torrencio me mantuvo. A él también le debo mucho. Por ahí se sintió culpable. No sé. Nunca me lo dijo y nunca me lo va a decir. Su temple férreo no se lo permite, y está bien que así sea. Para él arrepentirse es de maricones.
A veces tengo que ubicar a algunos borregos que se creen Tyson. Ganan dos peleas seguidas y se sienten en el derecho de agregar cláusulas al contrato que firmaron con Torrencio. Eso lo vuelve loco. Y me da los trabajitos para que me entretenga. Está bueno porque revivo viejas épocas. Lo pendejos se plantan. Algunos no se comen ninguna, son guapos, van al frente. Si supieran que la experiencia lo es todo. Una cosa cruel: la experiencia te llega cuando ya no tenés la garra de la juventud. Una vez tuve que ablandar a Goma Goma Mesineo. El guacho parecía de goma realmente. Tenía la cintura de Locche, la constancia de Monzón y la piña de Mano de piedra Durán. Era hermoso verlo pelear. Yo hice de asistente del segundo cuando peleó por el título de la FAB. Lo ganó a los treinta segundos. Tiró una sola piña. El otro la recibió como si fuera un adoquín. Yo vi justo la mandíbula, el temblor que arranca en toda la cabeza, con el desprendimiento de miles de gotitas de agua, como en las películas, y que sigue columna vertebral abajo, hasta que afloja las piernas, y ocho, nueve, diez, se acabó. Calló a la lona y se lo tuvieron que llevar colgando de pies y manos. Lo mató, tenía una mano impresionante. Dicen que el otro se despertó recién al otro día. Inventos. Pero lo cierto es que después de la pelea Goma goma creció un montón. Cada vez daba más gusto verlo pelear. Defendió cinco veces el título y se agrandó. Por eso lo tuve que ir a ver. Yo lo conocía, teníamos una buena relación. Por eso tal vez Torrencio me mandó, para que nos entendiéramos de buenas a primeras. Pero a ningún peleador le gusta que lo aprieten. Es natural. Un abogado hace respetar sus derechos, un contador compra racionalmente, o al menos está preparado para hacerlo, un tipo que está preparado física y emocionalmente para pelear, no se va a dejar amedrentar así nomás. Siempre da pelea.



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