La ciudad es un devenir, un continuo flujo de diversidad. Estoy en un bar, frente a la obra social de boxeadores. Debería estar abierta, pero está cerrada. Necesito unos papeles. Es sábado y hace frío, la calle sin embargo se mueve con pereza, pero se mueve. Hace unos meses que me vengo comiendo las reservas. Ayer me llamaron por un trabajo.
Hace rato que no entreno a nadie. Hay que tener contactos para moverse en el río correntoso del entretenimiento deportivo. Y yo fui poco a poco, casi sin darme cuenta, perdiendo los contactos que pude hacer en mis días de gloria. La caída en desgracia espanta a los amigos ocasionales, y cuando uno no tiene más que eso, al final, se queda solo, como si estuviera apestado.
La vida en sí misma no vale nada. Cualquiera te puede matar por nada y a mí hace tanto que me mataron que yo ni me acuerdo lo que es estar vivo. Después de mi última pelea, trabajé en distintas agencias de seguridad: en casas de empresarios, en supermercados, y durante dos años, como custodia en un camión de caudales. Trabajar con plata ajena es una de las peores cosas que le pueden pasar a un muerto de hambre. La codicia crece sin que uno lo perciba. Todos los que tienen contacto directo con el dinero que no poseen, en algún momento, de manera inconsciente al principio, pero patente después, comienzan a elucubrar un plan. Algunos roban en pequeñas cantidades imperceptibles, otros desmenusan las posibilidades pacientemente hasta que creen encontrar el momento perfecto. La soledad es lo más recomendable a la hora de delinquir. Siempre hay un chivo expiatorio, una válvula de escape, alguién que sala demasiado el estofado. Siempre me he movido solo. La soledad ajusta el instinto y el modo en el que uno percibe las cosas que lo rodean.
Ahora estoy desempleado. Y no me queda mucho dinero. Siempre he caído parado, y nunca tuve que tocar fondo. Me han bajado el copete varias veces, pero siempre pude ponerme de pie y seguir con la vida insignificante que llevo.
Ayer me llamó Torrencio Beltrán, jefe de seguridad de Americo Rucci, dueño de cinco restaurantes, y de cuatro discoteques. Claro que tanto los restaurantes como los boliches son la pantalla de algo mas grande y mas rentable que se esconde detrás. Si me llamó Torrencio, es porque me quiere emplear en algún trabajo sucio. Para las cosas tranquilas, se arreglan perfectamente con algunas de las empresas de seguridad que maneja el mismo Torrencio. Para las otras cosas, llaman a gente de la que, en el caso de que fuera necesario, es fácil deshacerse.
Ahí entro yo en la historia. Esto que escribo, lo escribo como un reaseguro, como una salvaguarda en caso de que me meta en quilombos. Igual, llegado el caso, con esta gente no hay santo que intervenga. De todos modos he aprendido a moverme en aguas turbulentas.
Mañana tengo que llamar si me interesa el trabajo. No me dijeron de qué se trata. Nunca se informa eso, hasta que uno ya está metido. Es lo usual. Mañana voy a responder que acepto, estoy tan tirado que podría aceptar cualquier cosa.
sábado, 26 de julio de 2008
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3 comentarios:
aceptar cualquer cosa... es un buen enganche para esperar ansiosa la segunda entrega.
cariños
parece que el quía está fané y cuando uno está así tiene cierta tendencia a las confesiones lo que, teniendo en cuenta el estado anímico y cerebral del personaje, no puede conducir a otro lado que no sea al desastre y a la equivocación. Se avizora un destino seguro y opaco, parece que le están polarizando el alma al pobre de apercap, si no es que ya la tiene polarizada.
Paso amenudo con el 127 por la obra social de boxeadores. Creo que vi alguna vez a Gutierrez, siempre me pregunté que pensaba...
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