viernes, 22 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega once

Cuando veo a alguno en televisión hablando de la violencia, me da mucha gracia. Tipos que nunca se agarraron a trompadas, ni se agarrarán, opinando de algo que no conocen. Tendrían que hacer un programa con nosotros, para que les expliquemos lo que es la violencia verdaderamente. Igual hay que dejarlos hablar, si total no van a cambiar nada. Se contentan con hablar; hacen que piensan, que analizan la situación. ¿Qué sabrán? Hay que estar, yo creo que hay que estar. Qué saben de la violencia en el fútbol los que nunca fueron a la cancha. Lo estudian desde lejos. Algunos dicen que eso es lo ideal, alejarse del objeto analizado. Pero no sé, hablar de la guerra sin saber cómo huele la pólvora, comentar balaceras sin saber si la bala duele o pica. Es verdad, siguiendo mi razonamiento casi no se podría hablar de nada. Lo que me molesta en realidad no es que hablen de la violencia, sino que hablen despectivamente. Es algo que detestan porque no están a la altura. Cualquier pelotudo es pacifista, pero muy pocos se la bancan de verdad. Muchos bonachones son buenos porque son inútiles para la destreza física que requiere cagarse a trompadas.
Cobardes hay en todos lados, pero lo que más odio es un cobarde que se justifica detrás de la ley. Si uno se la banca, se la banca y listo. Mas que hombres parecen otra cosa, algo menor, una alimaña idiota que no sabe defender lo que tiene. Yo no creo que haya que dejarle al otro que nos domine a voluntad, hay que resistir, aunque sea un poco, dando todo lo que uno tiene. Lo que pasa es que cuando se cruza alguien mejor, se tiene que disfrutar también ese momento, no siempre hay que ganar, pero hay que intentarlo a toda costa. Sino para qué se vive. Yo he aprendido un montón de tipos que me la dieron en serio. Cada vez que veo las cicatrices que tengo me enorgullezco. Son cosas que no se borran, marcas que me recuerdan quién soy y las limitaciones que tengo.
Pero hay hombres que toleran todo, impávidos, pasivos y muertos. No tienen sangre. Su piel es un traje de hojas secas. Son débiles como mariposas. Los cornean, los denigran, los maltratan, y no son capaces de pegar un grito, mucho menos una trompada. Un día se los lleva un infarto, o agarran para el lado de Barreda. Hay que aprender a vivir de otro modo. Yo, como todos, tengo mi propia moral. Transijo para mi interés, llevo agua para mi molino. Creo que lo que hago no está del todo mal. No tengo conciencia. Reincido, corrompo. Somos un montón, y si no fuera por algunas ratas que se fruncen, estaríamos en una batalla constante, cuerpo a cuerpo, demostrando las destrezas de la carne.
Hay tipos que van los domingos a la cancha, putean un poco, envidian internamente a los pesados, se cagan a trompadas en algún fútbol cinco, o en la calle con un tachero, y listo, con eso tienen.
Otros se descargan con la familia, fajando a la mujer y a los chicos, o maltratando a la madre. Hay mil maneras posibles de evitar la violencia, y es envileciéndose aún más que si solamente se la practicara. Hoy en día diferentes componentes de la sociedad utilizan la violencia como una herramienta. Pero la violencia es en sí misma, no necesita razón o causa. La violencia en estado puro es originaria, es parte de la raza. Siempre se abre paso. Es la única manera que el hombre encuentra para resolver sus conflictos sociales. La amenaza, la simple posibilidad es casi tan poderosa como la violencia propiamente dicha.
La violencia es algo que sucede. Se la puede provocar también. Pero tarde o temprano sucede, se la provoque o no. Yo entro a ciertos lugares y puedo oler un perfume espeso que gravita como una niebla, vaporosa, ácida. En esos mismos lugares hay miradas penetrantes, cortantes, incineradoras. No se puede salir indemne de ese tipo de lugares. Yo todos los días observo los distintos caracteres de la violencia. Hablo como si supiera y sé. La de veces que me patearon en el piso, y yo siempre tapándome la boca, salvando al menos los dientes. Salí de muchas, pero me comí algunas también. Y siempre sobreviví. Le temo a la muerte como cualquiera y la combato como puedo. El día que me toque, será porque me descuidé. Que puede pasar también. Hay tipos que viven ochenta años porque nunca se asomaron a ningún peligro. Lo nuestro es más loable. Corro peligro todos los días y no me quejo. Esto parece un panfleto, y quizás lo sea. Las preocupaciones morales de un matón. De algo hay que morir.


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