viernes, 22 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega doce

Hace un tiempo me veía con unos tipos, que paraban en un bar de Lugano. Querían armar varios grupos de elite y colocarlos en distintos lugares. En embajadas, en convenciones, en actos especiales del gobierno, y presentarlo también a empresas privadas. La idea no estaba nada mal, pero como todo, se necesitaba cierto capital para empezar. La cosa no se hizo. En ese grupo estaba Pica piedra López, un correntino que había trabajado en la secreta. Lo habían retirado, yo nunca supe los motivos. Él comandaba la cosa. Tenía los contactos necesarios. Yo lo volví a ver años más tarde, en un asunto en el que trabajé para Torrencio.
Puso al fin la agencia, y formó treinta grupos de elite. Lo contrataban mayormente del gobierno, para cuestiones de suma seguridad. Si algo salía mal, el gobierno no quedaba implicado. La vez que me lo crucé, yo había ido mandado por Torrencio para llevar la plata que se pedía por el rescate. Habían secuestrado a la hija a Américo Rucci.
Como no se tenían que enterar los medios, para no enquilombarlo todo, Torrecio le aconsejó que no llamaran a la policía, y propuso contratar a la agencia de Pica piedra López. Torrencio se ocupó de todo y me eligió a mí de entre los suyos, para llevar la valija con los dólares: un millón y medio. Pica piedra tenía ordenes de privilegiar por sobre todo la vida de la hija de Américo. Una vez efectuado el intercambio, y comprobada la buena salud de la nena, tendrían que rastrearlos y matarlos a todos. Los hombres de la brigada son asesinos profesionales. Trabajan con telecomunicaciones, técnicas de espionaje, son expertos en Krav maga, en explosivos. Pero a pesar de todos los cuidados, el asunto se pudrió. De la nena ni rastros. La plata desapareció. La tuve que llevar yo mismo al lugar que se le indicó a Américo. Los secuestradores tenían su número celular personal. No muchos lo tenían. Tuve que manejar hasta Monte, en el cruce de la 3 con la 41, y estacionar. Después me metí en una especie de construcción enorme, abandonada, que hay al costado de la ruta, paralela a las vías del tren. Los secuestradores dijeron que estarían vigilando que nadie más entrara al lugar. Yo hice lo mío y me fui. La zona estaba rodeada por la gente de Pica piedra. Tenían miras telescópicas y tecnología satelital. Estuvieron apostados en un monte cercano tres días seguidos, y no pudieron ver ni un solo movimiento. Nadie había entrado o salido del lugar. Américo sufrió mucho esa perdida. Se volvió loco. Torrencio fue de mucha contención, cálculo. Se hizo cargo él mismo de todo, mientras el viejo se tomaba un tiempo. Cuando volvió hizo apretar uno a uno, a todos los que tenían su celular. Muy pocas personas, a penas unas cincuenta. Hasta ahí llega mi conocimiento de la cuestión. No sé si habrá encontrado a alguno conectado con la banda que le secuestró a la hija.
Cuando los hombres de Pica piedra dejaron el caso, Torrencio dejó el tema en manos de la Side, pero ellos tampoco obtuvieron nada.
A los tres años más o menos, un policía descubrió cómo se habían llevado la valija con la plata. En frente de esa especie de castillo en construcción en donde dejé la valija, hay una garita de seguridad que pertenece al ferrocarril. No hay ningún guardia asignado. Constaba una nota de la empresa de Ferrocarril. Ese fue el hilo conductor que llevó a Godofredo Carlomagno, de robos y hurtos de la policía de la provincia a meterse en el caso. Le había llegado el expediente para tramitar su archivo. Leyéndolo casi automáticamente, vio algo que paraceía no encajar y le habrá picado la duda. Visitó a dos personas y descubrió la trampa. Primero fue a la cantina que está frente a la construcción y le preguntó al dueño si se acordaba del secuestro.luego de que Torrencio dejara el caso en manos de la SIDE, tomó conocimiento público. Los diarios y los noticieros habían querido seguir el caso, y estuvieron metidos durante un tiempo hasta que se cansaron. Estuvo ahí toda la tarde, hablando con el viejo. Nunca dijo que fuera policía, fue a charlar como un viajante más. Pero el viejo corroboró la declaración que figuraba en el expediente. En la cantina se sumó un hombre, que se presentó como visitador médico. Hacía cinco años que pasaba por el cruce de rutas, casi todas las semanas. Yo llevé la valija un martes a la mañana temprano. La brigada había vigilado ese día y dos más: miércoles y jueves. El lunes el visitador médico había pasado por la garita y como siempre no vio a nadie. Se acordaba perfectamente porque al otro día había visto a dos guardias dentro de la garita, cosa que le llamóla atención. De todos modos no encontró en ese hecho algo extraordinario: habían asignado a alguien, cosa que perfectamente podía pasar. El dueño de la cantina dijo que nunca asignaron a nadie. Los guardias habían estado solo ese día. El mismo visitador médico lo corroboró al decir que cuando pasó el jueves tampoco había visto a los guardias, y que nunca más los había vuelto a ver.
La gente de Pica piedra vigiló la zona tres días. Dejaron ir a los dos guardias sin pensar que podían ser parte del secuestro. Impecable. El agente Carlomangno, de puro curioso, se metió en la construcción a mirar. Encontró unas maderas en el piso. Yo las había visto, estaban contra un rincón. Un montón de maderas podridas, restos de un piso de pinotea. Debajo de las maderas había un poso. El poso daba a un túnel que cruzaba la ruta y llegaba a la garita. Excelente. Los dos tipos se camuflaron entre la gente del lugar. Muy inteligente. Está el restauran, la garita y poco más. Un par de puestos de cachivaches. Poca gente. Entre ese puñado se escondieron. a pocos metros se encuentra la seccional de la caminera, pero al no estar enterados del secuetro, no intervinieron para nada.
La chica nunca apareció. Por ahí la vendieron como puta, o la enterraron en algún lado. Difícil de saber. Se merecían la guita, pero qué les costaba devolver a la piba. Después los diarios titularon caso resuelto. Nunca nada se resuelve, nunca nada se modifica. Las cosas son, pasan.


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