jueves, 21 de agosto de 2008

Apercat Gutierrez- Entrega nueve

Estoy enfermo. Me siento enfermo. Un atracón. Locro y vino tinto. Las maravillas del peronismo sindical y patriota. A veces el trabajo se transforma en un displacer duro de soportar. Tuve que acompañar a Bellota Rivarola, amigote de Torrencio. Los empresarios siempre se las rebuscan para tener de su lado a políticos afines al gobierno de turno. Se contraprestan amistosamente. Cada vez que uno necesita del otro, se concertan citas café de por medio y se resuelve todo asunto que haya que resolver. Yo me entero de muchas cosas porque no soy boludo. Siempre tengo una oreja parada, es parte de mi trabajo, llevar y traer información. Hay veces que hablan adelante nuestro como si no existiéramos. Eso tiene sus ventajas. Cuanto más invisibles somos mayor acceso a información trascendente tenemos.
Un hombre de Torrencio me había dicho que tenía que estar a eso de las diez de la mañana en el bunker de Bellota. Ya había hecho un par de trabajos para su gente. Se festejaba no sé qué santo peronista. Estaba toda la cúpula sindical. Era una reunión cerrada. Algo chico. Sólo algunas pocas autoridades, los gordos de siempre, y algún que otro comedido que había logrado hacerse invitar. El mismísimo Bellota cocinaría un locro como agasajo a los presentes. Yo llegué a las diez y media. Ya había gente en pedo. Por lo que supuse que también habría quilombo. Estaba ahí como invitado, pero sabía muy bien que si había algún problema tendría que saltar. El locro estaba bastante picantón. Eso hizo que tuviéramos que tomar mucho vino para apagar el fuego. Los cánticos, las marchas y los brindis se hubieran extendido hasta la madrugada de no ser por un pequeño suceso. Nadie había invitado mujer alguna. Era una reunión de hombres. A eso de la una de la tarde llegó Honorato Perrone, Diputado de la provincia. Trajo consigo a una rubia despampanante de un metro ochenta. Perrone era un hombre casado y tenía cinco hijos, pero era bien conocida su fama de putañero. La rubia quedó en un rincón sonriendo mientras Perrone saludaba a los presentes. No pasó mucho tiempo, cuando Perrone avivó que la rubia no estaba. La empezó a buscar por todos lados. Se metió en los baños, hasta que subió las escaleras y entró a las oficinas que estaban en el primer piso. Una de esas oficinas era la de Bellota. Estaba sentado en su sillón mientras la rubia le chupaba la pija. Siempre se dijo que Perrone portaba un treina y ocho. Y era verdad porque lo sacó y apuntó directamente a la cabeza de Bellota. Bellota como si nada, le dijo a la rubia que siguiera haciendo lo que estaba haciendo. La rubia estaría re cagada, pero no levantó la cabeza de entre las piernas de Bellota. Le dijo que se calmara. Que todo era su culpa, que él la había traído a una reunión de hombres, por lo que se infería que era para compartir. Perrone parecía no entrar en razones hasta que alguien, por detrás le pegó un culatazo en la nuca. Cayó desplomado escaleras abajo. Cuando su propio guardaespaldas, que hasta el momento ni se había enterado del problema, quiso levantarlo le fue imposible, borracho como estaba. Perrone se había quebrado el cuello. Pesaba ciento veinte quilos. La rubia corrió a los gritos a su lado. Empezó a gritar que Bellota era un asesino, que todo el mundo se iba a enterar. Estuvo así unos pocos segundos hasta que alguien la durmió de una trompada. Al guardaespaldas se lo llevaron entre cuatro para un patio interno que tenía el Bunker. Ese mismo patio daba a un garaje. Lo iban a llevar a dar una vuelta, a convencerlo de que le convenía no abrir la boca, y hasta es posible que lo emplearan en la seguridad del mismo Bellota. Las fuerzas de choque se absorben fácilmente. Somos mercenarios amorales.
De la rubia no sé más. Espero que haya corrido buena suerte, aunque lo dudo. Ellos saben muy bien que las putas siempre terminan siendo un dolor de cabeza.
Los diarios al otro día titularon como accidental la muerte del diputado. El velatorio se llevó a cabo en el Salón de los pasos perdidos del Congreso y muchos de los asistentes habían estado en el bunker aquel mediodía tarde.
No se puede tener un domingo en paz. Estoy muy descompuesto, tendré que pasarme un par de días fuera de servicio, encerrado, mirando televisión y tomando apasmo, comiendo arroz blanco, a ver si se me pasa la patada al hígado.
Cuando estaba en actividad comía muy bien, y no tomaba alcohol ni fumaba. Pero desde que estoy en esto como para la mierda. Mucho pan, mucho frito. Comidas a deshoras, de noche algo de delivery y así no hay estómago que aguante.


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