lunes, 25 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega catorce

A veces tengo ganas de estar en otra parte, de no ser lo que soy. Pero casi siempre la rutina me absorbe, y sigo en el mismo lugar, siendo lo que soy.
Tarde gris, sin nada que hacer. Voy a salir a caminar, a meterme en el domingo como uno más. La gente se parece y se diferencia todo el tiempo. Siempre me ha llamado poderosamente la atención la forma de caminar de la gente en la calle. Las diferentes formas de caminar. Estimo que será parte de la personalidad, tanto como los gestos o los tics. Hay gente con la columna arqueada, suplicante. Otros con el cuello duro, o encorvados y escoleósicos. Hay de todo. Cosas que distinguen a unos de otros y también particularidades que los asemejan. Me encanta salir a caminar tranquilo, sin tener que ir a ningún lado. Generalmente termino en un bar, sentado junto a la ventana, viendo gente ir y venir. Son buenos momentos, me sirven para reflexionar. Un poco me como la cabeza. Pero me sirve.
De vez en cuando paso a ver al Turco Abud. Todo un personaje. Tiene una planta permanente en una Subsecretaría de la Nación. No va nunca. Cuando quiero verlo voy para Paternal. Para en un bar que queda en Nazca y Lascano, a mitad de cuadra sobre Nazca. Los habitués lo conocen como el bar del negro Roma, pero oficialmente se llama La tribu. El Turco es puntero y está casi siempre en ese bar. Anda por el barrio haciendo favores. Si alguien necesita remedios, los consigue. Lo he visto sacar plata de su bolsillo y darle unos mangos a todos los que lo pechan. Esa es su función. Cuando necesita gente para fiscal de mesa o bulto para un acto, la mueve. Apadrinó tres comedores infantiles. En el barrio consigue lo que sea. Siempre se las rebusca. Tiene amistades en todas partes. Hace un trabajo social interesante. Es parte de un engranaje político que funciona perfectamente hace añares. El dice que si la muchachada está conforme hay que bancar la parada. Ahora, cuando los muchachos necesitan algo, se consigue. La tropa tiene que estar cubierta. Si la base es firme, arriba no corre peligro la cristalería. Está metido en un sindicato también. Donde puede morder muerde. Una vez me dijo que si no tocan la heladera, está todo bien. Que todo está en el día a día. No sólo hay que estar tranquilo sino también hay que parecerlo. Hay que trabajar para los de arriba, ser leal y funcional, mientras paguen. Él vive de la política desde los dieciocho años. Y se ha sabido ganar el pan. Tiene la planta permanente, y unos cuantos contratos, con los que banca a la gente que le viene a pedir algo. Mientras la papa se reparta, no hay problemas. Lo escuché varias veces decir que él hace lo que puede pero nunca es suficiente. La gente lo agradece y cuando se la necesita siempre está. También les da trabajo a los que andan más tirados. Saca algunos pibes de la calle. Maneja los corsos, y consigue planes asistenciales. Se dicen muchas cosas de él. Tiene amigos, pero también enemigos. Cuando le roban a alguien en el barrio se lo cuentan y él se encarga. Nada pasa en el barrio sin que él lo sepa.
Una tarde estábamos en el bar, tomando un vermú con ingredientes y lo vinieron a ver por un choreo. Le habían entrado a unos viejos en la casa, y le habían robado de todo. Los viejos mucho no tenían: un par de alhajas baratas, el televisor y una cajita con dos mil pesos que estaban ahorrando para irse de viaje a las cataratas. Hizo un llamado y al rato cayeron dos pibes de la avenida, una de las fracciones de la barra brava de Argentinos. Había que ir hasta Balvanera. La data era que dos pendejos habían hecho el robo y estaban escondidos en una casa tomada. Me pidió que lo acompañara. Yo andaba al pedo así que fuimos los cuatro en el auto de uno de los barras bravas. El Turco es un tipo no muy grande, bastante morrudo. Tendrá unos sesenta años, pero está bastante bien.
Era una casa de dos plantas, en la calle Misiones. Tenía una de esas puertas de madera de casa vieja, colonial. La puerta estaba cerrada con candado por fuera. Si los pendejos estaban adentro se habrían hecho encerrar por alguno. Grave error. Uno de los barras brava, el Ñoqui Maleta, forzó el candado con una llave cruz. Subía una escalera que daba al segundo piso. Lo que parecía una casa de dos plantas era en verdad dos casas con entrada individual. La planta baja estaba subdividida. Al lado de la escalera, en la pared derecha, había una puerta cerrada también con candado que daba a la casa de al lado. Y del otro lado, a la izquierda, estaba la puerta que daba a la otra parte,una ferretería que a esa hora ya estaba cerrada. Nos separamos. El Ñoqui y yo subimos por la escalera, el Turco y el otro, Mechero Berna, forzaron la puerta de abajo y se metieron a la casa. Los pendejos no estaban ni arriba ni abajo. El Ñoquí descubrió que se habían rajado por una ventana que daba a un patio interno, por el que habrían subido al techo. Eran saltadores seguramente. Están de moda. Pendejos super habilidosos, que corren por las terrazas y los techos. Algo así como hombres araña. La disposición edilicia de Buenos Aires no los favorece del todo. En los barrios pueden andar cómodamente, saltando techos y corriendo por terrenos o patios, pero en el centro se les debe complicar.
Cuando nos escucharon llegar se deben haber cagado hasta las patas, y se las tomaron dejando las alhajas escondidas en un falso cajón del ropero. Cuando dimos vuelta la casa las encontramos. Claro que ellos no lo sabían. Era de esperarse que volvieran en algún momento. No hay que volver nunca sobre los pasos. Lo que se deja atrás se pierde. Hay que entender eso. Cometieron un gran error. El Turco se quedó con la espina. Llamó a un par de muchachos para que le dieran una mano. Hicieron turnos rotativos durante una semana. Hasta que aparecieron los pendejos. Los muchachos vieron movimiento en la casa y le avisaron al Turco y se mandó con el Ñoqui para la casa de Monserrat. Como yo había estado aquella tarde creyó necesario llamarme para que fuera. Cuando llegué estaban todos metidos en un auto, determinando lo que iban a hacer. El Ñoqui y uno de los que estaban vigilando se encargarían de taponar la posible huida por los techos, mientras que el Turco y yo subiríamos por la escalera. Los pendejos se sorprendieron al vernos, uno de ellos quiso pararse de manos. El Turco había bajado del auto con una macana de policía. Dejó que el pibe se le acercara y le partió la cara. El otro pendejo se tiró por una ventada que daba al techo de la casa vecina: lo estaba esperando el Ñoqui y el otro. Los pendejos se llevaron el susto de su vida. El Turco no era un mal tipo, defendía sus intereses, cuidaba su barrio. Les pegamos una paliza no muy fuerte y los dejamos en la casa. Yo no sé si habrán vuelto a chorear. En Paternal están quemados, no pueden volver.
Conozco gente multicolor. El mundo es extremo. Digo el mundo, pero me refiero a mi propio ámbito, mas allá de el, solo hay vacaciones. Todos los días veo caras impresionantes. Caras nerviosas, grasientas, empastilladas. Caras laxas, resecas, muertas. Muecas simiescas de autoridad ilimitada. Hay caras inexpresivas, inertes, imperturbables. Todo lo que veo me afecta, aunque trate de pensar lo contrario. Mastico piedras en las noches de bruxismo. Despierto con un regusto a sangre. Con el odio matinal intacto. Y otra vez el día, las caras y la calle.



Safe Creative #0808250916955

No hay comentarios: